Damian
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Siempre pensé que era demasiado pequeño, o creía pensar que lo era, para que nadie me echara en cara lo que hacía. Desde niño siempre fui muy caprichoso, lo reconozco. Me gustaban las cosas bonitas, los mejores regalos, y no había nada que no pudiera conseguir de mis padres. Y supongo que ser el menor de tres, con dos hermanas mayores, hizo que ese privilegio aumentara, convirtiéndome en el consentido de la familia, y de todos.
Como la niñez no dura para toda la vida y en algún momento tenía que crecer, ahora que soy casi todo un adulto, imaginaba que solo era un paso con el que estaría conforme, contento para asumir nuevas responsabilidades. Pero no lo estoy para nada. Es cierto que esto era lo que pensaba antes de enterarme de lo que estaba por venir para mi futuro: cuando cruzara esa delgada línea que te separa de la adolescencia y te convierte en un nuevo adulto que tiene como prioridad disfrutar de sus nuevos privilegios ante la sociedad a la que pertenece.
Desearía que todo fuese un mal sueño, ¡incluso una pesadilla! Pero no es así. Sabía que crecer traía sus responsabilidades; sin embargo, no imaginé como algo cercano que tuviera que casarme. Sí, casarme cuando cumpla veintiuno. Esa es la peor y más desagradable noticia de mi prodigiosa vida. Mi madre no puede hablar en serio, y me pregunto por qué mi padre no está aquí para darme ánimos y decirme que todo es una broma por portarme algunas veces… bueno, casi siempre, como un idiota con las chicas.
¡Pero se supone que él es mi cómplice!
También me pregunto, si mi destino fraguado por mi tatarabuelo era ese, por qué de entre todas las chicas bonitas de la nobleza la escogieron a ella, ¡a ella! la bruja fea y loca de Beatriz Sullivan.
¡Qué cuernos con estas estúpidas promesas pactadas sin siquiera haber nacido!
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