Beatriz
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―Bea, levántate que hoy es el gran día.
Mamá entra en mi habitación y sin ningún permiso me arranca las sábanas. Lucho contra ella como posesa. Si algo me encanta hacer en esta vida es dormir, y lo que menos me gusta es que no me dejen hacerlo.
―¡Bea! ―chilla mamá, afectando mis oídos.
―Por qué no la dejas. A ella poco le importa lo que tiene que hacer.
Esa es la voz de mi adorada hermanita Tracy. Es menor que yo, pero creo que en el fondo le hubiera gustado ser la mayor, y es tan correcta con todo que apesta. Con gusto le cedería mi lugar; lastimosamente, es algo que no se puede hacer porque estoy condenada a ser quien cumpla esa bendita promesa.
―Bea ―insiste mamá, más calmada.
Me incorporo sobre la cama y las miro a ambas. Se ven como si hubiesen dormido vestidas y listas para un cóctel.
―¡¿Qué!? ―mascullo sin nada de finura.
―Es el colmo, Beatriz. Hoy es el gran día y tú ni siquiera te preocupas por levantarte temprano con todo lo que tenemos que hacerte para que estés radiante.
Oh, asesínenme, por favor.
―Podrías no recordármelo. Además, estoy de vacaciones ―me quejo, frunciendo la boca para mostrar mi descontento.
―Déjala, mamá, es un caso perdido ―Tracy rueda los ojos y lanza el vestido que tiene en su mano sobre el sillón.
―Olvídate que me pondré eso.
Señalo el vestido. La verdad me cansa que quieran escogerlo todo por mí, como si yo no fuera lo suficientemente inteligente para saber qué ponerme. Bueno, tengo tendencia a llevarles la contraria, aun así, sé cómo vestirme. A mi modo.
―Es perfecto ―aprueba mamá―. Así que báñate y arréglate. Iremos a la peluquería a que hagan un milagro con tu pelo.
Suspiro bajo, deprimida, y mi hermana se da cuenta por la risa ladina que pone. Es la más feliz de que me comprometan, así ella será la única princesa de casa; pero como si me importara eso. Le saco la lengua y ella revolea los ojos. Después le saco el dedo de la mitad y con eso sale rápidamente de mi habitación, resoplando y seguramente echando humo por las orejas. Mamá solo me mira espantada.
―Qué son esos modales con tu hermana, Bea.
¿Hermana?
Tracy realmente es mi media hermana. No compartimos padre y eso hace una gran diferencia entre las dos. El mío está muerto y sobre él recae el cumplimiento póstumo de la promesa, y el de ella es el segundo flamante esposo de mamá.
―Solo es nuestro especial saludo ―replico.
Mamá suspira hondo.
―Qué voy a hacer contigo.
―Nada, pero pronto te desharás de mí. Es lo que has planeado, ¿no?
Ella cambia su semblante y se sienta a mi lado en la cama.
―Este compromiso es lo mejor para ti; además, no es algo improvisado. Es un acuerdo de cuna.
―¡Y un cuerno! Yo no lo pedí. Ni siquiera me la llevo bien con ese imbécil al que solo conocí cuando era pequeña. ¿Cómo esperas que me case y sea feliz con él?
―Bea, qué son esas groserías.
Mamá se espanta, y yo solo arrugo la cara, aburrida, muy aburrida.
―Eso mismo pensaba yo de tu padre, y mira lo que me regaló: una hija preciosa. Lástima que no esté para ver lo que un día deseó. Ahora apúrate, la peluquería nos espera.
¡Dios, quiero vomitar!
Mamá sale y yo me quedo sumida en un triste recuerdo de cuando era pequeña y mi padre solía llevarme a pasear por el jardín. Siempre cortaba una rosa para mí y la ponía en mi pelo, decía que yo era su rosa favorita y eso me hacía sonreír. Me dejo caer sobre las almohadas y pienso en que mi vida no podía ser más triste: tener que comprometerme con el estúpido engreído y con más mala reputación de toda la élite inglesa, Damián Carrington.
Dios, ahora haz un verdadero milagro y sálvame de ese imbécil.
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