Damian
──── ∗ ⋅◈⋅ ∗ ────
Miro la hora en mi reloj deportivo y bostezo; es de madrugada. Toco con brusquedad el hombro de la chica que duerme a mi lado hasta que refunfuña entre sueños y se levanta. Veo su torso desnudo al resbalársele la sábana.
Ella me mira, arruga su cara y luce terrible, su pelo es un desastre, y cómo no, después de la nochecita que tuvimos. No me quejo, hice una buena elección.
―Es hora de irte. Tu tiempo acabó ―señalo sin nada de tacto mi reloj, y no es que lo tenga.
Prefiero ser directo y romper cualquier ilusión que se les meta en la cabeza, solo porque me dio la gana de invitarla a subir.
―Está bien ―contesta.
La chica sale de la cama empujándome, pero dejándome contemplar otra vez la piel desnuda de su firme trasero; tiene buen cuerpo, se le nota que se cuida. Papá siempre dice que muchas de las no elegibles siempre se preparan para eso, para ser usadas. De ahí que muchas tengan cuerpo de modelos para atraer como moscas a la leche; sin embargo, ninguna pasa de obtener una invitación para pasar solamente el rato, y con suerte, otra más.
Ella empieza a buscar su ropa que está regada por todos lados. Bueno, no me tomo la molestia de ordenar, lo mío es simplemente quitarla y ya. Cuando ya está vestida, o eso cree ella, me mira haciendo un puchero, con sus zapatos en la mano.
―Me voy.
―Adiós. Vete y cierra la puerta.
Simplemente digo y me dejo caer pesadamente sobre las almohadas. Sí, lo sé, soy un cretino sin corazón, pero eso es algo que ellas ya saben de sobra. Espero a que lo haga, pero después de mucho vacilar, escucho cómo abre la puerta y se marcha. Cierro los ojos e intento dormir las pocas horas que me quedan...
La alarma suena como la erupción de un volcán en mi cabeza. Tiro mi mano a agarrarlo y siento como si alguien se me adelantara. Abro los ojos con espanto solo para encontrarme con Jude.
―Buenos días, princeso, ¿qué tal noche pasaste?
¡Es broma!
―Oh, cállate, ¿y a quién llamas princesa? ―le lanzo una almohada que él atrapa y abraza.
―Huele a perfume rancio, vas a tener que mandarla a lavar ―dice y la tira a un lado, en el piso.
―¡Tú qué crees! Haré que laven todo. Ya sabes, es mejor no dejar huellas.
―¿Qué tal estuvo?
―Toda una gata. Cada vez se entrenan mejor. Deberías probar.
―Olvídalo, no soy un puto cabrón como tú. Yo espero a la indicada.
Jude realmente me hace bufar. A veces creo que es demasiado inocente.
―Si sigues esperando, ni siquiera vas a saber cómo hacerlo en tu primera vez. Deberías practicar antes para no terminar comportándote como un mojigato.
―Mejor, cállate ―gruñe, disgustándose, y camina hacia la ventana―. Mi chica va a ser muy especial, y también lo seré con ella, de eso no tengo dudas.
Creo que de lo que no tenía dudas es que Jude era un tonto y romántico. Pero, aun así, lo quiero mucho. Crecimos juntos y desde pequeños hemos sido los mejores amigos. De esa amistad que no se puede romper, ni siquiera por una chica. Es como mi hermano. Sin embargo, hay algo que aún no le he dicho porque apenas me enteré ayer.
Vas a casarte Damián y sabes que no puedes ir en contra de eso.
Ruedo los ojos solo con el pensamiento; pero así es mi madre, dice todo a última hora para que yo no tenga tiempo de arrepentirme. Y sí que lo logra.
―Está noche es mi compromiso.
Él me mira extrañado.
―Ah, ¿sí? ¡Es broma!
Su cara es de total incredulidad.
―No, quisiera, pero no lo es ―corroboro, y pasa de mirarme incrédulo a mirarme espantado.
―¿Y por qué hasta ahora me lo dices? Se supone que soy tu amigo ―se queja.
Reflexiono un momento. Eso es porque la chica que escogieron mis padres es la peor pesadilla que te puede pasar, y a mamá se le ocurrió decírmelo apenas ayer. Me callo mis pensamientos, a Jude no le gusta oír hablar mal de las mujeres.
―¿Y a quién escogieron si se puede saber?
―Claro que se puede, no es la gran cosa ―respondo amargándome de solo pensarlo.
―A ver, ¿y quién es?
Me anima a decir lo que no quiero, pero de lo que no tengo remedio, y lo único bueno es que ella está en el mismo problema que yo.
―Es la bruja fea de Beatriz Sullivan.
―¿Beatriz? ¿¡Hablas de Bea!? ¡Estás bromeando conmigo!
―Por supuesto que no. Cuando me enteré quería pegarme un tiro en la sien, te lo juro.
―¡No puedes! Ella no.
Mi amigo se exalta y empieza a caminar de un lado para el otro, agarrando su cabeza nervioso.
Ahora soy yo quien lo mira preocupado. No es él el que se va a casar cuando cumpla veintidós, soy yo. Justo cuando he empezado a darme la gran vida.