Beatriz
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A regañadientes tuve que ir primero a la estética, donde me hicieron toda clase de masajes, dejándome la piel suavecita. Eso sí lo agradecí a mamá. Lo otro fue la depilación completa. ¡Demonios!, ni que fuera a tener relaciones ya con ese imbécil.
Después fuimos a la peluquería para arreglarme el pelo. La verdad es que estábamos demorándonos, pero no les presté atención y las obligué a llevarme a una boutique. Necesitaba encontrar un vestido a mi gusto, no como el que escogieron. Al final, era yo la que se comprometería, no ellas. Mamá y mi hermana no hacían más que mirar la hora y hacerme gestos; sin embargo, no les iba a dar el gusto. Me habían metido en esto y tenían que aguantar como yo lo estaba haciendo.
Después de tanto buscar en todos los colgadores, encontré el indicado: un vestido azul ajustado, de mangas cortas y corto hasta la mitad de mis muslos. Acentuaba bien mi poco trasero y el escote dejaba muy poco a la imaginación. Estaba decidida a dejar boquiabierto al estúpido de Damián Carrington, porque de seguro me cree una cavernícola, y lo voy a lograr.
Mamá lo desaprobó al verme salir del vestidor, y mi hermana puso los ojos en blanco con la misma expresión. Paso de ellas y voy por unos tacones negros y altos que, con lo corto del vestido, hacían ver mis piernas largas.
―¿Estás segura de que vas a ir con eso?
―Por supuesto, mamá. ¿No me veo sexi?
―Pareces una zorra ―Tracy bufa con mala cara.
―¡Tracy! ―resopla mamá espantada, abriendo los ojos por la espontánea vulgaridad de mi hermana.
―Entonces está perfecto.
Doy por terminada la discusión, quitándole la cartera a mamá y el abrigo negro para terminar mi despampanante look.
Salgo del lugar casi que correteada por las dos. Afuera nos esperaba Miles, el chofer de mamá, con el auto. Iríamos directo al restaurante Queen Victoria, el lugar escogido por los Carrington. Son los dueños de toda la cadena, así que no era raro que prefirieran que se hiciera allí. Ralf, mi padrastro, ya debe estar allí esperándonos. No es mi padre, pero nunca me ha tratado mal; él me quiere como a su hija y no me quejo porque siempre me ha tratado como a una. Aun así, jamás sustituirá el recuerdo de mi padre. Mamá ordena a Miles que conduzca rápido hasta el restaurante.
Al llegar, Ralf, los padres y las hermanas de Damián ya se encuentran sentados esperando. Todos se levantan al vernos. Mamá hace el gesto de que me baje el vestido, y eso solo consigue que me burle más de la satírica situación. Si ella se siente así, ¿qué pensarán los demás? Al principio había estado enojada con todo este circo, pero últimamente me lo he estado disfrutando.
Así que he puesto todo mi empeño por verme matadora solo para escandalizarlos, aunque muy en el fondo sabía que era en vano. La verdad era que Damián y yo nunca nos llevamos bien. Cuando éramos niños, él solo me hacía llorar. Iba a ponerme nostálgica, pero la nostalgia se esfumó apenas él hizo su entrada.
―Hasta que por fin llegas ―Will Carrington, su padre, lo reprende.
―Tuve un inconveniente de último momento con esta chica de aquí. ―Señala la botella de Jack Daniels que trae en su mano―. Pero ya estoy aquí, papá.
―Perfecto, entonces discúlpate con los Sullivan ―Will sigue reprendiéndolo.
Sin más remedio, se gira hacía nosotros. La verdad estaba un poco espantada por la forma en que se presentó, además de que el imbécil llegó más tarde y en peores circunstancias, porque, aparte, está borracho y así no voy a poder restregarle mi hermoso y vulgar atuendo.
―Lamento la demora ―expresa, mostrándose educado a pesar del tambaleo de sus piernas, mientras lo miro con cara de aburrida.
¡Que le den!
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