Comprometidos por el destino

─ ∗VIII∗ ─

Beatriz

──── ∗ ⋅◈⋅ ∗ ────

―¿Solo un poco?

Refunfuño, acordándome del teatro mal montado que hizo ese idiota de Damián. Aunque tengo que reconocer que a mí ni se me hubiese ocurrido semejante desfachatez fingiendo estar borracho. Me aproveché de la situación para desenmascarar su pantomima.

Pero me fue imposible: ahora estoy aquí, esperando que venga a buscarme para nuestra dichosa salida de conciliación, con la que pretende enmendar su mal comportamiento.

―Nena, ya deja ese teléfono y vamos, que tienes que irte pronto. Christine y yo deseamos que este desastre se arregle pronto entre ustedes ―dice mi madre, yendo como una veleta de aquí para allá.

Tracy, que está sentada en el sofá frente a mí, también parece hastiada de esta situación, aunque debe ser porque por primera vez yo soy el centro de atención y no ella. Está cruzada de brazos y me mira como si quisiera matarme.

Lo cierto es que esto le ha quitado un poco de atención. Le saco la lengua, y ella me hace una mueca. Después me saca el dedo cuando mi madre se da la vuelta y ella recoge su bolso blanco de Prada.

Mamá se vuelve y le palmea la mano a mi hermanita, que todavía tiene el dedo corazón levantado.

―Nada de aprender malos modales, señorita. Y apúrate, Miles ya tiene preparado el auto para llevarte a tu clase de piano.

Ella se pone de pie de mala gana y se apresura a arreglar la falda de su vestido. Solo es teatro, en el fondo está feliz de que la hayan metido a la academia de música.

―Espero que todo salga horrible, además, te queda mejor el disfraz de zorra ―dice, y yo tuerzo la mirada.

Ella se marcha justo cuando el señor Paul, el mayordomo, avisa que Miles ya llegó.

―Compórtate, Beatriz. Damián no tarda en llegar a recogerte ―anuncia mi madre para mí.

Guardo mi teléfono. La verdad es que estaba entretenida buscando trucos para hacerle pasar un mal rato a ese odioso. Es obvio que él también quiere rechazarme, pero seré yo quien lo haga primero.

A las cuatro en punto, Paul vuelve a anunciar que ha llegado el señorito Damián Carrington y lo ha hecho pasar al vestíbulo.

―Dile que espere un rato ―digo, pero mi madre me agarra de la oreja y me hace levantar a la fuerza para que vaya a recibirlo.

Lo cierto es que sí quería vestirme con menos recato que para la cena, pero esta vez mi madre dijo que me pondría ella misma la ropa como cuando era niña, y tuve que acceder a vestirme como ordenó: toda recatada.

Me suelta cuando llegamos al vestíbulo y me encuentro con Damián, allí, aparentando estar entretenido con la colección de cuadros miniatura que llenan la pared de la entrada. Lo hace muy bien, pero solo para impresionar a mi madre, porque no creo que nada de lo que hay allí retratado le interese.

―Un gusto saludarla de nuevo, señora ―le dice, muy caballeroso.

Como estoy a espaldas de mi madre, me meto el dedo en la boca fingiendo que voy a vomitar, y él solo junta sus cejas con una sonrisa fingida.

Mi madre se vuelve, y finjo inocencia. Pero me mira, haciéndome una advertencia.

―El gusto es mío, Damián, y de todo corazón deseo que pasen una linda tarde ―dice mi madre.

Arrugo la cara, porque eso no va a pasar. Como es de esperar, Damián le muestra su sonrisa de modelo, bastante calculada.

―Así será, se lo prometo ―dice, y me mira―. Nos vamos, Bea. Espero que te guste lo que he preparado para ti ―agrega, y aunque mi ciega madre no lo nota, el muy infeliz se está riendo en su cara.

Suspiro, poniendo los ojos en blanco. Me adelanto en salir, dejándolo atrás. Luego de despedirse, va detrás de mí.

―Creo que la que no tiene modales es otra ―dice cuando pasa por mi lado, haciendo alarde de su altura y su larga zancada.

Frunzo el ceño. Quisiera decir que se ve horrible, pero el idiota tiene lo suyo. Me abre la puerta de su auto y espera a que me suba, pero solo porque mi madre nos vigila desde la ventana del desván de la segunda planta. Luego va directo a subirse.

―Por lo menos yo no finjo ―arguyo.

―Eso es bueno, porque te llevaré a un lugar donde puedes ser tú misma.

―¿Y dónde es? A ver, sorpréndeme ―digo con bastante sarcasmo.

―¿Dónde más? El zoológico ―responde muy socarrón, al tiempo que pone el auto en marcha.

──── ∗ ⋅◈⋅ ∗ ────




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.