Comprometidos por el destino

─ ∗X∗ ─

―¿A dónde vas? ―me pregunta la rubia con la que intentaba pasarla bien, pero que no he podido hacerlo debido a que sigo preguntándome qué hace la loca de Bea.

―Ya vengo.

―¿Es broma? ―pregunta, sacándose las bragas sin ningún problema porque lleva una falda tan corta que no le representa ningún obstáculo.

Junto mis cejas cuando empieza a darle vueltas con su dedo como si fuera una veleta, luego la suelta, la dirige hacia mí, y esta rebota en mi pecho cayendo al suelo. Supongo que quería que me cayera en la cara.

―¿Por qué no la atrapas? ―me pregunta.

―¿Bromeas? ―pregunto yo, y ella entreabre la boca.

―¿Ya no te gustan los jueguitos sucios?

Arrugo la cara. Cielos, flipo. Pongo los ojos en blanco.

―Sabes qué, basta. Tengo que irme.

Pensé que me la pasaría bien, pero Bea la fea no deja de darme vueltas en la cabeza. Debe ser porque esperaba que viniera a buscarme y pedirme muy aterrada, que la llevara de vuelta a casa. Me pongo el saco y, pisando la diminuta braga de encaje, salgo del desván.

Me gusta este sitio porque es privado. Rey me lo tiene reservado para que lo use a mis anchas. La rubia me sigue, casi corriendo, para interponerse en mi paso.

―¿Entonces el rumor es cierto? ―me inquiere.

―¿Qué rumor?

No me gustan los chismes, y menos si se dicen a mis espaldas.

―El de que te vas a casar con una campesina ―dice, haciéndome resoplar.

―¿Quién anda diciendo esas tonterías? ―la cuestiono.

Si bien no me gusta la idea de mi compromiso con Bea, tampoco es algo que sea de conocimiento público. Ella no me responde y solo se ríe de mí.

―Así que el chisme es cierto, pero qué malo eres escondiéndola y dejándosela a la jauría ―sigue hablando.

―¿Qué insinúas?

―Tam está muy molesta por lo que le hiciste, así que, si estás preocupado, será mejor que bajes ―me advierte.

No pierdo el tiempo, y mientras recorro los escalones pienso lo peor. Solo quería hacerle una broma, no que le hicieran daño. Me tropiezo en el rellano con Tam, que ya recordé que ese era su nombre. Ella se interpone en mi camino, cruzándose de brazos.

―¿A dónde vas tan apurado?

―No es tu asunto ―contesto agreste, apartándola de mi camino.

Sigo bajando y mientras lo hago, mi cabeza se llena de malas ideas porque tampoco quiero que esto se vuelva un problema. ¡Mierda!

Sin embargo, al llegar a la sala, encuentro a todos reunidos haciéndole círculo a Bea, que bebe y se baña en cerveza. Eso no es lo peor, sino cómo se le pega al torso la camiseta blanca que lleva bajo la chaqueta de mezclilla.

Voy hasta ella y le arranco el vaso y la botella de tequila que tiene en la mano y de la que está a punto de beber otra vez.

―¡Oye, ¿por qué me lo quitas?! ―chilla cuando me mira y constato que está borracha como una cuba.

Lleva el cabello suelto y todo revuelto. Bea es un desastre, pero lo suficientemente bueno como para que alguno de ellos, como Rey, quiera meterla en su cama.

―¡Suficiente! ―le grito a ella y a todos haciendo que la sala quede en silencio, y como no veo su chaqueta por ningún lado, le pongo la mía y la saco de allí, jalándola de la mano.

Ella protesta, pero eso solo me hace maldecir la hora en que decidí traerla aquí. Ella va protestando por todo el camino hasta que la llevo al auto y la recuesto en la puerta para que no se caiga mientras busco las llaves.

―¡Oye, tú, idiota! ¿Qué crees que haces?

―Eso debería preguntarte a ti, ¿por qué te pusiste a beber de esa manera?

―Porque me dio la gana. Además, para eso me trajiste aquí, ¿no? ―replica.

Luego, empieza a moverse raro y después se lleva las manos a la boca.

Temo lo peor cuando se vomita y, sin poder evitarlo, termina vomitándose encima de mí.

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