Comprometidos por el destino

─ ∗XI∗ ─

Beatriz

──── ∗ ⋅◈⋅ ∗ ────

«Qué demonios me pasó», pienso, llevándome las manos a la cabeza. Después, casi chillo porque está a punto de reventárseme. «Creo que me excedí con los tragos», me digo, mirando a mi alrededor. No reconozco el lugar, y por supuesto que no estoy en mi casa.

Abro los ojos: debe ser de noche. Trato de hacer memoria y mi cabeza duele rememorando lo que hice antes de quedar en este horrible estado. Además, llevo puesta una camisa que no es mía, y por suerte, tengo mi ropa interior. Lo último que recuerdo es que me vomité encima de ese idiota.

Eso me hace reír con mucha satisfacción, pero también que me vuelva a doler la cabeza. La puerta de la habitación se abre y Damián entra por ella. Viste otra camisa y pantalones. Me quedo mirándolo hasta que se sienta en el sofá frente a la cama donde estoy, con expresión furibunda.

―¿Quieres explicarme qué está pasando? ―pregunto, recomponiéndome y con seriedad.

Aunque por dentro, estoy que me parto de risa.

―¿No lo recuerdas? ―me pregunta con sorna y frunciendo el entrecejo.

―Si lo hiciera, no te lo estaría preguntando ―replico con sarcasmo, pero luego tengo que serenarme porque mi cabeza vuelve a doler.

Él me ofrece unas pastillas con un vaso de agua.

―Son para el dolor ―masculla sin mirarme.

Desvío la mirada hacia la ventana porque lo último que quiero es agradecérselo. Fue idea suya llevarme a esa fiesta, y por supuesto que no iba a dejar que se riera de mí. Tal vez he vivido toda mi vida en un pueblo, pero sé más de cultura y buenos modales que él. Además, ya antes había venido a la capital, solo que nunca fue para quedarme.

Cómo desearía venir solo de paseo o a alguna actividad estudiantil. Suspiro con fuerza antes de recibir lo que me entrega.

―¿Te pasaste? ―me recrimina.

―¿Debo preguntarme de quién es la culpa? ―replico―, ¿o me estás reclamando por tener que cambiarte de ropa?

―Eso es lo de menos ―dice, todavía haciéndose el ofendido.

―¿Entonces estabas preocupado por mí? Creí que no te importaba lo que hiciera ―espeto, haciendo que resople con fuerza y me mire más enojado.

Después se serena.

―Ni al caso. Solo quiero arreglar esta situación. No empeorarla.

―Debes estar de broma, o tu cerebro sigue fundido ―digo, sacándole un bufido.

―Puedes parar.

―¿Y tú? ―le reto―. ¿Por qué no empiezas por decirme dónde estamos y mi ropa?

―Seguimos en el mismo lugar, y tu ropa, por supuesto, está hecha un asco.

―¿Por eso me pusiste esta horrible camisa?

―¿Horrible? Tu gusto sí que es horripilante ―responde a la defensiva, y cuando voy a replicarle, la puerta se abre y otro chico entra por ella.

Sin embargo, nada que ver con él o con alguno de sus amiguitos que estaban en la fiesta. Me resulta un simpático ñoño de lentes.

―¡Oh! Lo siento ―dice cuando me ve. De inmediato, cierra sus ojos y se da la vuelta.

―¡Detente ahí, Jude! ―lo reprende Damián, y este se queda tieso dándonos la espalda.

―¿Por qué no me dijiste que no estaba vestida? ―lo cuestiona ese tal Jude, que me resulta conocido de algún lado.

―Tranquilo, te aseguro que no hay nada interesante que ver ―dice ese idiota con arrogancia, y yo le arrugo la cara, mostrándole mi dedo.

La puerta se abre de nuevo y esta vez entra Tracy, trayendo una bolsa de viaje. Esta viene directa a donde estoy y me la tira.

―Traje lo que me pediste, pero recuerda que te costará caro ―le advierte a Damián, y luego se dirige hacia mí―. Ya veo que estás decidida a convertirte en una zorra ―agrega.

―¡Que te den! ―refunfuño contra ella, aunque no tengo idea del porque ha venido con eso hasta aquí.

──── ∗ ⋅◈⋅ ∗ ────




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.