Damian
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Quiero pensar que Beatriz es alguien tonta que actúa solo por el impulso y las acusaciones infundadas, pero algo me dice que ella está jugando con fuego, o eso intenta hacer.
―¿Qué me miras, pervertido? ―me pregunta, haciéndome resoplar.
―No te estaba mirando, tampoco hay nada bueno que ver ―digo, y ella lanza un bufido.
―Lo mismo digo ―repone, adelantándose.
Como me lo ordenó mamá, la llevo a la habitación que ocupará esta noche. La verdad es que desearía no estar haciendo esta tontería, pero para ser justo con mi conciencia, he sido yo quien lo ha planificado, aunque es algo así como “un control de daños” que salió peor.
No me cabe duda de que lo está tomando todo a su favor. Lo cierto es que quiero acabar con este estúpido compromiso, pero tampoco quiero quedar como el idiota y ella la reina.
―¿A dónde vas? Es por aquí.
Me detengo para señalarle el lado correcto, ya que parece ir a sus anchas camino a donde queda mi habitación. ¡Qué diablos!
―Tu madre y tus hermanas esperan que te comportes como un caballero conmigo, así que empieza a hacerlo.
―¿De qué demonios hablas?
―¿Ya olvidaste lo que hiciste en la cena? ―me increpa cuando se acerca―. ¿O quieres que les cuente lo que me hiciste hacer en esa fiesta? ―murmura, inclinándose para que solo yo la escuche.
Resoplo con fuerza.
―¿O sea que yo te obligué a beber como una loca?
―Podría afirmarlo casi en un noventa y nueve punto nueve por ciento.
¡Qué rayos con esta mujer!
―¿Bromeas?
―¿Por qué bromearía con algo tan serio?
―Lo pregunto porque me está dando la impresión de que no quieres acabar con este compromiso ―expongo con bastante sarcasmo, haciendo que esta vez quien resople sea ella.
―¡Ni al caso! ―espeta.
―Lo mismo digo ―le devuelvo sus palabras.
―¡Bien! ―exclama, pero luego me agarra del cuello de mi camisa―. El asunto es que quieras o no, puedo meterte en problemas ―agrega, espantándome.
―Dime a qué demonios juegas ―gruño la pregunta, sintiendo su aliento caliente en mi oído.
―Simple, para que esto acabe de forma irremediable, tenemos que invertir los papeles.
―¿A qué te refieres? ―inquiero.
Parece que me he vuelto tonto y no estoy entendiendo su estrategia, si es que tiene una.
―Es simple ―repite, exasperándome.
―¿Por qué no hablas claro?
―Ya veo que eres bastante lento.
―Entonces ilumíname.
―Es muy simple de entender y lo debería ser hasta para un descerebrado como tú.
Me está dando la impresión de que solo busca sacarme de quicio.
―Ya basta con los insultos.
―De acuerdo ―dice, empujándome por el pecho contra la pared. ¡Qué diablos! Solo me dejo porque parece que dirá algo conveniente―. Te lo pondré de esta forma, y ya que estás acostumbrado a conseguirlo todo, ¿Qué tal si la que te deja soy yo?
―Te dije…
¡Qué rayos! No me deja decir nada más porque me tapa la boca con la mano.
―Si ellas ven que no consigues nada después de haberte humillado y rogar mi amor...
―¡Un momento!
―¡Cállate y escucha! ―¡Qué carajos con esta mujer!―. Es obvio que te complacerán en eso, ¿no?
―¡Estás loca! Ni creas que voy a hacer esa estupidez.
―Como quieras, entonces lo haremos de la manera más rápida ―dice, alejándose y empezando a caminar por donde llegamos.
La agarro de la muñeca por impulso, deteniéndola.
―¿Qué intentas ahora?
―Humillarte yo misma. Seguro que a tus padres le dará mucha vergüenza que alguien ajena a la familia hable de esas cosas. Ya sabes, esas fiestas clandestinas para fumar, beber y aspirar cosas ilegales.
―¡Eso no es cierto!
―En ese caso, debiste llevarme al zoológico ―me dice, soltándome y sonando un poco amenazadora.
Esa mujer me hace tragar con fuerza, y lo peor es que ya ni siquiera puedo pensar en que es fea.
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