─ ∗XV∗ ─

Beatriz

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Supongo que he hecho una «gran jugada», algo que ese tonto ni se esperaba. Tampoco es como si hubiera deseado llegar hasta este punto, pero la situación lo amerita. Sé que todos los que se han enterado darán por sentado que mi compromiso fracasará, porque nadie consideraría que soy alguien que esté a la altura del gran Damian Carrington.

Un hombre con una cara de postal que todas quieren enmarcar para colgar en sus habitaciones. Es como un marido trofeo, y aunque no niego que hubiera querido alardear de ello, es real cuando afirmo que no estamos hechos el uno para el otro.

Y si no hubiera sido por este compromiso, jamás estaríamos a tan poca distancia. Si hubiese sabido que aquella visita era un mal presagio de lo que acontecería a futuro, tal vez seguiría comportándome igual, pero lo habría visto desde otro punto, porque sabría a lo que me enfrentaría con el tiempo.

Pero decidieron revelarlo todo cuando ya me había acostumbrado a la idea de que aquel niño engreído jamás querría estar cerca de mí. Aunque, sigue siendo de ese mismo modo, y si él no lo quiere, yo tampoco lo haré, aunque en el fondo hubiese guardado una mínima esperanza.

Después de ver noticias e incluso haber leído notas sobre sus gustos, es obvio que no encajo en ninguno de ellos, por lo que al final este compromiso es un absurdo sin sentido y estoy convencida de que no era la persona que tenían en mente para entrar en su familia.

A lo mejor y secretamente, sus padres desean que esto fracase, y es por eso que lo haré a mi manera.

―En serio que estás loca ―me dice cuando se recompone de la sorpresa y se arregla la ropa.

―Te aseguro que es la única salida que tienes.

―Muy graciosa. Jamás le he jurado amor eterno a ninguna, ¿y esperas que lo haga por ti?

―Tendría sentido, estamos comprometidos.

―No por gusto, y tú también lo llevas claro.

―Así es, pero para que acabe de la mejor manera.

―Debo perder mi dignidad.

―Un poquito no te haría daño.

―Me niego.

―Entonces…

―Tiene que haber otra manera.

―Tu fama lo amerita.

―Cielos, solo harás que me convierta en el hazmerreír de mis amigos ―protesta.

La verdad es que tengo muy claro cuánto ama tanto a su ego como su orgullo. Se nota cuando decide con quién pasar el rato.

―Supongo que es aquí ―digo cuando llegamos al otro pasillo de las habitaciones.

Y lo es, porque Tracy abre la puerta y nos mira a los dos.

―Te queda media hora para arreglarte ―me dice, alejándose de la puerta.

Me vuelvo hacia Damián, quien pone los ojos en blanco.

―Solo tomamos el camino más ceremonial, ¿bien?

―Sí claro, pero te ha salido el tiro por la culata. Medítalo y cuando tengas una respuesta solo dímela.

―No me digas, ¿y esperas que diga que sí a tu horripilante idea?

―Claro, así te irá mejor, así que empiézame a tratar con dulzura, señor caballero ―le digo espantándolo, adentrándome en la habitación.

Cierro la puerta y me vuelvo hacia Tracy.

―Supongo que dieron un interesante paseo ―dice, sentada en uno de los sillones de la habitación, limándose las uñas.

Es grande y espaciosa, y obvio para dos. Miro que ha acomodado sus cosas y ha dejado mi bolso sobre una de las camas.

―Ni creas que haré todo por ti, no me pagan lo suficiente ―continúa.

Me acerco hasta ella.

―¿Cuánto te pagó para que le siguieras el teatro?

―Págame el doble y te lo digo ―aduce, poniéndose en pie.

―¿Por qué aceptaste? ―la inquiero―. No creo que haya sido por ayudarme ―agrego cuestionándola.

―Por dinero, ¿por qué más? ―repone, yendo hasta el vestidor.

Tracy es mi hermana, pero siempre he pensado que me odia. En el fondo nuestra relación es como lo que siento por Damián. No hay caso. Mi intención es irme de casa para hacer mi vida a mi manera, no para casarme con el idiota con quien el vínculo es casi igual.

Por lo que es mejor mantener distancia de todos ellos. Si pienso en mamá no me preocupa porque Tracy llena más sus expectativas que yo, y es en cuanto a que sus ambiciones son mucho más altas que las mías.

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