Damian
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Siempre suelo tener cenas formales con mi familia, pero porque son parte de nuestro protocolo. Sin embargo, todo siempre tiene un estricto orden que hay que cumplir, por lo que llega a ser algo muy dirigido y pragmático. No obstante, toda nuestra vida ha sido así, regida bajo las normas que nos impone el estatus nobiliario arraigado de generaciones.
La presencia de Beatriz en la mesa no debería alterar ese orden. Pero lo altera, y a mí, todavía más. Frunzo el ceño en su dirección al recordar sus palabras.
¿Humillarme yo?
¡Ni muerto!
―Nos place mucho que quieras acompañarnos este fin de semana ―le dice mi padre.
―Soy yo quien debe agradecerles que quieran llevarnos ―ella dice con una modestia tan falsa como su risa.
―¡Y por supuesto que queremos! ―exclama la ingrata de mi madre, y luego me mira―. Todavía estoy muy sorprendida de que la iniciativa haya sido de nuestro Damián, porque eso refuerza sus intenciones de que te sientas bienvenida.
¿Por qué mi madre no se calla? ¡Solo es un maldito control de daños!
―Bueno ―habla ella mirándome con su cínica sonrisa―, eso me alegra bastante, porque no es difícil para mí sentirme como una extraña ―añade, y yo arrugo el ceño.
―Ya verás como pronto te integras a la familia ―manifiesta mi hermana mayor, Hellen, mientras le hace ojitos a su prometido, con quien está ya haciendo los preparativos para casarse.
―Estoy muy de acuerdo con Hellen ―repone Rossana, la del medio, secundándola.
Pongo los ojos en blanco. Todos están en mi contra y me pregunto el porqué de tanta ceremonia para esa chica. La cena acaba sin yo mencionar ni una palabra, solo gestos de los que se mofa Bea y que le son indiferentes a su ambiciosa hermanastra.
―¿Vienes un momento conmigo? ―me pregunta mi padre cuando estoy por largarme.
Me hace una seña para que vaya con él hasta su despacho. No dice nada mientras caminamos, un indicio de que es algo que tiene para decirme en privado. No me molesta, porque la verdad también tengo algunas cosas que reprocharle.
―Cierra la puerta ―ordena, yendo después a sentarse en su sillón preferido y prepararse un habano para fumar.
―Mamá no quiere que hagas eso aquí ―le recuerdo.
Él no hace caso y de todos modos corta el extremo del tabaco. Cuando lo tiene en la boca me hace un gesto para que le ayude a encenderlo. Busco el encendedor.
―Ve y abre la ventana.
Obedezco, aunque mirándolo con cautela. Si algo somos mi padre y yo, es ser cómplices a pesar de la tensión que haya entre ambos. Abro la ventana dejando entrar un poco de la corriente fría de afuera.
Entonces se pone en pie para expulsar su primera bocanada de humo.
―¿De qué quieres hablarme? ―pregunto recostando mi cadera sobre el alféizar con los brazos .
―No quieres este matrimonio, ¿verdad?
Eso me hace reír.
―Creo que lo sabes desde el principio, pero no deberíamos haber tenido esta conversación antes de la otra en la que me obligabas a aceptarlo ―le reclamo.
―Eso era algo que tenía que hacer.
―¿Y bien?
―Quiero que sepas que tampoco lo queremos, pero es inevitable.
Papá me hace resoplar de soslayo.
―No hay nada nuevo en eso.
―Sabes que en esto también está en juego nuestra posición desde que el rey ha dado su aprobación. Lo entiendes, ¿verdad?
―Debe haber una manera para acabarlo sin que terminemos perdiendo su beneplácito ―comento, con un encogimiento de hombros.
Mi padre lanza un resoplido.
―¿Por qué no ves las ventajas?, ya te lo he dicho. No siempre te casas con quien quieres sino con quien debes.
―¿Es una queja contra mamá? ―pregunto sin nada de formalidades.
Mi padre en vez de enojarse se echa a reír.
―Tu madre tal vez no era mi elegida, pero te aseguro que es la correcta.
―Bien, ¿y aseguras que Beatriz es la correcta?
―Quizás no para ti, pero sí para lo que necesitas. Sabes que no tengo problemas en que tengas tus jueguitos de vez en cuando, sin embargo, es necesario guardar el orden para que el resultado no se altere.
―¿Y si sucede?
―Ya te he dicho…
―¿Qué tal si es ella quien decide terminarlo?
―Eso sería muy reprochable, esto al fin de cuentas tiene un peso tradicional.
―¿Y si sucediera? ―continúo a pesar de su perorata.
―¿A dónde quieres llegar?
―A qué vas a prestarme atención cuando veas que es ella quien arruina todo esto ―respondo bastante decidido, aunque el proceso para conseguirlo signifique arrastrarme, lo que me causa repelús.
―Si eso sucede, pediré una audiencia con el rey y expondré el caso, pero esto tendrá graves consecuencias por anular una promesa. ¿Ya entiendes por qué no debes ser el primero en dar un paso al costado? Por lo que estas serían para ella y su legado familiar ―expone mi padre, y lo cierto es que no me interesa cuáles sean mientras pueda recuperar mi autonomía.