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Después del desayuno tomamos un descanso para prepararnos para la cabalgata. La villa de mis padres es bastante grande y tiene una amplia ladera que sirve para ejercitar a los caballos. Lo hacemos cuando se acerca el torneo de Polo, el cual practicamos mi padre y yo.
La ladera termina en la laguna natural que está dentro de la propiedad, alimentada de forma subterránea por el río Stour. Solo es posible navegar en barca con remos porque no tiene mucha profundidad, pero Rossana tiene razón en que es un paisaje muy bonito, además de silencioso.
Cuando quiero estar solo suelo llegar allí a meditar mientras cabalgo. Pero esta no será esa ocasión.
―Puedes venir con nosotros si quieres ―le digo a Jude, y él se ladea hacia mí.
―¿Estás seguro?
―Sí, también te gusta cabalgar, ¿no?
―Pero no soy tan bueno como tú.
―Tal vez necesite a alguien que se quede atrás con Bea ―me mofo un poco, y él tuerce la mirada.
―¿En serio vas a dejarla? ―me pregunta de repente.
Su tono es como si no estuviera convencido de ello.
―Ya está decidido, pero no puedo hacerlo de la noche a la mañana.
―Bien, pero deja de hacer tonterías para avergonzarla.
―No lo haré; al contrario, me comportaré como un caballero.
―¿Seguro tu plan no es hacerla caer por el barranco?
―Me encantaría, pero tampoco quiero ir a la cárcel ―repongo con bastante sarcasmo.
Una empleada llega y ambos hacemos silencio.
―Ha llegado una visita, y lo esperan en la sala.
Ambos, él y Jude, se miran las caras, pero este último me observa ceñudo.
―Gracias, ya voy para allá ―le digo a la mujer, y esta se marcha enseguida―. Espero que no sea quien pienso.
―¿Quién? Solo espero que no hayas invitado a una de tus amigas para molestar a Bea ―me dice, gruñón.
―No lo he hecho, pero conociendo a Catherine, no dudo que haya adelantado sus ganas de venir a conocer a Bea.
―Entonces deberías ir a comprobarlo ―aduce Jude.
―Bien, pero prepárate para cabalgar con nosotros.
Lo dejo en la biblioteca y me voy rápido hacia la sala de descanso. Allí están mis hermanas, mi madre, Bea y su hermana, además de la visita no tan inesperada: Catherine. Apenas me ve, ilumina su cara con una gran sonrisa y se acerca a mí.
―Decidí pasarme antes y justo para acompañarlos a cabalgar.
Cielos, hasta se autoinvitó, y dudo que le hayan dicho que no. Mi madre la aprecia, aunque mis hermanas no tanto, porque cada vez que venía a verme solían pillarla escabulléndose a mi habitación.
―¿Están de acuerdo? ―pregunto.
―Por supuesto que sí ―responde Cate, mirando de reojo a Bea―. ¿Verdad, señora Carrington? ―pregunta directo a mi madre.
―Sí, querido, nos alegra ver que Catherine está de vuelta y ella siempre es bienvenida en esta villa.
―Siendo así, preparémonos para salir, el sol no demora en estar en lo alto ―digo sin más remedio.
―Sí, vayamos. Ya he pedido que se adelanten con la cesta para el picnic ―avisa mi madre.
―Excelente, había extrañado mucho los almuerzos junto al lago. ¿Verdad que eran divertidos, Damian? ―me pregunta, y dudo que lo haga con buena intención.
Miro de reojo a Bea y su cara es todo un poema. Suspiro bajo y pido que todos nos pongamos en marcha hacia el establo.
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