Compromiso De Élite

11

ALESSANDRO BELMONTE

Entro de golpe al edificio y camino rápidamente hacia las oficinas. Al llegar, mis ojos recorren la estancia, deslizándose con suspicacia de Isabella a Francesco y luego de nuevo a Isabella.

—Alesso —susurra Francesco con diversión—, llegaste en una exhalación.

Francesco se acomoda con excesiva despreocupación en la silla de Isabella.

—Deberías haber llegado sin prisa. Estaba intentando persuadir a esta belleza para una cita.

Estrecho los ojos en dirección a Francesco. No me agrada la ligereza con la que aborda el asunto. Luego me vuelvo hacia Isabella.

—Isabella, tu chofer te espera en el vestíbulo. Puedes retirarte ahora.

—Perfecto, un placer, Francesco —Isabella parece aliviada con la orden. Toma su bolso de la mesa y se encamina hacia la puerta con una urgencia innecesaria.

Francesco, completamente atento, se levanta y la acompaña hacia la salida.

—Fue un gusto, Isabella. Nos encontraremos por ahí —le guiña un ojo mientras le sostiene la puerta, despidiéndola con una sonrisa pícara.

Isabella le dedica una sonrisa de cortesía.

—Gracias —le dice, luego se vuelve hacia mí, con gesto fruncido—, adiós.

Asiento con la cabeza y me hundo las manos en los bolsillos, intentando controlar la creciente irritación en mi interior.

Una vez la puerta cerrada, retengo a Francesco en la oficina.

Lo observo en silencio durante unos instantes antes de abrazarlo brevemente, un gesto cálido que apenas dura unos segundos. La sonrisa se instala en mi rostro, igual que en el de mi primo. Aunque su ligereza con Isabella me incomoda, Francesco no está al tanto de todo, así que no puedo reprochárselo.

Comenzamos a hablar de negocios y anécdotas mientras bebemos whisky, toda va bien, pero entonces Francesco toca el tema de Isabella.

—Me gusta tu secretaria. Me gustaría conocerla mejor, obviamente no interferiré con su trabajo —comenta Francesco, rompiendo el buen ambiente.

Le sonrío, comprendiendo por qué le puede gustar Isabella. ‘¿Quién no quedaría prendado de ella?’

— De ninguna manera. No puedo permitirlo.

Me observa absorto.

—¿Por qué no?

—Porque me gusta... y mucho. Solo espero el momento adecuado para decírselo.

Francesco estalla en una carcajada, aparentemente divertido por mi confesión.

—Llegué tarde ¿eh?

—Muy tarde —aseguro—. Detén tus intentos de conquista. Ella es… especial para mí.

Francesco arquea una ceja, mostrando cierta curiosidad.

―Es la primera vez que te escucho decir algo así sobre una mujer. Ahora me pica la curiosidad ―Francesco deja escapar una risa breve—, pero no pretendo jactarme, primo. Tu secretaria me ha llamado la atención.

—No insistas, hombre. No encuentro gracia en esta charla.

Francesco frunce el ceño y niega con la cabeza.

—Hablo en serio, Alessandro. Y, por cierto, es la oportunidad perfecta para saldar un antiguo favor —‘¿favor’?—. Sé que no hay nada entre ustedes dos. Ella misma me lo ha confirmado; por lo tanto, aún no puedes reclamarla.

—No necesitamos discutir esto. Puedes tener a la mujer que quieras, pero Isabella está fuera de tu alcance.

—Recuerda el favor…

Recuerdo cómo Francesco renunció a una mujer que nos interesaba a ambos, y cómo aquello lo dejó devastado. Pero aunque aprecio a Francesco, no permitiré que se entrometa entre Isabella y yo.

—Eso fue en el pasado —arguyo. Francesco aprieta los labios—. Cometí un error, pero ya he pedido disculpas.

Estoy decidido a luchar por Isabella. Aprecio a Francesco, pero no permitiré que me aleje de Isabella.

 

ISABELLA STERLING

Al día siguiente, un aroma embriagador de rosas rojas recién cortadas llena mi escritorio. Al leer el mensaje en la tarjeta, una sonrisa aflora en mi rostro:

"Para Isabella:

Mi mente insiste en pensar en ti.

¿Podríamos cenar juntos esta noche?

Francesco."

Estoy absorta en el aroma de las flores. Son tan frescas, tan cautivadoras, y sé que su fragancia poco a poco perfumará toda la oficina.

Justo en ese momento, entra Alessandro, cuyo paso firme resuena por el pasillo mientras se dirige a su despacho, obligado a pasar cerca de mi escritorio.

—¿Quién te envió esas flores? —pregunta con su característica voz contundente.

Me quedo sin palabras, congelada ante su presencia. Alessandro se aproxima y toma la tarjeta que acompaña el ramo.

—¿Francesco? —sus cejas se fruncen y, sin vacilar, arrebata el ramo de mis manos y se encamina a su despacho, tirando despiadadamente mi regalo a la basura.




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