Compromiso De Élite

12

ISABELLA STERLING

La intranquilidad me carcome mientras fijo mi mirada en el reloj de pulsera. Alessandro tenía una reunión esta mañana con la junta directiva, y ya son las diez, pero aún no hace acto de presencia en su oficina.

‘¿Qué habrá ocurrido?’. Una mueca de preocupación se instala en mi rostro.

Anoche trabajamos hasta tarde, preparándonos para la presentación de hoy, ‘¿y dónde está ahora?’ Inquieta, decido ir a la oficina de Estella para obtener alguna pista.

—Estella, perdona que te moleste, pero... ¿Sabes dónde está Alessandro? —mi ansiedad es palpable.

—Está en su departamento. Ordenó no ser molestado —Estella frunce el ceño, añadiendo un matiz de curiosidad.

—¿Está… está solo? —mi tono insinúa posibilidades que me incomodan.

—No lo sé —Estella me sonríe, aguardando una reacción que no le daré.

No necesito especular sobre asuntos personales de mi jefe, aunque su ausencia me desconcierta.

Sé que su apartamento no está lejos, está relativamente cerca, pero descarto la idea de ir, así que llamo una y otra vez. Lamentablemente no tengo éxito. Mis hombros caen al comprender que Alessandro no responderá. Su comportamiento es tan irresponsable. Seguramente, está en su cama, y seguramente, enredado en sus sabanas con otra mujer.

‘¡Iugh!’. Odio la idea de imaginarlo así, una ola de celos se agita en mí.

Su actitud es desconcertante. Aquella vez, cuando me besó en la oficina, hubo un destello intenso de deseo en sus ojos. Me ilusioné con la posibilidad de que me deseara en verdad, pero luego se tuvo que retractarse y romper mi ilusión. Me sentí rechazada… utilizada…

Y ahora último, cuando Francesco me regaló flores, Alessandro adoptó el papel del de un novio celoso.

‘¿Qué rayos espera de mí?’ Esta confusión me atormenta.

Bien… bien. Dejando los recuerdos de lado. Estoy furiosa. Anoche trabajamos incansablemente para la presentación que él mismo apremiaba. Ahora, está en su apartamento, probablemente con otra persona. Es injusto. Casi cancelo mi cena con Francesco por la presión de Alessandro. Afortunadamente, Francesco organizó esa maravillosa cena improvisada en la azotea.

‘¡Alessandro es un idiota desconsiderado e irresponsable!’. Pienso con una mezcla de rabia y decepción.

Rodeada de rabia, salgo de mi cabina y me encamino hacia el ascensor. Necesito hacerle entrar en razón. Si es necesario, lo sacaré de su cama, lejos de su amante.

Corro con todas mis fuerzas hacia su edificio. Luego de un tiempo, me deslizo dentro, pasando desapercibida para el distraído chico del vestíbulo. Al llegar al piso que indicó Estella, noto que la puerta está entreabierta.

Ingreso con precaución, dejando escapar un susurro preocupado al llamar su nombre.

Es la primera vez que pongo un pie en el lujoso departamento de Alessandro. La sala de estar emana calidez y comodidad: un sofá de cuero de diseño moderno, una enorme pantalla de televisión, un enorme piano negro mate y un libro de inversiones descansando en el mueble aledaño al sofá. La decoración es elegante y masculina, con una alfombra oscura abrazando el suelo y con las paredes pintadas de un blanco humo.

—¿Alessandro? —mi voz se pierde en la estancia.

Veo una puerta entreabierta que parece conducir a su habitación, y me acerco con precaución. Empujo la puerta despacio y me encuentro con Alessandro tendido en su cama, con el pecho contra el colchón. Con gracia, sus brazos se extienden a los lados, delineando la esculpida amplitud de sus hombros. La toalla, apenas ceñida a la cintura, revela contornos musculares que danzan a la luz tenue que se infiltra por las cortinas. Cada pliegue de la tela se convierte en un marco sugerente para la obra maestra que es su figura desnuda. La atmósfera se carga a medida que lo voy observando. Es como si la sencillez del momento me invitara a detenerme y admirar.

‘¡Jesucristo! Realmente tiene un cuerpo increíble’.

Me aventuro hacia él, preguntándome si tendrá alguna compañía escondida por ahí. Pero no encuentro rastro alguno de ropa, zapatos o prendas femeninas en la habitación.

Me acerco más a Alessandro, sintiendo una mezcla de inquietud y curiosidad.

‘¡Dios mío! ¿Qué le pasó?’. Me sorprenden los llamativos moretones en su espalda, brazos y rostro.

Entonces recuerdo a Francesco. También tenía moretones. Mi corazón late con fuerza. ‘¿Quién les habrá hecho esto?’

Toco su hombro suavemente para despertarlo. Está ardiendo de fiebre y su rostro tiene matices rojos, rastros del calor de lo atormenta.

—Alessandro, despierta —susurro.

Él emite un gemido de descontento.

—Déjame en paz.

—¡Estás que ardes! —exclamo, con un toque de preocupación en mi voz.

—Lo sé —responde, con los ojos aún cerrados, pero una sonrisa pícara asomando en sus labios.

Mi rostro se enciende repentinamente.

—¡No, no me refiero a... eso! Quiero decir, estás ardiendo de fiebre.




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