Compromiso De Élite

14

ISABELLA STERLING

—¡Esto es tan embarazoso! —me quejo, saliendo de debajo del escritorio de Alessandro—. ¡Ay!... me duele muchísimo la espalda.

Busco a mi alrededor, lista para disculparme, pero Richard ya no está. Alessandro tuerce los labios con aire culpable.

—Lo siento. Vamos a mi departamento, te daré un masaje en la espalda —extiende la mano hacia mí.

Retrocedo, apartándome de su alcance.

—¡No, quita tus manos de encima! Siempre consigues ponerme en estas situaciones vergonzosas.

Alessandro niega con la cabeza.

—¿De qué hablas? Eso fue inesperado. No te preocupes, la próxima vez me aseguraré de que la puerta esté cerrada con pestillo.

—No habrá una próxima vez. Esto fue un error.

—¿Un error? —frunce el ceño, pero luego esboza una sonrisa al recordar sus palabras anteriores—. Estás molesta. Lo siento si insinué que besarte fue un error. Fui imprudente al decir esas cosas, te lo aseguro, las lamento. Solo lo mencioné porque pensaba que era lo mejor para ti —exhala un suspiro pesado—. No lo reflexioné, quería llevarte conmigo a Roma, pero luego caí en cuenta de que mi padre tenía razón, no debería lastimarte. Y, sin embargo, cuando te veo, todo se vuelve confuso. He intentado sinceramente alejarte de mí, pero no puedo resistir estar lejos de ti. Y sé que tú también sientes lo mismo.

—Estás equivocado. No siento nada por ti. ¡Dios! Deberías de dejar de ser tan engreído —trago saliva, levanto la barbilla y lo enfrento con audacia, mirándolo directo a los ojos.

Él deja escapar un gemido cansado.

—Me estás mintiendo.

—No lo hago —echo la cabeza hacia atrás y coloco las manos en las caderas, desafiante.

—¿En serio? Ven aquí y te demostraré que estás mintiendo. Me quieres tanto como yo a ti, no lo niegues. Me correspondiste el beso —se acerca, pero logro esquivar su intento de contacto.

—Solo es atracción carnal, algo que puedo controlar.

—Entonces, ¿tu cuerpo te obliga a corresponderme, eh? —ríe—. Es justo lo que siento por ti, aunque intente negarlo, no puedo evitarte.

—No hagas suposiciones erróneas, Alessandro —mi voz suena firme y decidida.

—Está bien. No lo haré —responde resignado.

Encojo los hombros y me encamino hacia la puerta.

—¿A dónde vas? Aún no hemos terminado —me detiene.

Suspiro, algo exasperada.

—¿Qué quieres?

—Sabes lo que quiero, Isabella —su tono es persistente.

Me tenso, apretando los dientes.

—Por favor, Alessandro, déjame en paz. Estoy aquí para concentrarme en mi entrenamiento.

Él gime agobiado y prosigue con resolución.

—Lo sé, pero intentémoslo. Comencemos de nuevo, conozcámonos mejor. Tengamos una cita.

—No.

—¿Por qué no? —'Porque eres un mujeriego y ya me heriste. No quiero enamorarme de un chico como tú'. Me recuerdo a mí misma con fuerza.

—Solo tengo una cita a la vez. En este momento, es Francesco quien ocupa mi tiempo.

—¿Qué? —su voz suena como un trueno distante.

—Escuchaste correctamente.

—¡Maldición! ¿Por qué estás con él? Te advertí que no era hombre para compromisos.

—Te equivocas, es distinto a ti.

Alessandro se tensa instantáneamente, el enojo desborda en su mirada.

—No permitiré que continúes con él.

—No te pedí permiso.

—Terminarás lastimada, Isabella.

—¿Como tú me lastimaste a mí? —mi respuesta lo deja sin palabras, un silencio tenso llena la habitación.

 

ALESSANDRO BELMONTE

Sé que la lastimé, y no quiero volver a hacerlo. Mis sentimientos por Isabella van más allá de la mera atracción, es algo único. Si llegamos a tener una relación, siento que durará más que semanas, incluso más que un mes, quizás un año, o incluso más. Solo quiero estar con ella siempre, y la sola idea de perderla me resulta insoportable.

—Nuestro compromiso sigue pendiente, por respeto, deberías salir solo conmigo —insisto, tratando de convencerla.

La ceja de Isabella se arquea con determinación.

—No, ya no hay ningún compromiso. La promesa se acabó, se canceló, se borró. Así que no insistas.

—Por favor, Isabella —casi suplico.

—Francesco es honesto con sus intenciones. Me respeta y presta atención a lo que me importa en la vida, mis sueños, mis anhelos y preocupaciones. Puedo hablar con él sobre todo. No es un casanova como tú. Es un buen hombre —me lanza una mirada fulminante—. Y no me besa sin previo aviso, no es un hombre sin caballerosidad como tú.




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