Compromiso De Élite

SUENAN LAS CAMPANAS

En el esplendor del sábado neoyorquino, Alessandro e Isabella dieron vida a una escena digna de las más cautivadoras anécdotas maritales. Los susurros de los asistentes se entremezclaban con el palpitar acelerado de los corazones, como si la ciudad misma guardara silencio para presenciar aquel amor desbordante.

Envueltos en un aura de complicidad, los novios irradiaban la certeza de un amor profundo, un lazo tejido por el destino y sellado por el tiempo. Entre los murmullos del gentío, los votos, pronunciados con una convicción palpable, resonaban en el aire sereno de la tarde.

—Te amo más allá de las palabras, Isabella —susurró Alessandro con una mirada cargada de promesas eternas—. Eres mi único amor verdadero, el milagro que la vida me ha otorgado. Con cada latido de mi corazón, te prometo sostener y venerar, apoyarte y cuidarte. Estaré firme a tu lado, mi mano siempre buscando la tuya, sin importar los giros que la vida nos reserve. Te tomo como mi esposa ahora y por toda la eternidad.

Las palabras de Isabella, llenas de convicción y ternura, se alzaron con una promesa igualmente profunda.

—Alessandro, en este día te tomo como mi esposo. Prometo amarte sin límites, consolarte en los momentos de turbulencia, ser tu aliento en la búsqueda de tus sueños. Estaré ahí para compartir risas y lágrimas, creceremos juntos en mente y espíritu, mantendré mi sinceridad y sostendré tu ser hasta que el aliento nos abandone.

El universo pareció contener la respiración cuando sellaron su unión con un beso tan apasionado como eterno. Los aplausos resonaron, una ovación que no solo celebraba el amor entre dos almas, sino también la realización del sueño acariciado por sus padres. Sus corazones henchidos de dicha palpitaron al unísono, viendo con orgullo y felicidad el cumplimiento de su anhelo más ansiado: la unión inquebrantable de sus amados hijos.

 

***

 

En la quietud lujosa de la limusina, Alessandro e Isabella encontraron un atisbo de intimidad, un momento para susurros íntimos en el torbellino de la celebración.

—Tu belleza, Isabella, es asombrosa. Aún me cuesta creer que ahora seas mi esposa —musitó Alessandro, sus palabras apenas escapando de sus labios.

—Créelo, Alessandro, soy completamente tuya —respondió Isabella, estremeciéndose ante el dulce tacto de sus labios.

—Me has convertido en el hombre más afortunado. Honraré nuestros votos, te amaré y cuidaré eternamente —susurró en su oído, lleno de promesas.

—De acuerdo, solo tengo una petición, me gustaría que tu lado insaciable se alimente solo en la alcoba —sus ojos danzaban con provocación—. No más momentos vergonzosos ¿sí?

—Eres una auténtica alborotadora —gimió Alessandro.

La espera se hacía insoportable para Alessandro durante la recepción. Dos semanas habían transcurrido desde su último encuentro bajo las sábanas. Ansiaba el momento de estar a solas con ella, demostrarle su amor y devoción.

El momento ansiado llegó cuando partieron hacia su luna de miel, volando a las Islas Maldivas en el avión privado de Alessandro.

—Finalmente, la privacidad —sus ojos destellaron con malicia.

Ella se aferró a su abrazo.

—Uhm... todavía me asusta volar.

—No te preocupes, te entretendré. Apenas notarás cuando aterricemos en Hulhulé —su aliento acariciaba su rostro.

—Sé en qué estás pensando. Eres un hombre descarado de verdad.

—Y adoras mi descaro —rió Alessandro y se la llevó en brazos.

—Por completo —susurró ella, ocultando su rostro en su cuello.

Al llegar al dormitorio privado en la parte trasera del avión, Alessandro cerró la puerta de un golpe. La enorme cama estaba cubierta de pétalos de rosas y una botella de champán reposaba sobre la mesita. La penumbra confería un aura romántico al lugar.

Alessandro no tardó demás para besarla con ardiente intensidad, de repente, ella le susurro algo caliente y perverso y sus ojos se oscurecieron en varios tonos.

—Eres traviesa, querida —gruñó, deshaciéndose de su chaqueta y mandando a volar todos los botones de su camisa.

Isabella rió y rodeó su cuello con sus brazos.

—Te amo.

—Te amo, Isabella Belmonte —murmuró él, entregándose a la pasión que ardía entre ellos.




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