Con amor, Clov - Consejos de escritura

Mostrar, no contar

Noviembre, 3. 1893.

 

Mi nombre es Clover Lorraine Rose, pero me gusta firmar con C.L.Rose. Algunos me dicen Clov, otros Rose, algunos me llegan a llamar C. Tengo 22 años y he venido a vivir con mi abuelo Fernand un tiempo. Me gusta escribir poesía al borde del lago, sobre las ramas de un árbol, sentada en los peldaños de la entrada o en el marco de la ventana. Cualquier lugar es bueno para la poesía. Tengo el cabello castaño, los ojos color café. Soy una chica solitaria, soy una romántica, soy...

Soy una pesada, ¿no crees?

No empieces así tus historias, por favor. Parece una lista de compras. Me presentas a alguien y no me dejas que lo descubra por mí. Deja que averigüe quién es esa persona con sus acciones y expresiones. Yo no te agradaría si las vecinas del pueblo te dijeran quién soy, pero por algún extraño motivo te agradé cuando me descubriste.

Yo sé que es un mal ejemplo. No hay quien agrade cuando una vecina lo caracteriza, esa es otra regla sagrada. Si dios existiera estoy segura de que lo agregaría a la biblia.

¿Has visto eso? Te mostré mi ateísmo y no te lo conté. Anótalo.

Quería empezar la carta diciéndote eso. Aplica a más que inicios o personas. Haz que tu lectura fluya como el agua, no como la sangre en el cuerpo de mi madre. Nadie sabe la clase de cosas que corren por sus venas.

Hablando del agua, ¡tengo tanto que contarte!

He atravesado el lago en busca del lobo. No se lo dije al abuelo Fernand, habría querido ir conmigo y ya está viejo para esas aventuras. Pasó esto hace una semana, tan pronto como él partió al pueblo. Esperé junto a la ventana a que Canelle, su nueva yegua, se lo llevara por el sendero. Sentí que nunca se irían, ¡estaba tan ansiosa!

Salí sin nada más que una brújula y ese viejo mapa que el abuelo nos regaló, todavía garabateado por tu mano de infante. Corrí entre los árboles, rocé las hojas con los dedos y reí. Reí tanto. Sentía un infierno en el pecho —un tanto por los latidos, otro por la respiración y otro por la risa—, pero era libre. Los dolores carecen de importancia al serlo. Es algo que ya no puedes hallar en la ciudad.

Si habré amado en ese momento. No sé todavía a qué, pero algo amé.

No encontré rastros del lobo. No te preocupes, regresaré. Ya sabes que no soy de las que se rinden.

Respecto a tu carta, ya sabía que serías sordo a mis palabras. “Sí, es verdad que el mar es la segunda cosa que más amo", escribiste, aunque nunca dijiste cuál era la primera, "pero no moriré por estar aquí. No es tan malo.". No puedo creerte, pero supongo que puedo fingir. Siempre he sido buena haciéndolo.

Fingiendo que no me molesta que los hombres me pasen por encima, que no creo que la inteligencia del mundo vaya en decadencia, que me conmociona dejarlos a todos. Cada uno tiene su propio acto en la vida. El tuyo es pretender que nada te mata, el mío pretender que lo creo.

Esta noche vendrá con el abuelo a cenar su amigo, del que te hablé en otra carta. Dijo que quiere hablar sobre algo conmigo. Me sorprende bastante, a decir verdad; él no me conoce de nada. Yo, en cambio, creo conocerlo de todo. Mucho se puede decir de un hombre por su poesía.

Te contaré pronto sobre las novedades. Tengo fe en que encontraré a ese lobo. Tenme fe también. La noche es tan joven y cabeza dura como yo lo soy.

 

Con amor,

Clov.

 

 




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