Con amor, Clov - Consejos de escritura

Temporalidad

Marzo, 20. 1894.

 

Parecerá para ti quizás un año, parecerá un día, parecerá, quizás, que acabas de leer mi carta anterior. El tiempo es confuso. De hecho, ni siquiera sé si recibiste la anterior o si ya me enviaste tu respuesta, o si siquiera la pensaste. Solo estaba sentada en el lago hace un minuto, con los ojos cerrados y copos de nieve tocándome la punta de la nariz, tan pequeños y dulces como esas partecitas que el viento desprende de los dientes de león y que nunca supe el nombre. Los blancos, los que soplas de niño. 

Supe que debía correr de regreso por algo de papel para contarte lo atemporal que me sentí.

El tiempo es eterno si lo escribes desde el corazón, si hablas de esas tristezas que te hunden en la absoluta miseria, si hablas del mundo en un plano en que no es más que tierra y viento que la lleva.

También puede ser tan efímero como nuestras vidas —patéticas y miserables, si queremos ser quisquillosos sobre nosotros—. Parpadeas y tus manos están arrugadas, cierras los ojos y cuando los vuelves a abrir es la mañana. ¿Te has preguntado por qué corrió el tiempo diferente en estas cartas a como lo corrió en nuestros relojes?

He notado que, cuando leo, el tiempo no corre al reflexionar. Cuando te sientas a escribir sobre el amor, ¿hay alguna forma de hacerlo mientras las cosas suceden? Solo si es un amor cambiante, si hablas de un estado en el que estas y no un concepto que la gente persigue pensando que es un remedio para la soledad, sin comprender que es su origen. Todo lo piensas en un minuto, como yo concebí eso, pero es el minuto más desligado del tiempo que vivirás en tu vida. Al traspasar como prófugo el plano físico, los relojes no existen. He visto escenas de acción en ciertos libros que fallaron por intentar detenerse a ser bonitas o reflexivas. No, causan este efecto que te digo, hacen que el tiempo se detenga y congelan algo que debería moverse tan rápido como mi corazón al galopar.

Considéralo un segundo —uno que será eterno, verás, en tanto estés dentro de tu mente y no fuera de ella—. ¿Por qué ahora no corre el segundero? 

¿Por qué mientras veo esconderse entre los pinos un sol frío y blanquecino no siento yo congelarme la piel? ¿Por qué las horas son minutos si escribo rápido? Si soy clara. Concisa. Dura. 

Pero el segundero inicia, porque yo retomo mi vida. Ahora me levanto, bajo de un salto la roca. Se hunden mis pies en la nieve. Ahora corro a la casa. El abuelo llama, yo acudo. Ahora no hay tiempo para ser romántica. Ahora no hay tiempo y ya, porque me muevo. Soy cuerpo. Huyo. No sé de qué. De mí misma, tal vez. 

Pasó más el tiempo en la última oración que en la mayoría de estos párrafos. Irónico, ¿no? La forma en que puedes hacer correr el tiempo en pocas palabras y puedes suprimirlo cuando te excedes.

Ahora que estoy de regreso en mi escritorio de madera de roble, con la rosa seca que me enviaste a mi izquierda y una fotografía nuestra a mi derecha, soy todo y no soy nada, porque no existo físicamente, sino solo en estas palabras que no son más que un reflejo de la eternidad de mi ser fugaz. Todo es "ahora, ahora", porque no me siento existir en cuerpo más que en el momento presente en que actúo. Llámame loca, no es lento el declive de mi cordura.

Te diré que los últimos días han sido tranquilos. No he querido regresar al pueblo, fui atacada por un instinto poeta que me llevó a pasar días sentada entre los árboles. Sin más compañía que cavilaciones y mi propia condenada consciencia, así es que pude escribir hojas y hojas sin que pasara el tiempo. Lo considero mi clave para la acción, el no-pensar, y la clave para el reflexionar el ni-respirar.

En fin, que tendrás tiempo a responderme este desvarío cuando te llegue esta carta. De hecho, ni siquiera sé si la enviaré. Probablemente firme y la deje en el cajón. Sí, eso haré. Cajón abierto, tinta en mis dedos, mi huella dactilar en el papel; estoy lista para acabar, pero no sé por qué no quiero hacerlo.

Firmo y te escondo, como a tantas ideas sueltas que no te envié desde que llegué a la cabaña. Es mi manera de ser eterna, si es que me entiendes. No creo que lo hagas. He notado que nadie me entiende ya. 

Es definitivo; he perdido la cabeza...

Y nunca me sentí más cuerda.

Con amor,

Clov.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.