Con amor, Clov - Consejos de escritura

Conocidos y desconocidos para marcar comunidades

Marzo, 28. 1894.

Es agradable recibir otro de tus cuentos. Me ha hecho reflexionar sobre ciertas cosas, déjame contarte.

Ayer, caminando por el pueblo, me crucé a Emily. ¿La recuerdas? La hija de panadera, esa con la que robábamos trozos de pan hace años. Se detuvo a comentarme las novedades del pueblo; resulta ser que Grace —¿recuerdas a Grace? La que bordaba como los dioses— iba a casarse con Edward, pero lo atraparon teniendo un amorío con Mary Ann —Benett, no Collins—, ¡estaba tan entusiasmada de contármelo! Es lo único de lo que se habló en todo el día.

Eso me hizo pensar, ¿sabes? La vida no era así en Londres. Caminabas por la calle empujando a la gente con los hombros, no cruzabas más que una mirada esquiva y algún «¡disculpe!», quizás te encontrabas a una conocida desayunando donde siempre, quizás reconocías a alguien que salía en el periódico, pero la vida era demasiado rápida para recordarlos.

Recuerdo una ocasión en la que el viento se llevó mi sombrero de un soplo hacia la calle, donde fue pisoteado sin piedad. Un caballero que jamás había visto ni volveré a ver lo recogió, me lo tendió con una afanosa sonrisa y me invitó a tomar el té con él. Fue una tarde agradable, resultó saber más de literatura de lo esperado para un desconocido, pero me las arreglé para no comprometerme a nada para el futuro. Soy una gran fanática de los encuentros de una sola vez, pues la segunda tiene tendencia a arruinar a tu acompañante.

En tu cuento hay numerosos encuentros esporádicos con conocidos, pero se supone que sucede en Londres. ¿Has notado cómo la gran concurrencia de conocidos ha hecho parecer a la ajetreada ciudad un pueblo íntimo? Es curioso —muy curioso, sin duda— el efecto de la comunidad en una historia. Te contaré cómo lo percibo yo, esperando que tú me cuentes tu perspectiva cuando respondas a esta carta:

Cuando los personajes interactúan con puros desconocidos, tengo esa sensación de que el mundo en inmenso, que somos apenas un grano de arena en una playa interminable conociendo a otros granos, siendo demasiados para que nos reencontremos pronto. Es lo que siento en la ciudad; quizás reconozco al panadero, pero no sé más que su nombre, es un conocido-desconocido. La ciudad enajena, te entorpece el no saber a quién te diriges, te sorprende con la cantidad de desconocidos que te pisan el sombrero, que te invitan un té. A más desconocidos me encuentro en un libro, más grande siento que es la ciudad. Y cuando aparece uno —¡uno solo!—, peor es, porque es como un chorro de agua helada recorriéndote la columna. La sorpresa de encontrar un conocido hace incluso más vívida la ausencia de estos en un lugar en que ves a demasiados y conoces a nadie.

La regla contraria es perfecta para retratar un cuento; cuando sabes los nombres de cada habitante, sabes con quién se iba a casar y con quién la engañaron, qué libros lee, qué manías tiene, y entonces llega un desconocido y el ambiente se turba. Nadie sabe cómo reaccionar ante un desconocido cuando el pueblo es pequeño, y ese desconocido tiene el mismo efecto del conocido en la ciudad, da perspectiva sobre esa comunidad íntima a la que perteneces.

En lo personal, soy gran amante de los personajes esporádicos que solo existen para darle dimensión a la comunidad. El hombre que chocó contigo está ahí para que entiendas cómo es la ciudad, no porque luego vaya a importar; la vecina de la que mencionas el nombre de pila que te observaba por la ventana al pasar existe para que te sientas cohibido ante el pequeño ecosistema del pueblo. Quizás no importen en la trama, quizás existan durante dos líneas, pero son suficiente para que el ambiente entero cambie. ¿Son personajes de relleno si existen con un motivo? ¿Si dices su nombre porque el hecho de saber el nombre implica lo pequeño del lugar? ¿Si te niegas a describir a un desconocido en la ciudad porque nadie allí se detiene a observarte? Porque en la ciudad no importas, no como en el pueblo.

A más íntima la comunidad, más importante parece detallar a sus habitantes, mientras que del caballero que te cruzas en la ciudad no necesitas mencionar más que ese sombrero que todos tienen, esa mirada presurosa que comparten los pobres granos de arena que vuelan con el tiempo.

He pensado demasiado sobre eso, cariño, ¡demasiado!

Juguemos a un juego, ¡a ver si entiendes qué fue lo de tu cuento que me despertó todo esto!

Espero saber pronto de ti.

Con amor,

Clov

 

 




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