Con amor, Hayley.

Enero 16 de 2018

 

Querido Tao:

Recordar es duro algunas veces, porque los recuerdos nos llevan a la nostalgia, pero siempre nos permiten revivir esos momentos de nuestra vida que guardamos en nuestra mente, sin importar si son felices o dolorosos.

Me siento nostálgica en este momento.

Alejarte de alguien a quien quieres es difícil, tú más que nadie lo sabes. Yo lo aprendí luego de nuestra "ruptura".

Contrario a lo que pensé hacer en un principio, me encontré la mayor parte del día pensando en ti, primero con culpa, especialmente cuando te veía pasar cabizbajo en la moto, pues yo era la causante de tu tristeza, y luego de unos días me descubrí extrañándote. Me hacían falta tus mensajes, tus llamadas, estar contigo, contar contigo, verte, todo tú, hasta tus terribles chistes.

Los primeros dos meses fueron los más duros, la primera semana me deprimí y lloré varias noches, me juzgué duramente por arruinarlo todo con la única persona que me había querido y mostrado sincero interés sin estar obligado a hacerlo, porque aunque suene exagerado, sentí que tu cariño era mucho más sincero del que pudieron demostrarme la mitad de mi familia la mayor parte de mi vida.

Ahora que lo pienso, creo que mi situación familiar fue un punto importante en mi decisión que no creo haberte mencionado jamás.

Mis padres han tenido una dinámica difícil desde que tengo memoria y su relación y la forma en la que crecí afectada por esa dinámica me marcó de forma significativa, así que bueno, muchas de las dificultades en nuestra relación provienen de ahí. También es debido a mi padre que no confío mucho en los hombres y que prefiero alejarlos de mí para que no puedan dañarme.

Además, debido a mis no muy favorables experiencias previas a ti, me encontraba predispuesta ante la idea de que alguien me quisiera de verdad y no quisiera jugar conmigo o usarme, pero a pesar de que me demostraste tu cariño sincero desde el principio, solo lo pude apreciar hasta cuando ya no estaba a mi disposición. Una de las lecciones que más me ha costado aprender.

Recuerdo que pasaron semanas hasta que volvimos a hablar, más específicamente chatear. No recuerdo si yo te escribí o tú lo hiciste. Intentamos hablar sobre nuestras actividades cotidianas, tratando de no sonar demasiado interesados para no incomodar al otro, pero la incomodidad salió a flote a los pocos días y acordamos en definitiva no volver a hablar durante un tiempo, hasta que tu corazón sanara, pues era cierto que tú estabas mucho más afectado. No quería dejar de hablar contigo, pero sabía que era lo que necesitabas para sentirte mejor y por eso accedí a regañadientes.

Entonces pasaron los primeros meses, en los que me pasabas por al lado sin siquiera mirarme, en los que hasta dejaste de saludar a mi madre que nada tenía que ver y quien me reclamó por haberte hecho daño cuando me preguntó la razón de tu actuar y le conté superficialmente lo sucedido.

Todo el mundo me culpaba por haberte roto el corazón, mamá, Maya, Jonah, mis amigas, tus hermanas y sobrinos que me lanzaron miradas resentidas los primeros días, y eso me hizo culparme a mí misma duramente, especialmente porque subiste abruptamente todo el peso que trabajaste tan duro para bajar desde que decidiste declararme tus sentimientos e incluso ganaste un poco más. Y a pesar de que eso era bastante malo, nadie pensaba en mí, ni siquiera yo misma me había detenido a pensar en cómo estaba mi corazón.

Estaba tan acostumbrada a esa sensación de tristeza, de que las cosas no funcionaran, como con el primer chico del que me enamoré (del que nunca te había hablado y estuve queriendo en secreto por los primeros tres años del bachillerato, sin ser correspondida) por el que lloraba cada noche. Acepté mi pena contigo de manera silenciosa como lo hice con él, tan naturalmente que viví tranquilamente abrazada a tristeza hasta que volviste a dirigirme la palabra y me pediste no sentirme culpable por lo sucedido, pues ambos conocíamos el riesgo de todo cuando acordamos estar juntos.

Me confesaste que te habías deprimido y por unos días tu mundo se derrumbó, pero también me aseguraste que nada malo iba a sucederte. Me recordaste que conocías los riesgos desde un principio, pues yo fui muy honesta siempre acerca de mis sentimientos así como tú lo fuiste con los tuyos y ambos estuvimos de acuerdo en asumirlos, por ello era injusto culparme porque las cosas no terminaron bien. Aunque si hubiese sido en gran parte mi culpa.

Con esas palabras me quitaste un gran peso de encima y volviste a demostrarme lo especial que eras, me ofreciste disculpas por los días en los que estuviste molesto y pasaste de mí, sugiriendo que volviéramos a hablar como amigos. Después de todo, sabíamos que nos guardábamos un especial afecto.

Así que volvimos a mantener conversaciones banales, las teníamos de vez en cuando y era agradable, pero después de un tiempo asumimos la idea de no estar juntos y cada quien se dedicó a lo suyo. Yo me concentré en mis estudios y en mis dramas familiares y tú, bueno tú intentaste avanzar, con tu vida. Supe que conseguiste otra novia, de la que me enteré tiempo después de que terminaras con ella, cuando me pediste volver contigo.




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