Querido Tao:
Recuerdo el día que te escribí para vernos, primero te propuse salir, tu respuesta fue que te acostarías a dormir, supuse que estabas cansado y no insistí, entonces cuando te levantaste te propuse vernos en mi casa y tú dijiste:
“No tengo ganas de ir a sentarme en tu mueble hoy, estoy cansado y aburrido.”
No supe si te referías a que pasabas un mal día o a que estabas harto de mí, de cualquier forma me molestó e hirió. Podía entender que quisieras hacer algo distinto a la rutina de besarnos en mi sofá, pero del mismo modo entendí que lo que no querías hacer en realidad era verme, puesto que te había ofrecido a salir a algún lado y tú habías preferido acostarte a dormir.
Sí, es cierto cualquier persona puede tener un mal día en el que no queremos estar cerca ni de nuestras parejas, ya me había pasado a mí, sin embargo, esa actitud se había vuelto constante de tu parte y estaba empezando a hartarme de ello, porque era una mierda y no tenía que soportarla. Se suponía que debíamos apoyarnos, llenarnos de amor y no llenar la vida del otro de estrés y frustraciones.
Me fastidiaba mucho el hecho de que últimamente no lográbamos coincidir ni por redes, siempre había algo que nos impedía vernos, hablar o salir. Mi abuela había empezado a referirse a nosotros como “el sol y la luna” porque cuando uno de los dos estaba disponible el otro se encontraba sumamente ocupado, ahora bien, había descubierto que lo malo de todo ello no eran nuestros respectivos compromisos y obligaciones sino las ganas, era tu falta de disposición para dedicarle tiempo a la relación, a mí. Siempre había un inconveniente que explicaba todas tus faltas, errores, dramas, siempre había algo que te excusaba y liberaba de toda culpa, algo que en cada ocasión yo debía comprender.
Era extraño porque unos días sentía que avanzábamos con nuestra relación y luego otros en los que todo lo bueno se iba al diablo, cómo cuando intenté ayudarte con tus finanzas. Cuando me hablaste sobre tus deudas recuerdo que sacamos vagamente las cuentas y entre los dos trazamos un plan sobre los días de trabajo y ganancias mínimas que debías tener para que pudieras responder a tus acreedores sin agobiarte, plan que prometiste cumplir a cabalidad y no lo hiciste.
Días después de tu magnífica idea de elegir ir a cine con una de tus amigas en lugar de ir conmigo, y también de que te pedí el dinero que te había dado en préstamo, tuvimos una gran discusión. Resultó que cuando te pedí de regreso mi dinero me confesaste que no lo tenías porque te lo habías gastado y del mismo modo todo el que te habías ganado en la semana, entonces eso me molestó porque con la situación en la que te encontrabas no entendía como podías seguir gastando de esa forma tan absurda.
─Amor, a ti parece que se te olvidara que estas endeudado hasta el cuello (como tú dices), porque sigues gastando como si no lo estuvieras, ¿si sabes que no tienes suficientes ingresos por qué gastas en cosas innecesarias? Creo que deberías hablar con tus padres o tus pastores porque parece que tuvieras un problema con el dinero, como si tuvieras algún vicio. No sé muy bien cómo explicarlo sin que suene literalmente a lo que se refiere la palabra y suene horrible, pero me refiero a que no sabes administrar tus finanzas, es como cuando mi papá juntó aquella enorme deuda y ni él mismo sabia en que había gastado tanto efectivo.
Tu actitud no pudo ser más inmadura e irracional, te molestaste y me afirmaste que si tanto problema tenía, me darías mi dinero enseguida, lo que me hizo enfurecer a mí.
» Y no lo digo por mí o lo que te presté, así que no tomes esa actitud. Si no quieres que hablemos del tema entonces te pido a que no me vuelvas a comentar nunca más nada al respecto, siempre que te doy un consejo o recomendación lo tomas a critica, como señalamiento, yo preocupándome por ti y tratando de hacer algo para ayudarte y tú lo tomas por otro lado.
Entonces me dejaste en visto y te desconectaste, yo tratando de hacerte ver las cosas y a ti te importó un comino, te juro que la sangre me hirvió por dentro. Me puse de muy mal humor, porque no importaba lo que yo hiciera o lo buena que fuera contigo, para ti nunca era suficiente, cada vez que trataba de hablar sobre algún problema contigo con el fin de solucionarlo de la mejor forma me convertía en la villana, porque parecía ser que yo debía adorar y aplaudir todo de ti, hasta tus estupideces. Mientras tu siempre hallabas la forma de hacerme ver como la peor persona, haciéndome creer que todo era mi culpa.
La rabia casi no me dejo dormir esa noche. A la mañana siguiente me escribiste un mensaje cuyas únicas palabras fueron “Tenemos que hablar”. Me sentía muy molesta y decepcionada contigo, pero por alguna razón me llené de pánico al pensar que había una gran posibilidad de que termináramos, ¿o a que más te podías referir? si hasta ese momento de la relación nunca antes habías tenido el valor y mucho menos la iniciativa de hablar sobre algo verdaderamente importante cara a cara.
Por ello me pasé todo el día pensando en ello, rememorando cada momento de nuestra relación, analizando las cosas buenas y las que no lo eran, y aunque la verdad no quería alejarme de ti, en el fondo asumí cualquier resultado que trajera consigo aquella conversación. Resultó que al final si hablamos, por primera vez desde que me hablaste de tus deudas, fuiste completamente honesto acerca del número de acreedores y los montos que debías.