Miró a su alrededor, todo parecía normal. La calle, los autos estacionados, el sol estaba en el cielo y el aire era respirable.
"¿Respirable?" pensó.
Verónica no vivía en el campo con el más puro aire, ella vivía en una ciudad donde la contaminación era ya un elemento más de su folklore. Esto estaba fuera de control.
Caminó calle arriba, hacia la calle principal más cercana. Ese lugar, así como el trayecto, debía estar atestado de personas, de autos, de conversaciones, de transeúntes apurados corriendo de un lado a otro, de bocinas, semáforos… Pero estos estaban apagados, y se encontró a sí misma en una esquina inundada de silencio.
"Estoy soñando" se le ocurrió. "Aún no suena la alarma y estoy en la cama abrazada a Lorenzo".
Verónica se pellizcó para despertar, pero sólo logró que un grito escapara de su garganta.
–Un 10 por realismo a este sueño– habló al aire, pero sólo ella se escuchó.
Verónica estaba perdida, y no era porque no conociera a la perfección ese lugar, allí, en la mitad de la calle donde había crecido, estaba perdida.
Y desolada.
Entonces, simplemente se le ocurrió. Si este era un horrible sueño, quizás si vivía una experiencia límite podía despertar. ¿Cuántas veces se había despertado mientras caía, o cuando se le caían los dientes, o en la mejor y más emocionante parte del sueño?
Y mientras pensaba cuál escena podría probar, Verónica se adentró en la vacía ciudad.
Una cuadra después, se topó con el supermercado donde habitualmente hacía sus compras, vacío.
"Todo está ordenado" notó. No era que fuera una puesta en escena, ¿o sí? No estaba todo como si las personas solo hubiesen desaparecido, estaba como si nunca hubiese habido personas en lo absoluto. Carritos perfectamente acomodados, autos impecables… Dio un vistazo por la ventana, dentro todo se veía igual, prolijamente ordenado y limpio, como escenografía.
El hecho fue que tanta comida junta le recordó que no había desayunado así que se dirigió a la puerta, pero esta no abrió. No se anduvo con vueltas, miró a su alrededor y el primer elemento que encontró fue a parar al vidrio del local. Se esperó una alarma, pero nada. Aún así se sintió un poco extraña al entrar teniendo la intención de tomar algo sin pagar, el tema era que de todos modos a nadie le iba a importar.
Vacío. También notó que el sector de heladeras estaba apagado, no había luces encendidas tampoco, por suerte el sol iluminaba bien a esa hora. Abrió una heladera para tomarle la temperatura a una cerveza. Estaba caliente, ahí hacía rato que no había electricidad. Desistió de una cerveza caliente y fue en busca de galletas saladas. Tomó su marca preferida y se dispuso a comer una. La peor idea que pudiera haber tenido hasta el momento. Estaba tan horrible que no pudo evitar escupir allí mismo.
–Bienvenido al nuevo mundo– se dijo y salió corriendo a la calle.
Verónica estaba con hambre, desolada y asustada. Las lágrimas estaban amenazantes en sus ojos, pero si algo la caracterizaba era su fortaleza. Ante todo, Verónica siempre se había sabido mantener en pie. No había llorado cuando perdió su primer examen, ni cuando en la entrevista de trabajo que tanto quería la habían rechazando. Tampoco lloró cuando su padre fue diagnosticado con cáncer, ni cuándo murió años después luego de una ardua lucha. Tampoco lloró cuando su ex marido le pidió el divorcio. Verónica era fuerte, o eso pensaba ella.
Se detuvo frente a su tienda de ropa preferida. Apenas ayer había estado ahí mismo parada, admirando la nueva colección, y diciéndose que, en cuanto el nuevo libro en el que trabajaba estuviera en la imprenta, ella podría venir a relajarse probandosela. Así que lo haría ahora, se miró en el reflejo para recomponerse pero, en lugar de verse a sí misma vio otra cosa.
Era ella, pero no lo era. En el reflejo, a su espalda veía las personas de un lado a otro, como normalmente era su ciudad, volteó pero no vio a nadie, seguía tan vacío como hasta hace un momento, pero en el reflejo las cosas eran distintas. Pero eso no fue lo que más la impresionó.
Su reflejo le sonrió.