Con el corazón de Eva

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as horas pasaban lentamente para Ana, sentada, al lado del cuerpo sin vida de su hija, le acariciaba sus manos,  ya no tenía lágrimas,  pero  su corazón estaba agrietado por el dolor. Escuchó  entre el silencio se alzó un murmullo de gente. Levantó la vista y vio a todos sus compañeros de trabajo que se acercaron a besarla, abrazarla y llorar junto a ella. Una mujer habló en nombre de todos:

—El jefe nos ha dado el día libre para que estemos contigo y me ha dicho que no te preocupes por nada, que del funeral se encarga él para que no dejes a tu hija sola.

—Gracias por todo. Estoy muy agradecida... —musitó, sintiendo que las palabras salían con dificultad de su garganta, al intentar contener el torrente de lágrimas que pugnaba por salir de aquellos ojos. Unos ojos ahora tan cansados y tristes que, a al igual que los de su querida Eva, se habían quedado sin vida.

Al funeral asistieron todos los compañeros y profesores de Eva. Cuando concluyó, el jefe le habló.

—Ana, quiero que te cojas unos días libres.

 

 

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—Se lo agradezco, señor —contestó un poco nerviosa—, pero no me pida eso. Sola en casa y sin trabajar, creo que me volveré loca.

—Bueno, al menos un par de días para que descanses un poco y te sientas más tranquila.

Su jefe, viendo el estado en que se encontraba, terminó diciéndole:

—Ven a trabajar  entonces, pero cuando tú quieras.

—Gracias, le haré caso y me tomare dos días de descanso.

Su jefe respiro más tranquilo, con la decisión de ella. Ana agradeció a los asistentes su presencia y se despidió de ellos. Llegó a su casa muy cansada. Abatida, se dejó caer en el sofá y su mirada se perdió en el vacío, recuperando cada momento vivido con ella; su risa resonaba en sus vivos recuerdos. El teléfono la devolvió a la realidad.

—Ana, soy la madre de Álex. ¿Podrías venir al hospital y hablar con mi hijo? Está desesperado, te lo pido por favor.

Ana no deseaba volver al hospital, pero el llanto de la madre de Álex la convenció. Se duchó, se puso el vestido más oscuro que tenía y se recogió el pelo. No era alta ni especialmente agraciada, pero su serena belleza irradiaba elegancia en sus maneras y un encanto personal que, desde niña, fue creciendo con ella y se mantuvo, a pesar de los golpes que le había dado la vida.

De nuevo en el hospital, frente a la cama de Álex, le cogió de la mano y le preguntó cómo estaba.

 

 

 

 

 

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Mal, señora, muy mal. Todo fue por culpa mía. Ella me dijo que no fuera por esa calle. Si le hubiera hecho caso, ahora estaría viva.

—Deja de llorar. Dios no te ha quitado la vida, te ha dejado vivir, y será por algo y no para que te deprimas. Agradécele esta oportunidad. Cuando salgas de aquí en una silla de ruedas o con muletas, da igual, coge una rosa blanca y ponla junto con una vela del mismo color en la tumba de Eva.

La madre de Álex pensaba que Ana estaba siendo muy dura con su hijo, pero calló. Ana siguió hablando.

—Debes dar gracias a Dios por estar vivo.

 

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—Yo quisiera estar muerto como ella —susurró Álex. Ana lo miró fijamente antes de contestarle. Ni siquiera sabía de dónde sacaba las fuerzas para consolar a aquel muchacho.

 

—Si Eva te viera, ¿crees que le gustaría verte vencido? Dime, ¿le gustaría verte así? Piénsalo. Yo creo que no, es más, estoy segura. Tienes que guiar tu vida en una buena dirección. Hay muchas maneras de darle un sentido, incluso con las posibilidades que a tu cuerpo le puedan quedar. Tú sabías cómo era Eva, cuánto le gustaba ayudar a los demás sin pedir nunca nada a cambio.

—Lo sé, Ana, sé que tiene usted razón, sé todo lo buena que era Eva, por eso la quería tanto. ¿Cómo haré para vivir, ahora que ya nunca estará a mi lado?

—Pues, precisamente, demostrándole tu amor más que nunca: siendo como a ella le gustabas. Y no caigas en la depresión, muchacho. Vive por ti y vive por ella. Haz que se sienta orgullosa de ti y de lo que hagas en tu vida.

—Tendré en cuenta sus consejos, pero cada vez que pienso en que no la voy al volver a ver, creo que no voy a poder seguir.

—Sí que vas a poder, porque ella te dará fuerza para seguir.     

Ana pensó que el habían perdido lo más importante de sus vidas, lo que más amaban: Álex, su novia, y ella, su hija. Salió de la habitación compungida y, ya en el pasillo, la madre de Álex la detuvo.

—Gracias por venir Ana.

—Cuídale mucho, ahora te necesita más que nunca.



#21111 en Novela romántica

En el texto hay: una novela romntica

Editado: 24.12.2023

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