Solo una vez te pido que me escuches, que intentes comprenderme, que mires más allá de mis palabras y veas lo que estoy tratando de mostrarte. Estoy aquí, frente a ti, con el corazón desnudo en mis manos, latiendo y sangrando, entregándote cada parte de mí, incluso las más rotas, incluso las que más me duelen.
Pero tú… tú solo me miras con esos ojos abiertos, demasiado abiertos, como si quisieras abarcarlo todo pero no fueras capaz de ver nada. No me ves. No realmente. Pareces de piedra, inmóvil, impermeable a cada palabra que se estrella contra tu silencio.
La desesperación se enreda en mi garganta mientras me doy cuenta de que no hay respuesta, de que mis intentos caen en el vacío que se abre entre nosotros. Yo, llena de todo este amor, de todo este dolor, de todo lo que quiero darte, me quedo inmóvil, atrapada en el abismo de tu indiferencia.
No sé si no puedes aceptarlo o si simplemente no quieres. Pero duele. Duele saber que mi entrega no encuentra refugio en ti, que todo lo que soy y todo lo que siento queda suspendido en el aire, sin nadie que lo abrace. Es como un río que fluye hacia un desierto, buscando vida, pero encontrando solo arena. Y yo me quedo aquí, agotada, vacía, con mi amor herido, preguntándome si algún día tus ojos podrán verme de verdad.