Por la mañana, Telma depositó sus pertenencias en la mesa de secretaria y se dirigió al despacho del presidente. Ni siquiera recordaba haberlo despedido esa noche, lo último que recordaba era verlo trabajar concentrado, después de eso, amanecido en su cama con la alarma del reloj.
— Señor Saavedra. ¿Puedo pasar? — Preguntó Telma, pegando la oreja a la puerta ya que no escuchaba nada al otro lado.
— Mi hermano no ha venido hoy. — La sobresaltó Valentina, quien sonrió divertida al verla asustarse por su presencia. — Tiene un fuerte dolor de espalda y el médico le ha recomendado quedarse en casa.
Valentina le entregó una carpeta con el sello de la compañía Saavedra.
— ¿Qué quiere que haga con esto? — Preguntó Telma en ascuas y Valentina la agarró de los mofletes.
— Telma, te dije que me llamaras por mi nombre. — Valentina hizo un puchero y la soltó. — Como mi hermano no podrá venir, tendrás que llevarle tú esto a casa. No te preocupes, te he anotado la dirección en una hoja y la he puesto dentro de la carpeta. — Valentina sonrió y le susurró algo al oído. — Pero ten cuidado, creo que a Rex le gusta dormir desnudo. — Las mejillas de Telma se pusieron rojas y la vicepresidenta le colocó encima de la carpeta unas llaves. — Son unas copias de la casa de mi hermano, te las puedes quedar.
— Pero… — Telma tuvo muchas dudas, pero Valentina se marchó rápidamente.
Un taxi la llevó hasta la residencia Saavedra, una enorme casa que estéticamente parecía una pequeña mansión.
Un camino que bordeaba una fuente frente a la casa llevaba hasta unas escaleras ascendentes y éstas a la puerta principal.
Telma pensó en llamar, pero se quedó mirando las llaves que Valentina le había entregado. ¿Debía llamar o entrar sin más?
Si Rex se encontraba descansando en ese momento, seguramente lo molestaría al tocar a la puerta, así que usar la llave era la mejor opción. Probó hasta con cinco llaves diferentes antes de encontrar una que encajara en la cerradura y girara.
Cuando la puerta se abrió, Telma la empujó suavemente y entró.
— Señor Rex, soy yo, Telma. — Dijo Telma, cerrando la puerta al no obtener respuesta. — ¡Hola!
Avanzó por un pasillo con una pared de espejo a su derecha y llegó hasta lo que parecía una sala de estar. Una pantalla de cine ocupaba toda una pared y frente a ella, dos enormes sillones estilo diván que eran separados por dos mesitas auxiliares.
Todo parecía y era intensamente lujoso y el nivel económico de Telma sintió vértigo.
— ¿Quién eres tú y qué haces en mi casa? — Una voz femenina y ruda la hizo mirar en otra dirección.
La dueña de la voz era una chica de unos once o doce años y de mirada severa.
— ¿Yo… ? — Titubeó Telma.
¿Quién era esa niña y qué hacía en casa del presidente?
La niña caminó alrededor de Telma, obligándola a girar para seguirla.
— ¿Trabajas para papá? — Le preguntó la chica y se detuvo cruzándose de brazos. — Si es así, aún no puedo creer que te haya dado las llaves de casa.
— Trabajo para el señor Rex Saavedra, pero las llaves me las ha entregado su hermana Valentina Saavedra. — Se apresuró a aclarar Telma y le ofreció una mano abierta a la niña. — Me llamo Telma Wyatt, soy la nueva secretaria del presidente.
— ¿Así que es eso? — La niña se relajó y bajó sus brazos. — Yo soy Sae Saavedra. Hija del presidente.
— No sabía que tenía una hija.
— Eres su nueva secretaria, ¿por qué tendrías que saberlo? La última no duró ni dos días. — Le lanzó una mirada a lo largo y a lo ancho y se extrañó. — No te pareces en nada a las demás.
— Bueno…
Telma se sintió insegura por su físico, ella ya sabía que no era el estilo de secretaria que se espera en una persona de la importancia del presidente, no tenían que decírselo a la cara.
Sae sonrió.
— Me gustas. — Los ojos de Telma se abrieron mucho y Sae señaló unas anchas escaleras a un costado de la estancia. — La habitación de papá está arriba, se encuentra trabajando pese a que el doctor le ha dicho que descanse.
— ¿Se encuentra muy mal?
— Dolor de espalda. El doctor ha dicho que seguramente se la dañó cargando algo pesado. No sé que podría ser, papá no trabaja cargando peso. — Sae encogió un hombro y la invitó a subir. — Puedes ir a hablar con él.
Sin más, Sae se marchó hacia otra estancia y Telma observó las escaleras, aparte de anchas también eran largas, ya que los techos eran muy altos. Miró hacia arriba y se preguntó cómo diantres harían los ricos para limpiar el polvo de las esquinas allí arriba.
La planta superior era igual de lujosa, los pasillos que albergaban los dormitorios se mostraban respetables y Telma pensó que hasta las puertas y sus tiradores se veían caros.
Dio dos pequeños golpes con la mano en una de ellas y acercó la oreja por si escuchaba algo. Sae Saavedra, la hija que no sabía que su jefe tenía, le había permitido subir, pero no le dijo cuál era la puerta a la que debía ir.
— ¿Señor Saavedra? — Preguntó, pero no oyó nada.
Alejó la cabeza de la puerta y miró por el pasillo, la puerta del final estaba abierta y pensó que tal vez estaba allí. Caminó relativamente rápido y al llegar al umbral lo vio sentado en la cama hablando por teléfono.
Telma esperó a que él la notara o la viera, y al darse cuenta de que eso no ocurría dio un golpecito en la madera del umbral.
Rex la vio en ese preciso momento e hizo un gesto con la mano para que se acercara mientras seguía hablando sobre coches con la persona al otro lado del teléfono.
La habitación era innecesariamente grande, con los muebles justos y un aura varonil.