La nevera de la residencia Saavedra se encontraba vacía, a excepción de algunas botellas de cristal que contenían agua.
— ¿Cómo no hay nada? — Preguntó Telma y observó a Sae que desayunaba un tazón de cereales secos. — ¿No le pones leche a los cereales?
— Lo hago, pero la leche se acabó hace dos días y no la traen hasta dentro de otros dos días. — Respondió Sae. — Un supermercado trae la misma compra una vez a la semana.
Telma cerró la nevera y se acercó a la hija de su jefe.
— ¿Quieres venir conmigo a comprar? Voy a comprar los ingredientes para preparar un almuerzo y de camino puedes coger leche y lo que necesites.
— ¿Por qué vas a hacer el almuerzo? — Se extrañó Sae. — Ninguna de sus otras secretarias han cocinado nunca.
— El señor Saavedra se lastimó la espalda por mi culpa, voy a compensarlo con una rica comida. Tú también podrás comer.
Sae sonrió y dejó la cuchara dentro de los cereales.
— ¿Eres el peso grande que cargó? — Telma sintió ponerse su cara roja. — Nunca he ido a un supermercado.
— Y seguirás sin ir. — Dijo Rex, que apareció en la cocina e informó a Telma. — Sae es propensa a pillar cualquier enfermedad, normalmente no sale de casa.
— Quiero ir. — Insistió Sae a su padre y Rex apoyó las manos en la isleta donde su hija desayunaba cereales secos.
— Y yo no quiero pasar un mes en el hospital porque pilles un virus.
— ¡Algún día seré tan grande como para irme de casa y no volverte a ver! — Se molestó Sae, y salió enfadada de la cocina.
Rex agarró el borde del tazón de los cereales y lo acercó a él, pero se quedó mirando un inhalador sobre la isleta.
Telma se quedó mirando hacia el umbral por el que Sae salió.
— La primera vez se puso tan enferma que estuvo dos meses internada en el hospital. Pensé que se me moría. — Habló Rex y extendió a Telma el inhalador. — Haz el favor de llevárselo.
— ¿Para qué es? — Preguntó Telma tomando el inhalador.
— Sae también tiene asma. Lo heredó de su madre.
Telma asintió agarrando el inhalador con las dos manos y fue a llevárselo a la niña.
La encontró en la sala de estar, poniendo una película en la televisión y elevando el volumen al máximo.
— Sae. — La llamó Telma, pero le costó escucharse así misma. — ¡Sae! — Levantó la voz y la niña la miró. — ¿Puedes bajar el volumen?
Sae bajó el volumen de la televisión y Telma sintió alivio auditivo.
— ¿Qué quieres? — Le preguntó Sae.
— Te has dejado esto en la cocina. — Le dijo Telma y cuando Sae vio el inhalador puso cara seria.
— Gracias. — Se lo quitó de la mano y volvió a subir el volumen a la televisión.
Telma le quitó el control remoto de la mano y le bajó todo el volumen, haciendo que Sae la mirase indignada.
— ¿Por qué no haces una lista? Compraré todo lo que quieras. — Le propuso Telma.
— No es necesario.
Sae miró la televisión sin volumen y Telma se acercó más e insistió.
— Lo digo en serio. Quiero traerte lo que necesites.
Desde la boca de un pasillo, Rex vio a su hija resistirse a la insistencia de Telma y levantarse del sillón para irse arriba por las escaleras, no sin antes dedicarle a él una mirada de enfado.
— Sae. — La llamó Telma y Rex la miró a ella.
— Déjala. Está por comenzar sus clases online. — Le dijo y caminó hasta los sillones, su espalda se resintió al sentarse en uno y no pudo ocultarlo del todo.
— Lo siento. — Se disculpó Telma.
Rex la miró y le sonrió.
— ¿Tienes donde anotar? Yo si necesito un par de cosas del supermercado. — Le preguntó, dejándola en blanco. — Estoy bromeando. Voy a darte su número de teléfono, cuando estés en el supermercado puedes llamarla por vídeo llamada.
— ¡Qué buena idea! — Telma buscó su teléfono móvil en el bolsillo de su pantalón y se lo acercó a su jefe.
Rex agendó el número de su hija y se lo devolvió. Cuando Telma lo recuperó, observó que Rex la había agendado como «pequeña Sae» y le pareció encantador.
Simona recogió una hoja de la fotocopiadora de la oficina en la que trabajaba y observó a Telma en la pantalla de su teléfono móvil.
— Espera, me he perdido. — Le dijo Simona y agarró el teléfono. La cara redonda de Telma ocupaba toda la pantalla debido a lo próxima que sostenía el aparato de su cara. — ¿Dices que vas al supermercado a comprar ingredientes para cocinarle a tu nuevo jefe y a su hija?
— Sí, eso mismo he dicho. Pero no soy tan buena cocinando y no sé que puedo preparar. — Respondió Telma, caminando por el supermercado y empujando un carrito de la tienda. — Ayúdame, ¿sí?
— ¿Está bueno él?
Telma miró a su amiga.
— Mucho, aunque no sé qué tiene eso que ver. Él es el típico hombre de película, guapo, fuerte, rico e inteligente…
— ¡Espera! Creí que los hombres así no existían.
— Claro que existen, pero son inalcanzables para mujeres como yo.
— Ahí vamos otra vez. Deja de hacerte de menos. Eres guapa e inteligente, más que muchas. — Se molestó Simona con ella y volvió a soltar el teléfono.
— Te has olvidado de que uso talla XXL. — Dijo Telma y se detuvo mirándola por la pantalla. — Tengo que hacer otra videollamada, ¿vas a ayudarme con el almuerzo?
— Cualquier receta con pollo es un éxito. Compra un pollo y algunas verduras para hacer un salteado.
— Pollo y verduras, vale. — Asintió Telma y cortó la videollamada.
Simona levantó la mirada del teléfono y vio a una compañera de trabajo esperando a que terminara para usar la fotocopiadora.