Con licencia para amar

Prefacio.

La nieve caía sobre la ciudad, pintando las calles de blanco.

Las personas apretaban sus abrigos y aceleraban sus pasos, deseando llegar rápido a sus hogares.

Sin embargo, apoyada en la baranda del puente que estaba sobre el lago, se encontraba Pax Blackwell, una joven con un coeficiente intelectual superior al promedio.

Su oscuro cabello bailaba con el viento, mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas para caer y terminar en el lago.

Esa joven de larga y lisa melena, de ojos cafés e inteligencia; era el orgullo del famoso y respetado doctor Blackwell.

Un hombre tan insensible que sin importar que su hija estuviera sufriendo la reciente pérdida de su madre, la llenaba de responsabilidades y le exigía resultados.

Era eso lo que había empujado a esa pequeña a cuestionar seriamente el rumbo de su vida.

Su madre era la mujer que más la entendía, pero nadie se esperó que la doctora Kaira estuviera sufriendo de depresiones y mucho menos que eso la llevaría a...

Pax se limpió la cara, solo quería 5 minutos de paz.

Levantó la mirada calculando cuánto faltaba para que el sol saliera.

De pronto, el ruido de algo que cayó al suelo llamó su atención.

La chica giró la cara y se encontró a un hombre a pocos metros de ella, él había tirado su abrigo al piso.

—Lo siento, sigue en lo tuyo —comentó sereno.

Pax negó con la cabeza y regresó la mirada al frente.

»Puedo preguntar: ¿Qué te sucede?

La joven fijó la vista en el desconocido.

Su cuerpo estaba inclinado en la baranda, pero era evidente que era alto, su cabello rulo estaba revoloteando sobre su cabeza a causa del viento.

—Trato de pensar —lo cortó la muchacha.

—¿Saltarás del puente?

Sí, esa idea había cruzado la mente de la joven.

—¿Por eso se acercó? ¿Cree que está haciendo su buena obra del día?

—No, me acerqué porque sí, una joven como usted, que tiene toda una vida por delante, piensa que el mundo está tan perdido, que es mejor saltar. ¿Qué puedo esperar yo siendo un hombre mayor?

—No pareces mucho mayor que yo.

—Es un halago que creas eso.

—No iba a saltar, como le dije: solo estoy reflexionando. —Un escalofrío recorrió el cuerpo de Pax haciéndola temblar—. Así que, puede irse con la consciencia tranquila.

Rowan sonrió ante el temperamento de la muchacha. Se alejó de la baranda y tomó su abrigo.

Caminó hasta la joven y puso su prenda sobre los hombros de ella.

—Soy un hombre nervioso. —Rowan observó a Pax desde su altura, sus ojos color avellana se posaron sobre la muchacha—. ¿Quieres ir por un chocolate?

La chica alzó el rostro y sus miradas se conectaron.

—No me parece prudente. —Su tono de voz, era seco e incluso más frío que el clima.

—Es muy inteligente de tu parte. —Rowan le regaló una tierna sonrisa a la joven—. ¿Quieres hablar?

—¿Eres psicólogo?

—No, pero desahogarte con un desconocido es una buena forma de drenar tus preocupaciones. —Pax suspiró y bajó la cara, quería evitar llorar delante de aquel hombre. Rowan colocó su mano debajo de la barbilla de la chica y alzó su rostro—. Comparte tu carga conmigo.

La joven dejó caer sus hombros, a pesar de querer hablar de ese tema, consideró que ese hombre frente a ella solo era amable y no era necesario que supiera tanto de su vida. Sin embargo, la noche no parecía llegar a su final y ella no quería quedarse sola.

—¿Todavía está la oferta del chocolate? —se aventuró a preguntar.

—Sí, cerca vi un cafetín que trabaja las 24 horas.

—De acuerdo, iré, pero con una condición. —Rowan miró a la joven expectante—. Nada de temas tristes, si vamos a ser dos desconocidos hablando, mejor lo hacemos de cosas positivas.

El hombre sonrió de medio lado y asintió.

Estiró la mano señalándole su auto, pero Pax no era tonta, ella sabía que no debía subir al vehículo de un desconocido.

—Yo iré caminando.

Y así, la joven caminó, mientras Rowan la seguía lentamente con su auto.

Pronto, llegaron al sitio del que Rowan le había comentado y tras detener su vehículo, pidieron una mesa.

Una dama bastante atractiva se acercó a ellos y entregó un par de menús, pero Rowan sin siquiera verla, dijo:

—Sabemos lo que ordenaremos. —La mujer sacó su libreta y anotó—: Dos chocolates calientes.

—Vale, enseguida se los traigo. —Le echó una mirada a Pax y se encogió de hombros, sabiendo que no podía competir con su belleza y juventud.

Rowan sujetó las manos de la joven frente a él y evaluó su estado.

Sus ojos estaban rojos de tanto llorar, al igual que su nariz y mejillas se mantenían sonrojadas, tenía unas ojeras marcadas, seguro no había descasado bien por un tiempo. Y lo más importante, ella había mirado al cielo, como si calculara cuánto faltaba para el amanecer, seguro, no tenía dónde quedarse.




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