Con licencia para amar

Episodio 1: Sobre calificada.

Años después...

Pax...

«Sobre calificada» repetí mentalmente viendo a la mujer frente a mí.

Había venido a una entrevista de trabajo, a un restaurante que pronto abriría sus puertas al público.

—Te puedes retirar. —La mujer movió la mano con desprecio y levantó la mirada, ignorándome por completo.

Me levanté de la mesa.

Estaba en mi último semestre de Ingeniería en Creación de Videojuegos y Entornos Virtuales; necesitaba este trabajo o debía volver a servir tragos usando ropa minúscula.

Sin embargo, por mucho, esa había sido la excusa más ridícula que había escuchado en mucho tiempo.

Sobre calificada para el puesto. ¿Era en serio?

Únicamente, atendería mesas, ¿qué importaba si estudiaba para ser médico, abogada o ingeniera? Solo iba a tomar las órdenes de los comensales.

Aunque, al parecer, la carrera que estudiaba era de importancia para el dueño del restaurante.

Se rumoraba que era un chef famoso y distinguido, pero todavía no se sabía nada de él.

Decir gracias, me parecía absurdo, así que, solo salí de la sala donde me encontraba. Un hombre me abrió la puerta y me señaló el camino por donde debía seguir.

Todo era muy exagerado, este sitio no era tan grande como para perderme y no me quedaría esperando al chef solo para quejarme por no obtener el puesto.

Llegué hasta la salida y miré la puerta giratoria y gruñí. Este tipo de puertas me parecían tan confusas e inútiles.

Entré en ella y caminé rápido para salir de ese tonto lugar lo más deprisa que pudiera. Sin embargo, al tocar la calle, no encontré un lindo paisaje, sino que, choqué con un fuerte torso.

El impacto me hizo retroceder perdiendo el equilibrio.

Antes de poder darme un mamonazo con las puertas giratorias, el desconocido me sujetó por la cintura y desvió mi caída, claro que, eso hizo que él también cayera.

Solo que aterrizó sobre mí.

Por un par de segundos nos miramos el uno al otro sin recitar palabras.

Mi respiración se volvió pesada, mientras me quedaba perdida en la mirada de aquel hombre. Sus ojos color avellana me observaban fijamente.

—¿Qué no vez por dónde vas? —preguntó el hombre de manera mordaz.

Rompí el contacto visual avergonzada por mi torpeza.

El hombre se levantó del suelo y su expresión de enojo no cambió.

Me puse de pie y observé al semental frente a mí.

Era alto, muy alto, su cabello oscuro, estaba bastante corto, sus brazos eran fuertes, pero no de forma exagerada, su pecho era amplio y podía notar los cuadritos en su abdomen; sus piernas eran musculosas, parecían ocultar un gran atributo en su parte trasera.

—Al menos, dame las gracias —exigió con arrogancia.

Es cierto eso que dicen que los hombres guapos, son odiosos y patanes.

—Claro, disculpa mis malos modales —expresé con irritación, clavé la mirada en sus ojos color avellana y me puse de puntitas—. Gracias por casi asesinarme.

—Te salvé de darte un golpe —me corrigió él.

—¿Me salvaste? —Abrí la boca a la par que mis manos, estaba realmente sorprendida con su descaro—. Chocaste conmigo cuando salía de las puertas giratorias.

—No, no, no. Yo iba entrando y tú chocaste conmigo. —Avanzó un paso y se inclinó un poco quedando cerca de mi cara, de pronto, él sonrió—. ¿Crees que no me sé ese truco de... chocaste conmigo? No eres la primera que intenta coquetearme de esa forma.

Rodé los ojos y sonreí.

—En serio, eres bastante arrogante. Sin embargo, conmigo te equivocas, no vine por ti y tus maravillosos encantos. —Posé mis ojos sobre sus labios y subí hasta sus ojos—. No perderé mi valioso tiempo con una copia barata de Johnny Bravo.

Rodeé su cuerpo y emprendí la marcha... O eso traté, porque la mano del desconocido grosero y arrogante se cerró sobre mi brazo, tiró con fuerza, obligándome a quedar de nuevo frente a él.

—¿Por qué estabas dentro?

—¿Qué no es obvio? —respondí—. El restaurante todavía no está abierto al público, así que…

—¿Viniste por trabajo? —me cortó sorprendido.

—Ajá, pero no me lo dieron.

—Gracias a Dios. —Lo miré y alcé una ceja—. Después de ser testigo de tu torpeza, no es de extrañar que Becca, no te diera el empleo.

Fruncí el ceño atando cabos.

La había llamado por un diminutivo, es decir: se deben conocer para tener ese tipo de confianza.

Lo miré llegando a una sola conclusión, la única posible en este caso.

—¿Eres el misterioso chef?

—¿Qué no es evidente? —Señaló su ropa, pero era completamente normal, nada en ella me decía que él era cocinero.




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