Con licencia para amar

Episodio 2: Una tormenta.

Rowan.

Ser chef y mantener este cuerpo no era nada fácil, pasaba el día probando recetas, organizando el menú, al final del día, no me había sentado a comer de manera decente y solo me había dedicado a picar por todos lados y beber licor.

Por eso, era tan exigente con mi entrenamiento.

Sí, tener muchos encuentros casuales me ayudaba con el cardio, pero lo rudo estaba en mi gimnasio, allí podía bajar todas las calorías que subía por comer tan desorganizadamente.

Tomé la toalla y sequé mi sudor.

Salí de la sala de entrenamiento y subí a la habitación de mi princesa.

Di un par de toques y abrí la puerta.

Sonreí viendo a mi pequeña en su cama, acostada de cualquier forma, las mantas estaban en el suelo y su cuerpito estaba sobre la almohada.

—Buenos días, mi buhita preciosa. —Me acerqué a la cama de mi bebé.

Acomodé su cuerpito y aparté su cabello oscuro de la cara.

—5 minutos más —pidió mi chiquita estirándose.

Sonreí ampliamente y besé su frente.

—Bien, me daré un baño y vuelvo.

Miranda abrió sus ojos y me miró arrugando su frente.

—Papi, ¿puedo ir al trabajo contigo?

—Me encantaría, pero la directora me explicó que estás en tu mes de adaptación y no puedes faltar.  

—¿Eso es un no? —preguntó ella tan listilla como siempre.

—Es un rotundo no. —La tomé en mis brazos y la abracé.

—¡Qué asco papá, estás sudado! —se quejó mi chiquilla luchando por salirse de mis brazos.

—Dios, mi propia hija me rechaza cuando estoy sudado. —Miré sus ojitos cafés y le pregunté—. ¿Me vas a querer cuando sea un viejito que mastique el agua?

Ella me miró alzando una ceja, metí mis dedos debajo de su axila y le hice cosquillas.

—Sí, sí —chilló ella riendo. Sus hoyuelos aparecieron y sonreí feliz—. Te voy a querer.

—Bien, ahora ve a arreglarte para el colegio —dije regresándola a la cama.

Me puse de pie y sentí como mi pequeña saltó a mi espalda.

—No quiero ir al colegio —murmuró sujetándome por los hombros.

—Lo siento, pero debes ir. —La coloqué en el suelo y vi cómo me hacía un puchero—. Eso no va a funcionar.

Caminé y salí lo más rápido que pude de su habitación.

Ella era mi vida entera, la amaba y daría todo lo que tengo para hacerla feliz.

Entré al baño y me di una buena ducha.

Habían pasado dos días desde el incidente con la chica del restaurante.

Tenía la sensación de que la conocía, pero no sabía de dónde. Y estaba seguro de que no había pasado por mi cama, esas mujeres jamás las olvido.

Había buscado su ficha, pero no la encontré, incluso busqué en la basura, aunque, sin ningún resultado positivo.

Igual, no podía seguir ocupando mi mente con esas cosas, cuando tenía la inauguración de mi restaurante en dos días.

Salí del baño, fui hasta mi armario y me vestí.

Bajé a la cocina donde ya estaba una de las mujeres que enviaba la compañía de servicios, para que nos hiciera el desayuno.

Era un poco irónico que el chef, no cocinara en su casa, pero no me daba el tiempo y Miranda debía alimentarse bien.

Me fijé en la hora y llamé a mi bebé:

—Miranda.

—Voy, voy —replicó ella bajando las escaleras.

—Se nos hace tarde —gruñí tomando su bolso de la comida.

—Calma, la vena de tu frente se va a reventar —comentó ella tomando una fruta.

—Debemos irnos, ahora —determiné con carácter.

—Adiós, desconocida que me preparó el desayuno. —Miranda levantó la mano y la sacudió despidiéndose de la señora.

—Andando.

Salimos del departamento y bajamos al estacionamiento.

Abordamos el auto y antes de ponerlo en marcha, revisé que mi bebé tuviera puesto bien el cinturón de seguridad.

Conduje con calma por la ciudad, hace poco habíamos regresado de Francia y todavía no nos adaptábamos a Toronto.

Sobre todo, mi bebé.

Cada mañana que la dejaba en el nuevo colegio, me decía que ese sitio no le gustaba. Sabía lo que deseaba ser cambiada de escuela, pero eso no sucedería, pues, ese era el mejor instituto de la ciudad y yo solo le daba lo mejor de lo mejor.

Sin embargo, este era el momento en que mi corazón sufría.

Detuve el vehículo frente al colegio de mi buhita y suspiré.

Miranda bajó del auto y antes de cerrar la puerta me miró con sus ojitos cafés.

—Nos vemos luego papá.




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