Con licencia para amar

Episodio 3: Adaptación.

Miranda...

El timbre que anunciaba el receso sonó y suspiré en mi lugar.

Mis compañeros de clases se formaron en la puerta, listos para salir: yo, por mi parte, guardé mis cuadernos, agarré mi iPad y con calma caminé hasta ponerme de última en la fila.

—Cuidado, acaba de llegar la extraterrestre —se burló Kitty y sus amigas rieron con ella.

Giré los ojos ignorando su provocación, no era la primera vez que yo era el blanco de sus burlas y seguramente no sería la última.

Desde que habíamos llegado de Francia, ella simplemente decidió que yo le caería mal e hizo que todos en el salón me tratarán de manera indiferente.

Odiaba eso, era lo peor del mundo. Ser ignorada, era la peor forma de insultar a otra persona.

El grupo x: como se hacían llamar, estaba conformado por 3 niñas. Kitty, era la más escandalosa, ella no se reservaba nada y era como la cara del equipo. Cecilia o Ceci, era callada y de mirada tierna, pero estaba lejos de ser la niña dulce que todos creían; Loreto o Lore, de todas, era la que más inteligencia parecía tener. Sin embargo, al igual que todas, sabían jugar la carta de niñas dulces.

—¿Por qué le dicen así? —preguntó Isabel perdida como siempre.

Claro, me olvidé de ella, Isabel, no era del club de las odiosas, pero estaba dando lo mejor de sí para lograr ser parte del grupo x. Algo sí debía reconocer, no era muy inteligente, pero tenía un doctorado en ser lamebotas.

Todos en el salón, quizás en el colegio entero, sabían que ellas eran malas, pero por alguna razón que no lograba comprender, todos; absolutamente todos, deseaba juntarse con ellas.

Entonces, era cuando el segundo anillo de esa sociedad corrupta se multiplicaba con niños que hacían cualquier cosa por estar cerca de ellas y obtener el beneficio de ser humillados por ellas.

Luego estaba yo, deseando que este año escolar llegara a su fin para no ver sus caras.

—Le decimos así, porque no tiene mamá —respondió Ceci posando su mirada en mí.

—¿Debe tener una madre, sino de dónde vino? —preguntó Marie, una niña del segundo anillo.

—Fue creada en un laboratorio —contestó Lore sonriendo.

—Niños, vamos a salir al patio en orden —anunció la maestra.

Zulett era una buena educadora, un pan de Dios, diría mi padre, de todos ella me caía bien.

Salimos al patio de juegos y como hacía desde que había llegado al colegio. Me senté debajo del árbol a dibujar en mi iPad.

—¿A quién dibujas? —preguntó Kitty parándose frente a mí.

—¿A tu mamá insivible? —se burló Ceci.

«Invisible» la corregí en mi cabeza.

—Vamos, no tiene chiste, sí ella nos ignora —alegó Lore golpeando su pie en la tierra, su movimiento lanzó barro a mi zapato, pero ella solo soltó una carcajada.

Se fueron y suspiré.

¿Cómo era que un grupo de niñas de 9 años podían ser tan malas?

Ellas se burlaban de mí porque crecí sin mamá, pero en realidad, sentía pena por ellas, ¿en qué clase de hogar debes vivir para tratar la vida con tanto desprecio?

Sin poder evitarlo, una lágrima rodó por mi mejilla.

Nos habíamos regresado a Toronto, poco después de mi cumpleaños número 9, digo regresado porque sabía que había nacido aquí, pero no recordaba nada.

Habíamos viajado a Francia para celebrar mi primer cumpleaños y la ciudad conquistó el corazón de mi padre y nos quedamos. Hasta ahora.

Claro que, de eso, tampoco tenía memoria, aunque, estaban las fotos de esa época que confirmaban su teoría.

Sin embargo, ya había pasado 1 mes aquí y seguía sin adaptarme.

Además, estaba el hecho de que no tenía madre. Al parecer tener dos padres era muy importante en Toronto, en Francia, nunca me sentí menos o rechazada por eso. Nunca me hicieron sentir que no tener madre era un defecto.

Hace mucho tiempo yo también me hacía esas mismas preguntas:

¿Dónde estaba mi mamá?

¿Alguna vez tuve una?

Siempre habíamos sido mi papá y yo, eso era algo que no me molestaba. Al contrario, me sentía contenta, pues, crecer con un hombre te daba la oportunidad de desenvolverte mejor en la vida. Todo era cuestión de supervivencia.

Levanté la mirada al cielo y me encontré a Isabel observándome a la distancia.

Supongo que, de todas, ella era la peor.

Cuando llegué se hizo mi amiga, pero en cuantos se enteró de que no tenía madre, corrió con las x, les llevó el chisme y eso la hizo cercana a ellas.

Cada quien da lo que tiene en el corazón.

El timbre sonó de nuevo indicado que debíamos volver a clases. Me levanté del banquillo y fui hasta el salón.

Me senté en mi lugar y miré a la maestra.




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