Con licencia para amar

Episodio 10: Un lindo día.

Pax...

Me quedé observando a la pequeña y asustada niña frente a mí.

—Oh, tú eres Miranda. ¿No? —Ella asintió y se echó a mis brazos.

Fue un gesto tan espontáneo que enseguida la rodeé con mis brazos y le di seguridad.

Tal vez era porque conocía un poco su historia, pero en ese momento sentí mucha ternura por ella y deseé permanecer más que un día en su vida para cuidarla.

Miré a los lados buscando a su papá. Aunque, no lo vi, tampoco tenía forma de reconocerlo.

—¿Dónde está tu papá?

Miranda levantó la carita y limpié sus lágrimas con mis dedos.

—Se fue.

—¿Solo se marchó? ¡Qué irresponsable! —expresé furiosa—. ¿Qué no sabe que este es uno de los lugares más concurridos en la ciudad? Incluso yo estaba algo perdida.

—No es su culpa —alegó la pequeña—. Yo le dije que podía, creí que sería fácil.

Sonreí entendiendo ese sentido de independencia.

—Vale, comencemos de nuevo. —La puse de pie y sacudí su ropita. Me levanté y estiré la mano—. Soy Pax.

—Miranda. —La pequeña estrechó la mano y sonrió.

Me quedé viendo sus hoyuelos fijamente. No podía negar que esta bebé se parecía bastante a mí. Ahora entendía, porque su padre me eligió.

—¿Desayunaste?

—Todavía no.

—Vale, hay un lugar cerca... —calculé mentalmente qué tan lejos estábamos y me corregí—. Bueno, no está tan cerca, pero podemos llegar caminando. ¿Quieres ir?

—Sí, desde que llegué no he salido más que para ir al colegio y al trabajo de mi papá.

—Excelente, desayuno y tour. —Tomé la manito de Miranda y echamos a andar.

Miranda era una pequeña llena de mucha energía, observaba todo a su alrededor con genuino interés.

En todo el camino, señaló y preguntó por todo, pero por muy emocionada que estuviera, jamás me soltó la mano.

Al fin, después de varios minutos, llegamos a la cafetería donde quería llevarla.

Siendo honesta, hacía mucho tiempo quería venir, pero el concepto de este lugar era bastante peculiar, además, no podía venir con Matías, pero estando Miranda, iba a poder entrar.

—Es aquí. —Me detuve frente a la puerta del negocio.

—Es una cafetería… —Los ojos de Miranda se abrieron de par en par—. Para chicas.

—¡Sí! —Abrí la puerta y escuché la campanita darnos la bienvenida.

—Guao, esto es, una locura.

—Es hermoso.

Todo era rosa y elegante.

Los asientos eran de terciopelo y del tamaño ideal para que Miranda se pudiera sentar, al igual que la barra, quizás para mí era pequeña, pero la pequeña niña que cuidaba hoy, podía levantarse y pedir.

Fuimos a una de las mesas libres; que estaban dispuestas todas en una fila al lado de un enorme ventanal.

Sobre cada una de ellas, había un candelabro de tela, que parecía tener velas adentro, pero eran bombillos en forma de vela.

Había varios cuadros de muñeca colgados y tenían una parte que era como una galería donde las niñas podían ir a pintar.

—Pax, crees que nos atendrán niños. —Miranda parecía encantada con la idea.

—No creo, pero, veamos que pasa si tocamos la campana. —Estiré la mano y golpeé suavemente la campana que estaba en medio de la mesa.

Se escuchó un grito, como de guerra, y varias personas pequeñas salieron de las puertas de la cocina.

Todos iban vestidos como si fueran muñecos y era la cosa más tierna del mundo.

Avanzaron en fila hasta nosotras y se detuvieron frente a nuestra mesa.

—Buenos días, el menú de hoy es huevos con tocino, wafles con miel de maple, ensalada de frutas con miel de maple y tostadas con miel de maple —nos explicó uno de ellos.

—¿Todo lleva miel de maple? —indagó miranda sonriendo.

—Bienvenida a Canadá —le respondió el hombrecillo.

—Pero, la miel viene aparte del plato, así que, puedes elegir si le echas o no —agregó una linda damita.

—De acuerdo, yo quiero los huevos con tocino —dije animada.

—Comeré los wafles. —Miranda se llevó las manos a la boca y sonrió toda emocionada.

De la nada, uno de los hombrecillos dio un paso hacia adelante y cantó nuestra orden.

Estábamos emocionadas por el servicio que nos estaban dando, claro que, no éramos las únicas, todos los presentes en este local compartían nuestra emoción.

—No sabía que un lugar así existía —comentó Miranda con los ojos llenos de alegría.

Sonreí, me encantaba verla así.

—Yo tenía tiempo queriendo venir, pero no tenía con quien. —Saqué mi teléfono, le hice un par de fotos y se las envié a June:




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