Con licencia para amar

Episodio 11: Girls day

Pax...

Sonreí cuando Miranda, literalmente, me arrastró al interior del centro comercial. 

—¡Guao! ¡Cuántas tiendas! —exclamó Miranda emocionada.

—¿A dónde quieres ir primero? —pregunté contagiándome de su alegría.

—Me gustaría que nos vistiéramos igual —propuso la peque viendo para todos lados. De pronto, me miró—. ¿Te gusta la idea?

«Parecerse todavía más», susurró una vocecilla en mi cabeza.

—Sí, es una ida maravillosa —comenté ignorando la voz de mi cabeza—. Mmm... Creo que en el tercer piso hay una tienda de overoles. ¿Te gusta usar overoles?

—La verdad, nunca he usado eso.

—¿En serio? Dios, yo los amaba, tenía de mil colores — Fuimos a las escaleras mecánicas y subimos—. Estoy casi segura que te van a encantar.

—¿Por qué no las seguiste usando? —indagó la pequeña interesada en mi respuesta.

—A mi papá no le gustó mi estilo y me hizo cambiarlo.

—Ah, los padres —murmuró la nena, lo más probable era que entendía lo que le decía.

Era extraño lo que los adultos podían hacernos, recuerdo que era muy niña cuando mi madre me compró mi primer overol, ella me vio tan feliz, que me regaló más y más. Hasta que, un día, mi padre dijo que una Blackwell, no iba a vestirse como una loca.

Entró a mi armario, tomó todos los overoles que tenía y los echó a la basura.

Esa noche lloré y culpé a mi mamá por no decir nada. Ahora, era capaz de entender que mi padre abusaba de la salud mental de mi mamá.

Vivía en una hermosa jaula de oro, mi padre me había puesto allí y mi madre solo era capaz de hacerme imaginar un mundo mejor, pero no tenía la fuerza para liberarme. Hasta que, lo hice.

—¡Mira, allí hay una estética! —La nena tiró de mi mano y me sacó de mis pensamientos, vi en la dirección que sus manitos señalaban—. ¿Podemos ir después allí?

Fruncí el ceño, meditando esa pregunta. Siendo sincera, no le veía problema alguno, quizás, solo quería cortarse las puntas del cabello o pintarse las uñas.

—Sí, podemos ir y después, almorzamos.

Era capaz de sentir una conexión inexplicable con esa pequeña niña.

Seguramente era porque nuestras historias, eran parecidas.

Finalmente, llegamos a la tienda que le comenté a Miranda y una linda muchacha salió a atendernos.

—Hola, me llamó Karina, ¿en qué les puedo ayudar?

—Estamos buscando overoles —contesté sonriendo.

—¿Para cuál de la dos?

—Para las dos, queremos vernos igual.

Karina nos miró y por un segundo fui capaz de leer sus pensamientos:

—Han llegado al lugar correcto. —Karina nos indicó el camino y subimos otro par de escaleras—. Aquí tenemos enterizos de todas las tallas y colores.

Miranda me soltó la mano y corrió a ver las prendas.

—Tiene una hija muy linda —comentó la muchacha.

—Ella no…

—¿Me puedo poner esta? —gritó Miranda interrumpiéndome.

—Sí, los probadores están por allá. —Karina señaló al fondo del local—. ¿No vas a acompañarla?

Alcé las cejas.

«¿Debo acompañarla?», medité en mi cabeza.

Se supone que un niño a esa edad se viste solo, Matías lo hace.

—No, ella es una chica independiente —concluí—: Mejor, vamos a buscar un overol similar para mí.

—No hace falta buscar una similar, el que su hija eligió viene desde su talla hasta la de usted —me explicó Karina—. Usted seguro es talla M, vaya a los probadores, yo se la llevo.

—Genial, gracias —expresé feliz.

Caminé con calma hasta el fondo del sitio y me detuve en la entrada de los probadores.

—¿Eres la mamá de la pequeña con el overol? —preguntó otras de las trabajadoras de la tienda.

Suspiré, la verdad, me daba pereza explicar que no era mi hija, bla, bla, bla…

—Sí. —Sonreí y arrugué la nariz, era un gesto ridículo que hacía cuando algo me estresaba. Aunque, June decía que lo hacía todo el tiempo—. Miranda. ¿Necesitas ayuda?

La peque salió del probador, con medias, el overol medio puesto y el cabello revuelto.

—Creo que sí.

Me acerqué a ella y le puse las tiras del enterizo. Me agaché y pasé las manos por su cabello.

—Te queda hermosa.

—¿Y la tuya? —preguntó la chiquilla.

—Aquí la tengo —anunció Karina—. Voy por una camisa igual a la de tu mami.

—Sí —chilló Miranda contenta—. Ve a cambiarte.

Me puse de pie y entré a uno de los probadores.

Me miré frente al espejo, había elegido una camisa clásica, sin botones y el cuello en v, de color azul claro. Lo que hacía que con el overol fuera perfecto.




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