Con licencia para amar

Episodio 12: Alerta AMBER

Pax...

Conduje a Miranda hasta el final del pasillo y me agaché para quedar a su altura.

Sentía que este tipo de conducta no era del todo correcta, entendía que necesitaba una figura femenina a la que seguir, pero no creía que yo, fuese esa persona que le diese el ejemplo.  

Sí, al parecer habíamos desarrollado un vínculo muy lindo y fuerte en poco tiempo, pero solo por lo similar de nuestras historias.

Sin embargo, eso no quitaba que Miranda fuera una pequeña con una tarjeta de crédito, solo Dios sabe si tenía límite y al estar en un lugar como este donde todo era tan llamativo, de seguro se le habían cruzado los cabes.

—¿Hice algo malo?

Mi corazón se arrugó como una pasa.

—No, claro que no. —Toqué su cabello—. Me encanta tu cabello, está largo y sedoso, cortártelo solo sería una maldad.

—A ti te queda lindo.

—Gracias, pero daría lo que no tengo por volver a tener mi cabello largo.

—¿No te lo cortaste para cambiar el estilo?

—No, peque. —Miré mi reflejo en uno de los cristales de alguna tienda—. Hace mucho tiempo sentía que no encajaba en ningún lado; creí tontamente que, pintarme el cabello, me ayudaría a sentirme mejor, pero tengo el cabello tan oscuro que no agarró el color. —Me levanté del suelo, tomé la manito de Miranda y empecé a caminar a la salida del centro comercial—. En mi soberbia, me decoloré el cabello. ¿Sabes lo que es?

—Creo que no.

—Es cuando usas un químico para quitar el color de tu cabello. —Bajamos el último tramo de escaleras.

—¿Como un blanqueador?

—Sí, como un blanqueador para cabellos. —Salimos del sitio y subimos a un taxi que nos ofrecía el mismo centro comercial—. El punto es que mi cabello quedó muy maltratado y se estiraba como un chicle, fue horrible. Tuve que cortarlo, para quitar esas partes dañadas, he pasado el último año, dejando que crezca y cortando lo malo, hasta que, al fin, todo lo que tengo es mi cabello natural.

—¿A dónde vamos? —indagó la pequeña y miré alrededor.

El taxi estaba detenido y nosotras dentro.

—Qué pena. —Me reí y le dicté la dirección de mi casa.

—Lo siento, hoy solo quería crear todos los recuerdos posibles.

—Ven aquí, peque. —Abracé a Miranda.

La entendía, si tuviera la oportunidad de ver a mi madre, aunque, fuera solo 5 segundos, me volvería loca. Claro que, yo no era su madre, pero era la magia de ser su niñera por un día.

—Mira, el plan es tomarnos el día con calma. —Miré la hora en mi reloj, se suponía que debía llevarla a la misma cafetería donde la fui a recoger a las 2:30 de la tarde y eran las 12:15 del mediodía. Quedaba algo de tiempo—. Por mi casa venden pizza, pediremos la que más te guste, subimos a mi casa, nos hacemos un peinado parecido y la pasamos bien, hasta que se haga la hora de llevarte con tu papi.

—¿Pasó algo?

—Vale, pero no sé hacer peinados.

—Yo tampoco, pero algo inventamos. —Miranda sonrió—. ¿Cuál es tu pizza favorita?

—Mmm… Pepperoni y champiñones.

—Esa también es la mía. —No fue una celebración, sino una afirmación que me hizo sentir un poco extraña.

Miranda sonrió feliz.

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Pax...

Suspiré viendo la caja vacía de pizza sobre la mesa de mi habitación.

Nunca había visto a un niño comer con tanto gusto una pizza, era como si casi nunca comiera este tipo de cosas.

—Mira, este peinado está lindo… Y parece fácil de hacer. —Miranda me dio la Tablet.

—Hay que intentarlo.

Me puse a seguir paso a paso lo que pasaba en el video, pero a la mitad de este gruñí frustrada.

—Esto no está funcionando —concluí viendo el montón de cabello todo enredado en la cabeza de Miranda.

—Es culpa de mi cabello, es tan. —La peque se vio en el espejo—. ¡Ahhh! ¿Qué le pasó a mi cabeza?

Sorprendentemente, después de eso, solo se echó a reír.

—Lo siento, te dije que no soy buena haciendo peinados.

—Jamás lo había visto tan loco —bromeó la niña.

—¿Pax, todo bien? —preguntó June.

Creí que June estaría fuera de casa hasta tarde.

—¡Pasa!

Mi amiga abrió la puerta y me observó asombrada al ver a Miranda dentro.

—Cariño, ¿qué te pasó en el cabello? —June, como buena mujer con instintos maternales, se acercó a la pequeña.

—Traté de peinarla y… —Moví las manos en el aire señalando la cabeza de Miranda—. Solo pasó esto.

—Por favor, quédate con los videojuegos, que de los cabellos me encargo yo.




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