Con los ojos del corazón

Capítulo 1

La oscuridad lo envolvía. No era la noche, ni la sombra pasajera de un día nublado. Era una oscuridad permanente, absoluta. La habitación estaba en silencio, pero en su mente había ruido. Voces, recuerdos lejanos y apagados.

Todo fue demasiado rápido. Un instante de velocidad, risas, luces cegadoras... y luego, el impacto.

El metal se retorció, los gritos quedaron ahogados por el sonido del cristal hecho añicos. Julián sintió su cuerpo golpeando el volante, una sacudida brutal antes de ser lanzado hacia un vacío silencioso. No recordaba en qué momento dejó de escuchar a sus amigos. Lo último que sintió fue un dolor agudo en la cabeza y luego... nada.

Ahora, había voces. Voces distantes, palabras cortadas que flotaban en la penumbra. Intentó abrir los ojos, pero la oscuridad era absoluta. No entendía. Su corazón se aceleró. Trató de moverse, pero un peso insoportable lo mantenía inmóvil.

—Pupilas no reactivas… posible daño en nervios ópticos.

—Presión cayendo. Necesitamos estabilizarlo.

Quiso gritar, preguntar qué demonios pasaba, pero su garganta solo dejó escapar un gemido. Sintió el pinchazo de una aguja en su brazo antes de ser tragado por la nada otra vez.

La nada. Silencio. Oscuridad.

Luego, un pitido. Constante. Monótono. Un peso insoportable en el pecho. Intentó moverse de nuevo, pero todo su cuerpo parecía envuelto en plomo. Su cabeza latía como si un martillo golpeara su cráneo con cada segundo que pasaba.

El pitido se intensificó. Luego, otra voz. Femenina. Alarmada.

—Julián, si me escuchas, aprieta mi mano.

No podía. O tal vez sí. De manera casi imperceptible, sus dedos se movieron, pero no estaba seguro de si alguien lo notó.

Un murmullo. Algo se agitó a su alrededor. Unos pasos apurados.

—Su pulso está subiendo. Vuelve en sí.

La oscuridad se hizo más densa. Y entonces, un pensamiento cruzó su mente como una flecha helada.

«No veo nada».

Antes, el mundo estaba lleno de luz.

Podía ver el reflejo del sol en las olas, sentir la arena caliente entre sus dedos. Podía ver a sus amigos, corriendo por la playa aquel último día de verano. Sienna, con su melena dorada y su bikini rojo, lanzándole una sonrisa antes de saltar a sus brazos. Se besaron entre la brisa salada, con la promesa de que ese amor duraría más allá del verano, más allá del tiempo.

Pero el tiempo los había traicionado.

Una risa. Un brindis. Una carrera por la carretera con el coche nuevo que le habían regalado. Y luego... el impacto. El vacío. La nada misma.

Julián cerró los ojos, aunque ya no hiciera diferencia. Sintió el nudo en la garganta, el ardor en sus ojos vacíos. Una lágrima resbaló por su mejilla y la limpió con rapidez. No quería llorar, pero tampoco podía evitarlo.

Unos golpes en la puerta lo hicieron tensarse.

—Hijo, ¿puedo entrar?

No respondió. Aún así, su madre entró.

—Asher ha llamado. Quiere visitarte.

Julián apretó la mandíbula y soltó una risa seca, sin rastro de alegría.

—¿En serio? ¿Y qué quiere? ¿Venir a describirme lo hermoso que está el día? ¿Contarme lo bien que la pasa en las fiestas sin mí?

—Julián… no es así. Él solo quiere verte.

—Bueno, mala suerte. Yo no puedo verlo a él.

La tensión llenó la habitación. Su madre suspiró, abrió la boca para decir algo más, pero él no le dio oportunidad de seguir hablando.

—Dile que no pierda su tiempo. Y tú tampoco. Déjame en paz.

La tensión llenó la habitación. Su madre negó con la cabeza y esbozó una triste sonrisa, como si quisiera decir algo más, pero solo se rindió.

—Estaré abajo si necesitas algo.

Julián escuchó la puerta cerrarse, y en su mente apareció otro recuerdo. Sienna:

—Nos vemos por ahí… —Se detuvo a mitad de la frase y mordió su labio—. Lo siento. No quise decir eso.

Julián soltó una risa amarga, sin una pizca de humor.

—¿Por qué? ¿Por qué suena absurdo decirle eso a un ciego? Vamos, dilo, Sienna. Nos vemos por ahí… oh, espera, no, tú sí puedes verme, yo soy el que no puede verte a ti.

Ella bajó la mirada, incómoda, pero él continuó.

—Dime, ¿te quedaste solo para despedirte por lástima o porque necesitabas justificarte antes de largarte?

Sienna tragó saliva, jugando con sus dedos.

—Julián... Creo que es mejor que terminemos. Ya nada será igual.

—¿En serio? ¡Vaya sorpresa! No lo había notado —soltó con sarcasmo, clavando los dedos en las sábanas—. Pero dime la verdad, ¿cuánto tardaste en tomar esta decisión? ¿Fue antes o después de que me abrieran la cabeza en urgencias?

Sienna parpadeó, conteniendo las lágrimas. Pero al final, no respondió. Solo se dio media vuelta y salió sin mirar atrás, mientras él, entre lágrimas de rabia y dolor, le gritaba que no lo dejara.




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