Con los ojos del corazón

Capítulo 3

Esperanza sintió que llevaba demasiado tiempo encerrada en su habitación. A pesar de la advertencia de Millie, necesitaba estirar las piernas y despejar su mente. Así que, con pasos lentos, pero firmes, salió al pasillo y comenzó a caminar, dejando que el hospital, con su mezcla de voces apagadas y pitidos de monitores, la envolviera.

No tardó en notar a una mujer saliendo de una habitación. Su porte era elegante, pero la tensión en sus hombros la hacía parecer más frágil de lo que querría admitir. Llevaba un bolso colgado del brazo y su andar era firme hasta que, de repente, se detuvo y se dejó caer en uno de los bancos del pasillo.

Esperanza se detuvo a varios metros de distancia y la observó. La mujer bajó la cabeza y, en un gesto desesperado, cubrió su rostro con ambas manos. Su espalda se agitaba con cada sollozo reprimido. Era una imagen de vulnerabilidad pura, de un dolor que había estado conteniendo durante demasiado tiempo y que, en ese momento, la había vencido.

Esperanza sintió un nudo en el pecho. Reconoció a aquella mujer, era la mamá de Julián. Sabía lo que era sentir que el miedo te ahogaba, el temor a perder a alguien, a no tener el control sobre lo que más amas.

La mujer respiró hondo, secó sus ojos con la punta de los dedos y ajustó su bolso en el hombro antes de levantarse y marcharse con la cabeza alta, como si nada hubiera pasado. Como si no acabara de romperse en ese banco.

Esperanza siguió con la mirada la dirección de donde había salido. Caminó hasta quedar en frente y la miró. Frunció el ceño al verla entreabierta, se asomó con cuidado y pudo verlo, probablemente tenía la misma edad que ella.

Sintiendo un impulso inexplicable, la empujó con suavidad. El cuarto estaba en penumbra, las cortinas apenas dejaban pasar la luz del atardecer. En la cama, conectado a una serie de monitores, estaba él. El chico que había visto llegar en la camilla. El chico que, según Millie, había intentado quitarse la vida.

Esperanza cerró la puerta con cuidado y avanzó unos pasos, sintiéndose extraña, fuera de lugar. No lo conocía, no tenía razones para estar allí, pero algo dentro de ella le decía que debía hablar con él.

Su mirada se posó en la figura inmóvil sobre la cama. Lo primero que notó fue su cabello, un desorden de ondas pelirrojas que contrastaba con la frialdad de las sábanas blancas. Su piel pálida parecía aún más etérea bajo la luz tenue, salpicada por pecas apenas visibles en sus mejillas y nariz.

Tenía los labios entreabiertos, la respiración pausada y un vello facial ligero sombreando su mandíbula. No era una barba completa, más bien un rastro de días sin afeitarse, como si el tiempo se hubiera detenido para él. Su expresión era serena, pero había algo en su postura, en la tensión de sus manos sobre la sábana, que revelaba que su descanso no era del todo pacífico.

Esperanza se quedó en silencio, observándolo, preguntándose qué historia cargaba ese muchacho que, aún dormido, parecía llevar una tristeza arraigada en su piel.

Tomó aire y, con voz suave pero firme, dijo:

—Hola, Julián.

El cuerpo en la cama se tensó casi de inmediato. El leve movimiento de su rostro y una mueca que se dibujó en sus labios delataron que estaba despierto.

—Genial, ahora también tengo visitas inesperadas. ¿Quién eres y qué quieres?

Esperanza arqueó una ceja. No esperaba gratitud, pero tampoco semejante hostilidad.

—Bueno… esa es una forma interesante de saludar.

Julián soltó un resoplido y giró la cabeza en su dirección, pero sin mirarla realmente.

—Si vienes a darme ánimos, ahórratelo. Ya tengo suficiente con las enfermeras y los médicos hablándome como si fuera un niño de cinco años.

Esperanza cruzó los brazos, sintiendo que la conversación tomaba un giro raro.

—Solo quería ver cómo estabas —respondió, cruzándose de brazos.

Julián soltó una risa seca.

—Genial, gracias por preguntar. Ahora puedes irte.

Esperanza puso los ojos en blanco.

—Vaya, qué encanto. Se nota que las visitas te ponen de buen humor.

—Sí, bueno, es que me encanta que extraños irrumpan en mi habitación como si esto fuera una cafetería.

Esperanza ignoró su tono cortante y dio un paso más cerca.

—Vaya, qué gusto da hablar contigo. Tu carisma es apabullante.

—Y tu insistencia, molesta.

Ella bufó y rodó los ojos.

—Solo pasaba por aquí y vi a tu madre. Parecía triste...

Julián apretó la mandíbula.

—Pues qué sorpresa, ¿no? Su hijo está en un hospital, claro que está triste.

Sintió un ligero calor de irritación subiéndole por el pecho. Arrugó el gesto ante su actitud. Vale, estaba en un hospital, pero eso no justificaba que fuera grosero.

—¿Siempre eres así de agradable o solo cuando tienes público?

Julián ladeó la cabeza, como si intentara ubicarla en el espacio.




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