El sonido del reloj en la pared era lo único que rompía el silencio tenso en la habitación de Julián. No necesitaba verlos para saber que sus padres estaban ahí, sentados con la espalda recta, ocupando el espacio con su presencia sofocante. Habían llegado hacía apenas unos minutos, pero ya sentía el peso de la conversación que se avecinaba.
—Bueno, cariño —comenzó su madre, Eleanor, con su tono perfectamente ensayado—. He estado pensando en tus próximos pasos. Ahora que ya te sientes mejor, podemos empezar a planear el futuro.
Julián dejó escapar una risa seca y ladeó la cabeza hacia ella.
—¿El futuro? Qué optimista de tu parte.
—Por supuesto —respondió ella con una sonrisa forzada, ignorando su sarcasmo—. He estado investigando centros especializados en rehabilitación visual, y hay excelentes opciones en Europa. Podemos organizar todo en cuanto salgas de aquí.
Julián apretó la mandíbula. Ahí estaba otra vez. Su madre planificando su vida sin preguntarle siquiera qué quería.
—¿Y si no quiero irme a Europa? —preguntó con frialdad.
Eleanor se removió en su asiento.
—Julián, no seas dramático. Necesitas la mejor atención, y nosotros podemos darte eso. No podemos simplemente quedarnos de brazos cruzados.
—No, claro que no. Porque eso sería dejarme decidir por mí mismo, ¿verdad? —Su voz goteaba sarcasmo—. Es bueno saber que perder la vista no me exime de seguir siendo tu proyecto personal.
—No digas eso —intervino su padre, Richard, con un tono más moderado—. Lo que tu madre quiere es ayudarte. Todos queremos ayudarte.
Julián giró el rostro hacia donde sabía que estaba su padre.
—¿"Todos"? Vaya, qué sorpresa. Pensé que estabas demasiado ocupado como para darte cuenta de lo que pasa en esta familia.
Richard suspiró, pero no discutió. Sabía que su hijo tenía razón.
—Estaré fuera un par de semanas. Tengo que viajar por negocios —dijo, y hubo una pausa incómoda antes de continuar—. Pero cuando regrese, me ocuparé personalmente de conseguirte el mejor tratamiento posible.
Julián sonrió sin humor.
—Qué considerado. Tal vez para entonces ya pueda ver lo maravillosa que es mi nueva vida.
—Julián… —Eleanor intentó intervenir, pero su hijo levantó una mano, deteniéndola.
—No quiero seguir hablando de esto. Si vinieron a darme el discurso sobre cómo mi vida no ha terminado, pueden ahorrárselo. Ya sé que ustedes quieren que todo vuelva a la normalidad, pero odio decirles que eso no va a pasar. No soy el mismo. Y lo que ustedes quieren que sea ya no existe.
El silencio cayó sobre la habitación como un muro impenetrable. Eleanor enderezó la espalda y tomó su bolso con elegancia fingida.
—Hablaremos de esto cuando estés de mejor humor —dijo con frialdad, poniéndose de pie.
Richard tardó un momento más en levantarse. Cuando al fin lo hizo, caminó hasta la puerta y se quedó en el umbral, como si quisiera decir algo más, pero al final solo suspiró y salió detrás de su esposa.
Julián se quedó solo, con el eco de la conversación retumbando en su mente y el monótono tic-tac del reloj marcando el tiempo de un futuro que no quería enfrentar.
Se colocó los cascos y le dio play a su lista de reproducción. "Don't You Forget About Me de Simple Minds" comenzó a sonar, llenando su mente. Sin siquiera darse cuenta, la esperaba.
Pero ese día, Esperanza no apareció.
El pensamiento lo golpeó con más fuerza de la que estaba dispuesto a admitir. Tal vez se había cansado, tal vez finalmente entendió que él era un caso perdido. Sintió un peso en el pecho, algo parecido a la decepción.
Cerró los ojos e intentó imaginarla. Su voz tenía un matiz cálido, juguetón, con un déje de ironía que lo descolocaba. Le sonaba a alguien morena, de piel tostada por el sol. Sí, la imaginó así. No quería que se pareciera a Sienna. De hecho, era su polo opuesto.
—¿Cómo pude estar con alguien como ella? —murmuró, recordando a su ex.
Esperanza era diferente. Inteligente y divertida, pero también mordaz, sin miedo de decirle lo que pensaba. Disfrutaba sus conversaciones, algunas profundas, otras cargadas de sarcasmo, pero lo que más le gustaba era que nunca lo trataba como un inútil. No huía cuando él se ponía difícil, no retrocedía cuando él intentaba empujarla lejos. Lo enfrentaba, lo desafiaba.
Como si viera algo en él. Algo que ni siquiera él podía ver.
Suspiró y dejó que su mente viajara hacia el pasado, repasando su vida antes del accidente.
Nada memorable.
Fiestas. Alcohol. Porros compartidos en autos lujosos con amigos que ahora apenas recordaban que existía. Se comportó como un idiota con tanta gente…
Recordó al chico solitario en el comedor de la escuela. El mismo al que él y sus amigos ignoraron, incluso se le hacían bullying. Quizás solo estaba pasando por un mal momento, quizás solo necesitaba un amigo, alguien que le ofreciera apoyo.