Julián se apoyó en la mesilla junto a su cama, indeciso. Mañana le darían el alta, y aunque una parte de él ansiaba salir de ese hospital, otra se negaba a irse sin verla. Esperanza no había ido a visitarlo el día anterior ni ese mismo día, y por alguna razón, eso le molestaba más de lo que estaba dispuesto a admitir.
Tomó aire y presionó el botón de llamada. Unos minutos después, la inconfundible voz de Millie llenó la habitación.
—¿En qué puedo ayudarte, gruñón?
Julián rodó los ojos con una sonrisa apenas perceptible.
—Necesito que me lleves a la habitación de Esperanza.
Hubo un breve silencio antes de que Millie respondiera con diversión.
—Vaya, vaya. Nunca pensé que llegaría el día en que pidieras salir de tu cueva voluntariamente.
—No es voluntario —refunfuñó—. Tengo asuntos pendientes.
—Claro, claro. No tienes que explicarme nada —dijo Millie, y Julián imaginó su sonrisa burlona—. Estaré ahí en un segundo, antes de que te arrepientas.
Millie entró a la habitación con un bastón en la mano. Con su ayuda, Julián recorrió los pasillos hasta la habitación de Esperanza. Cuando llegaron, ella le entregó el bastón y le dio un leve empujón hacia la puerta.
—Cuando terminen de hablar, me llamas y te llevo de vuelta —dijo, y sin esperar respuesta, desapareció por el pasillo.
Julián suspiró y golpeó la puerta con los nudillos.
—¿Se puede? —preguntó, la voz le salió un poco desafinada, carraspeó y sostuvo el bastón con fuerza.
El sonido de unas sábanas moviéndose y unos pasos ligeros precedieron la voz de Esperanza.
—Julián… —Había una sonrisa en su tono—. Vaya sorpresa. ¿Qué haces aquí?
Él se encogió de hombros, o al menos intentó hacerlo sin parecer demasiado incómodo.
—Me dan el alta mañana… y como desapareciste dos días seguidos, pensé que al menos merecía una despedida decente.
Esperanza rió con suavidad.
—¿Así que el antisocial decidió buscarme? Oh, definitivamente gané la apuesta.
Julián frunció el ceño, pero su tono era ligero.
—Eso es debatible.
—Para nada. Logré que salieras de tu cueva —dijo ella con orgullo—. No puedes negarlo.
—Está bien, está bien —admitió con fingida exasperación—. Supongo que te debo mi número como premio de consolación.
Esperanza rió de nuevo y caminaron hasta la cama. La conversación fluyó con facilidad, entre bromas y confidencias, como si el tiempo no existiera.
Pasaron un largo rato así, hablando de todo y de nada, hasta que Julián rompió el ritmo con una pregunta inesperada.
—Esperanza… ¿cómo eres?
Ella parpadeó, sorprendida.
—¿Cómo soy?
—Sí. Dime cómo es tu rostro, tu cabello, tu piel… Quiero imaginarte mejor.
Esperanza sonrió y se puso de pie. Se acercó a él y extendió sus manos hasta encontrar las suyas, tirando suavemente para que se levantara.
—Ven, te lo mostraré de otra manera.
Julián se dejó guiar, sintiendo cómo la distancia entre ellos se reducía. De pronto, ella rodeó su torso con los brazos en un abrazo cálido. Suavemente, dejó que él notara su altura. Le llegaba a los hombros. Su aroma, dulce y familiar, le envolvió los sentidos.
—Hueles a chicle —murmuró, sorprendido.
Esperanza rió.
—Es mi marca registrada.
Aún con las manos unidas, ella llevó sus dedos hasta su rostro.
—Ahora toca ver con las manos.
Julián deslizó las yemas de sus dedos por su piel con cautela. Recorrió con cuidado el puente de su nariz, que era pequeña y delicada. Esperanza susurró:
—Mis ojos son de un azul intenso. Mi mamá era asiática, por eso son algo rasgados. Mi padre es moreno, pero de ojos claros, por eso mi piel es bronceada. Mi cabello es lacio y oscuro…
Mientras hablaba, Julián dejaba que sus manos grabaran su rostro en su memoria. Pasó los pulgares por sus pómulos, su frente, luego sus labios, apenas rozándolos. Finalmente, deslizó sus dedos por su cabello, sorprendiéndose de lo suave que era. Esperanza suspiró y cerró los ojos.
Él también suspiró, como si con ese gesto estuviera absorbiendo toda su esencia.
En un movimiento natural, la abrazó de nuevo. Ella se acurrucó contra su pecho y entrelazaron los dedos. Él apoyó el mentón en la coronilla de ella, y se quedaron así, en un silencio cómodo, grabando la tibieza de sus cuerpos, las curvas de sus figuras, la mezcla de sus fragancias, cerraron sus ojos y se dejaron llevar por la intensidad de los sentimientos que comenzaban a despertar. La forma en que se estaban conociendo era la más pura, un momento que, aunque todavía no eran conscientes, no lo olvidarán jamás.