Con los ojos del corazón

Capítulo 8

Julián nunca había pensado demasiado en la accesibilidad de los teléfonos hasta que dejó de ver. Ahora, su móvil era tanto una herramienta como un desafío. Al principio, la frustración era mayor que la utilidad, pero poco a poco se fue acostumbrando.

Con ayuda de Lyam activó la función de lector de pantalla, que le leía en voz alta las notificaciones y nombres de contactos. Así fue como la robótica voz de la aplicación le avisó la entrada de un nuevo mensaje: Nuevo mensaje de Esperanza.

El sistema reproducía su voz robótica, y Julián deslizaba un dedo por la pantalla para hacer que el móvil leyera el mensaje completo.

El primer mensaje llegó cuando Julián ya estaba acostado, con los cascos puestos y la música sonando a bajo volumen. El móvil vibró en su mesita de noche, y aunque no esperaba nada importante, estiró la mano y tanteó hasta encontrarlo. Al desbloquearlo, casi de inmediato, el teléfono vibró otra vez. Pero esta vez, era una llamada. Una sonrisa involuntaria apareció en su rostro al escuchar la voz robótica de la aplicación anunciando a Esperanza, deslizó el dedo sobre la pantalla y atendió la llamada..

—¿No puedes simplemente escribir como la gente normal? —murmuró.

Sin embargo, internamente agradeció que ella lo llame, porque le ponía nervioso escribir y la voz robótica avisando todo lo que se mostraba en la pantalla.

—La gente normal es aburrida —respondió Esperanza, de manera animada—. Además, sabía que estabas despierto. No me engañas.

Julián se acomodó en la cama, apoyando la espalda contra la cabecera.

—¿Y a qué debo el honor de esta llamada nocturna?

—Me aburría. Mi padre está durmiendo, Felicity no responde y necesitaba hablar con alguien interesante… pero como no encontré a nadie, te llamé a ti.

Julián resopló.

—Qué halagador. Ahora tengo a mi asistente personal, mi mamá designó a Lyam, el chófer, como niñero oficial mientras encuentra a alguien más apto para el puesto —dijo Julián con enfado—. Me recuerda qué día es, qué ropa usar y me ayuda a evitar que tropiece con cosas.

—Puedo postularme —respondió ella con dramatismo—. Yo te abanicaré y alimentaré con uvas.

—Eso último no suena tan mal.

—Eres un chico fácil, Carter.

—No es lo que piensa mi madre —replicó él.

—Ella no te conoce como yo lo hago —bromeó Esperanza.

—¿Ya está en tu casa?

—Sí, hoy me dieron el alta, ahora no sé qué hacer de mi vida —dijo Esperanza.

—¿Te quedaste sin pacientes a quienes molestar?

—Es por eso que quiero aplicar para ser tu niñera, sería como esas novelas raras de Wattpad.

—Creo que tendría potencial para llegar a Netflix, imaginate: “La niñera del chico ciego”.

Esperanza rió con ganas y dijo:

—A Blake la contrataron para cuidar del ardiente y malhumorado chico ciego, pero el destino se tuerce y de ser enemigos pasan a convertirse en amantes clandestinos…

—¿Crees que soy ardiente? —indagó Julian en broma.

Silencio.

—Esperanza…

—Ajá —murmuró ella—, digo no, estamos hablando del personaje de la historia.

—¿Qué harás ahora que te dieron el alta? ¿Volverás a la escuela?

—No sé qué haré, todavía no pensé en eso y no, no voy a volver a la escuela, terminaré el año de manera virtual.

—Eso es genial, aquí veo la oportunidad de dar vuelta la historia, sería novedoso que un chico ciego sea tu profesor particular.

—¿Tú no irás a la universidad?

—Me tomaré un año sabático. ¿Qué quieres estudiar cuando termines la escuela?

El silencio que siguió fue diferente a los de antes. Fue denso, pesado. Como si la pregunta la hubiera tomado por sorpresa, o peor aún, como si supiera que llegaría tarde o temprano.

—No lo sé —respondió al final, con un tono más bajo.

Julián frunció el ceño.

—¿No lo sabes, o no quieres decirlo?

Esperanza forzó una risa.

—Wow, qué intenso. ¿Siempre interrogas a la gente antes de dormir?

—Siempre que me den razones para hacerlo.

Hubo otro silencio. Luego, ella suspiró.

—Solo intento no preocuparme demasiado por el futuro, Julián. Prefiero vivir el presente.

—¿Y por qué? —insistió él.

—Porque a veces, es mejor no pensar en lo que viene —susurró.

Julián sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Por primera vez, se preguntó qué era lo que Esperanza estaba ocultando.

Desde esa noche, las llamadas se volvieron habituales. Cada noche, después de que la ciudad se sumía en silencio, los dos hablaban durante horas. A veces sobre cosas profundas: el miedo, la soledad, los cambios que ninguno de los dos pidió. Otras veces, simplemente bromeaban, lanzándose pullas hasta que sus voces se volvían somnolientas.




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