Con los ojos del corazon

CAPITULO 33 ESE NO ES MATEO

Nunca en la vida hubiera imaginado que su nombre estuviese prohibido en casa de Mateo. El mundo se había dado vuelta y Violeta no estaba enterada, no había otra explicación posible.

Teresa la guio hasta la cocina por la puerta de servicio mirando hacia todas direcciones, como si alguien pudiese aparecer en cualquier instante.

_Tomemos unos mates antes de que salgas disparada por esa puerta y cometas una locura que pagues demasiado caro.

_ ¿Tan grave es la situación? _ quiso saber mientras dejaba caer la mochila sobre la mesa.

_Mucho…esto es un caos y más de una vez me hubiese gustado salir corriendo. No soporto verlo así, desarmado y entregado. Prácticamente no come ni sale de su habitación, no hay personal que se lo banque, no avanza en su tratamiento, la música está prohibida como tu nombre y no hace nada más que estar tirado en esa cama muriéndose en vida.

_ ¿Y Andrés?

_Estuvo a su lado durante todo un año, pero su matrimonio estuvo a punto de venirse a pique. Volvimos no hace mucho, pero para mí parece un siglo.

_ ¿Y cómo quedo después de la operación?

Teresa preparo el mate, sirvió unas galletitas y apago el fuego en el más completo silencio mientras Violeta aguardaba impacientemente una palabra positiva. Finalmente, la mujer se sentó, le dio un lento sorbo y agrego:

_Inicialmente no podía moverse, ni hablar…era un vegetal, una planta de lechuga…fisioterapia y estimulación, muchas sesiones, demasiadas hasta que logro ponerse de pie. Jamás se quejó…pudo dar unos pasos, mover los brazos, las manos…pero quedo con ciertas secuelas del lado derecho. Posteriormente recupero el habla, pero no nos reconocía. Tenía la mente en blanco como si fuese un cuaderno a estrenar, solo tenía un nombre grabado a fuego: Violeta. Cuando quisimos explicarle tuvo una descompensación producto del stress. Al despertar, además de amnésico estaba ciego.

Violeta se largó a llorar amargamente. Ella a kilómetros, inútil, al margen de todo, preocupada e ignorante de lo que sucedía en Australia. Tomaron unos mates en silencio dándole tiempo para recuperarse de semejante noticia.

_ ¿Y ahora?

_Ahí está, desmemoriado, de pésimo humor, sumergido en la cama en la más completa oscuridad. Debe seguir con el tratamiento, pero se niega rotundamente, no quiere moverse, no habla más que lo necesario.

_ ¿Y la música? _quiso saber la muchacha.

_Bien, gracias. No canta ni intenta tocar el piano, la tv no se enciende, la radio tampoco, ni el celular…nada. Se está dejando morir.

Los sonoros pasos de una mujer completamente furiosa avanzaban hacia la cocina.

_Renuncio_ afirmo una señora vestida en uniforme celeste portando un maletín negro. _ No se preocupe por el acuerdo de confidencialidad. Me reservo mi opinión sobre el paciente. Me acaba de revolear la bandeja con comida. Si no me agacho me pega en la frente.

_Vaya puntería para un ciego_ murmuro Violeta con ironía.

_Si le parece gracioso quede usted cuidando a ese loco, pero llévese un casco, por las dudas.

Y sin decir más, la empleada se retiró en silencio.

_Vamos a verlo_ dijo Violeta súbitamente.

_No te lo recomiendo, hermosa, te va a hacer mal. _ le aconsejo Teresa acostumbrada al desfile continuo de personal agredido por el cantante.

Violeta no hizo caso a las palabras de Teresa e ingreso a la sala principal para subir por las escaleras instintivamente. Su cabeza estaba confundida, muy confundida y en su pecho el corazón latía como un potro desbocado. La puerta de la habitación está abierta. Los rastros del almuerzo habían impactado contra la pared y se hallaban dispersos por el suelo. Allí, enredado entre las sabanas se encontraba la sombra de un hombre. El cabello largo y enmarañado, la barba crecida, los brazos delgados y una mirada perdida a la distancia. La habitación se hallaba en penumbras, maloliente y calurosa. Ese hombre no era Mateo, era su sombra.

_ ¡Qué demonios es este desastre! _ grito Violeta corriendo las cortinas para que los rayos del sol pudieran filtrarse traviesos. _Acabo de ver que su terapeuta huyo despavorida. ¿Es la numero cuanto, Teresa?

La mujer, agitada por correr tras de la muchacha, pudo decir:

_La quinta.

_ ¡Qué vergüenza!¡Que desperdicio de personal calificado! ¿Usted tiene idea de lo difícil que resulta conseguir un profesional a domicilio? Las cosas van a cambiar de ahora en adelante, señor Rossi.

El cantante se sentó intentando distinguir esa nueva voz.

_ ¿Y usted quién es? _pregunto desconcertado.

_Su peor pesadilla, señor Rossi_ afirmo Violeta.




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