Ana María sentía que desde que había nacido su bebe su vida había dado un cambio mucho más profundo que los 360 grados de la circunferencia y que algo indefinible en palabras se había fracturado irremediablemente en su mundo interior y eso le dolía mucho a pesar de su inmenso amor por su hijo.
Definitivamente había habido un antes y un después en su vida. A veces se descubría mirando hacía la lejanía viendo el fantasma de aquella Ana María, la jovén, la soltera y sin hijos que se despedía de ella con ojos lastimeros para luego desvanecerse a un lugar y tiempo lejano e inalcanzable…, se preguntaba una y otra vez pensando en su hijo: ¿como se podía amar tanto a alguien tan frágil y pequeño y a la vez sentir dolor y cierto rechazo por el sufrimiento ocasionado?, la maternidad hacía aflorar en ella emociones contradictorias…, lo que era indiscutible era su gran amor por su hijo a pesar de los claroscuros tan propios de la maternidad.
Con respecto a su esposo sentía que había perdido sin remedio a ese buen amigo, luego novio, prometido y por último esposo siempre jovial, alegre, lleno de detalles amorosos, aquel que la complacía con gusto en la cama; de a poco él también había renacido primero en el matrimonio y luego en la paternidad, convirtiéndose en un hombre preocupado por satisfacer los requerimientos económicos, frío ante sus emociones, distante y sobre todo lleno de reproches para con su forma de educar al niño. La verdad eran dos seres espirituales en plena metamorfosis: de pareja a padres, ambos estaban en plena búsqueda de un nuevo norte.
Para ambos en la cama había muy poca ocasión para amarse pues entre el trabajo, el cuidado del bebé, las labores domésticas y en el caso especial de Ana María los dolores residuales propios del posparto hacían toda una proeza tener intimidad. La falta de intimidad impacientaba especialmente a Luis Fernando quién se caracterizaba por ser un hombre especialmente apegado al placer sexual al que extrañaba lleno de pesar, es por ello que la cama se había vuelto un simple espacio para colocar sus cuerpos cansados y amanecer al día siguiente afrontando deberes y responsabilidades en aras de la manutención de la familia.
Ana María con respecto al hecho de convertirse en madre recordada con frecuencia con una mezcla de nostalgia e ingenuidad cuando le dio la noticia de que estaba embarazada a Luis Fernando, ambos se fundieron en un tierno abrazo, lleno de la más pura y cristalina felicidad de esa que parecía venida del cielo.
Luego esos meses en que crecía su hermoso bebe en su vientre, podía sentirlo tan vivo dentro de ella, moviéndose, transformando todo su cuerpo, haciéndola sentir feliz, pero también ansiosa acerca de su porvenir, cansada, muy sola al ser una experiencia tan solitaria y ese temor al parto que es verdaderamente abrumador.
Entre el cansancio, su fragilidad emocional durante ese periodo gestacional kilómetros de distancia comenzaron a separarlos día a día mes a mes.
Durante el embarazo y a medida que su vientre se abultaba, él la miraba como un pez dentro de su pecera, viviendo en otro mundo, ya no la deseaba, de hecho, sentía vergüenza cuando necesitaba sexo al pensar en invadir el espacio de un tercero, nada mas y nada menos que su propio hijo.
También recordaba con añoranza antes de dar a luz cómo Luis Fernando colocaba sus manos en su vientre para sentir las patadas de su pequeño, para sorprenderse y mirarla a los ojos fijamente sintiéndose en aquel momento como un extraño incapaz de vivir esa experiencia física y emocional que vivía ella en total soledad y de la cual él vagamente formaba parte.
Luis Fernando por otro lado sentía a su esposa distraída, que no lo cuidaba y prodigaba tantos mimos y cariños como antes, ahora todo era para Juan de Jesus. Luis Fernando lanzaba agudas críticas, y perversas ironías día tras día a su mujer al sentirse desplazado y al no estar de acuerdo con ciertos aspectos de la crianza de Juan de Jesús lo cual ocasionaba en la pareja ciertos desencuentros.
Ana María pensaba con respecto a su nueva realidad: «La convivencia tiene esa parte oscura casi siniestra en la que dos personas desnudan tanto sus almas, sus emociones y sus cuerpos que caen fácilmente en la desvalorización emocional y en la costumbre». Recordaba con cierto dolor cuando su abuela María le decía entre risas con su amplia sabiduría popular:
»—Mija, te acordarás de mí, el día que te cases comprenderás que el matrimonio es la tumba del amor y más cuando llegan los hijos…¡ja,ja,ja! —la recordaba sonriendo al decir estas palabras llenas de ironía y que en su momento se le hacían incomprensibles.
Ana María pensaba lastimeramente: «¡Jamás mamá y papá me hablaron de cómo era la vida en el matrimonio y mucho menos me expresaron cómo se podía sentir dentro de mi corazón este amor tan desbordante y envolvente como lo es el amor por un hijo!…, y tampoco me confesaron cómo se sufre con el cambio en la vida que nos impone desde el momento en que descubres que va a llegar a tu vida ese tan preciado hijo; la verdad es un tema tabú…, quizá el miedo a parecer malas personas o a sentirse confusos los llevó a guardar silencio... o tal vez en el fondo el amor verdadero es así, una mezcla de claroscuros, lo bueno y lo malo coexistiendo al mismo tiempo».