Capítulo 8 Ana María sueña con el consuelo de un nuevo amor

Durante unas semanas todo quedó en simples sospechas, quizá el miedo a enfrentar la realidad y perder definitivamente a su "amado" esposo con la responsabilidad y los gastos que acarrea un bebé, sobre todo esta última circunstancia la hizo sumirse silenciosamente en la vida cotidiana abandonando temporalmente la idea de indagar más a fondo acerca de aquel hecho nebuloso para ella. Sin embargo, su corazón en el fondo intuía que él le era infiel y ese dolor estaba clavado en su pecho, nada más lamentable para la persona que ha sido agredida por su pareja con la puñalada trapera de la infidelidad es el hecho de sentirse herido, engañado, traicionado, desamparado, enfurecido y que la preciada intimidad tan propia y adecuada entre esposos ahora es disfrutada por un tercero ajeno a la relación conyugal que en la mayoría de los casos es alguien del entorno que se muestra aparentemente indiferente y en algunos casos hasta amable y amigable.

Pero a veces Luis Fernando se mostraba tan dulce, cortés y le hacía el amor con tanta maestría—aunque distante—que ella en algunas ocasiones pensaba que tales ideas de infidelidad no eran más que fantasías alocadas de su mente desequilibrada después del trauma de dar a luz y ese periodo posnatal que es tan duro de vivir en los inicios de la maternidad.

También llegó a pensar que si la aventura hubiese sido un hecho consumado tal vez la misma era un evento sin mucha relevancia que merecía ser olvidado en aras de retornar a la "normalidad" de la vida conyugal, a la majestad de un matrimonio consolidado socialmente. Sin embargo, puertas adentro, más que nunca se sentía abrumada por una soledad inmensa que pesaba en su alma llevándola a estados de profunda depresión, ansiedad y hasta delirios.

Razón por la cual algunas noches Ana María se dirigía al tercer cuarto de su casa que fungía como family room y donde había un amplio closet lleno de objetos personales de gran valía.

En este closet guardaba variados objetos entre ellos diversos álbumes de fotos que constituían la única prueba fidedigna del paso de su vida por este mundo, llevándola por unos momentos a ese universo de ficción que eran sus recuerdos, recuerdos que frágilmente flotaban en su memoria, memoria distorsionada por las nuevas vivencias tan emocionales acumuladas a través del transcurrir del tiempo.

Ana María en esos retratos conseguía consuelo, allí estaba retratada aquella dulce e inocente infancia dorada con sus maravillosos y complacientes abuelos y padres, sus fotos en el restaurante de sus padres con el mar de fondo y con algunas amigas reunidas muchas de las cuales ya no formaban parte de su vida e incluso su mejor amiga de la infancia y primera adolescencia Diana, tristemente desaparecida y finalmente dada por fallecida en la tragedia que asoló el estado Vargas en diciembre de 1999…, pensaba llena de nostalgia: «Dios, como extraño aquella vida, los buenos consejos y amor de todos aquellos maravillosos familiares y amigos muchos de los cuales ya no forman parte de este existencia como mi adorada abuela María y mi entrañable amiga Diana…¡Caramba!, ojalá sus almas estén en la morada del Señor!».

Luego ojeaba el álbum de su boda y detallaba con cuidado el precioso y emotivo rostro masculino de aquel Luis Fernando con el cual contrajo nupcias aquel sábado 6 de enero del 2018 en una preciosa ceremonia religiosa en La Catedral San Pedro Apóstol, una bella boda celebrada en la tarde bajo un precioso cielo crepuscular. Lágrimas afloraron de sus lacrimales acompañados de largos suspiros.

Ella bien comprendía que la vida jamás se detenía y así como una vez fue niña, pronto se hizo mujer, luego se hizo novia de Luis Fernando para posteriormente casarse convirtiéndose pronto en madre y ser madre dolía mucho: Por la dureza del embarazo, el doloroso parto, todas aquellas noches sin dormir atendiendo a Juanito, aquellos senos torturados por la inmisericorde mastitis, la incomprensión de Luis Fernando al no estar conectado del mismo modo con su hijo y por supuesto las imprudencias "involuntarias" de su suegra.

Pero aquel sábado del mes de junio del 2023 Ana María volvió a revisar su closet con mayor profundidad buscando compañía en las imágenes fotográficas y organizar un poco aquel armario mientras escuchaba en su dispositivo móvil la sinfonía número 40 en G menor de Mozart. En su afán de arreglar sus objetos personales y álbumes fotográficos se adentro en las entrañas de aquel armario de madera de caoba, consiguiendo ropa que hace mucho no usaba, pinceles, tubos de pintura al óleo de diversos colores y un viejo caballete, adentrándose más aún en el closet tuvo acceso a su gaveta oculta y dentro de ella reposaba una caja negra de seguridad que ella misma adrede había colocado en lo más profundo del mueble. Pensó que como ese día justamente más temprano había tenido un impase con su esposo y se sentía más sola y triste que nunca quizá era el día perfecto para abrir aquella caja negra que ocasionalmente sacaba a relucir, ella sabía que en la misma reposaban algunas joyas valiosas y la mejor pintura de su autoría del hombre de sus sueños con el mar de fondo, pintado empleando la técnica alla prima…

Sobre todo esa pintura tenía en ese momento una gran valía dada su precaria situación emocional, en él una figura masculina proveniente de uno de sus sueños representaba a ese hombre que vive animadamente en nuestro mundo onírico libre del discurrir del tiempo, a ese hombre que secretamente y especialmente en medio de su crisis matrimonial se había colado entre las sábanas de su cama colocándose en el centro de la misma, proporcionándole calor humano ante el corazón frío y distante de su esposo, ese hombre que esporádicamente poblaba de fantasía sus sueños, besando apasionadamente sus labios frente a aquella boca esquiva de Luis Fernando que sobre todo últimamente rehuía el menor roce de sus labios, en cambio aquel rostro del lienzo tomando forma en su imaginación la besaba apasionadamente y la abrazaba con fuerza curando su corazón dolorido.