Con mi corazón bajo el mar

Capítulo 11 Ana María se resigna a la pérdida y deja atrás su vida junto a Luis Fernando

Ana María no encontraba momento para conversar con su esposo de la forma más calmada posible pues entre evasivas y largas ausencias se encontraba muchas veces conversando a solas mientras los día volaban de su vida con ella sumida en un solitario tormento.

Luis Fernando cada vez se ausentaba más de casa y llegaba muy tarde en la noche después de disfrutar plenamente el elixir del amor prohibido entre abrazos y sexo ardiente que solo Carolina le podía proporcionar, además adrede evitaba a toda costa enfrentarse con su mujer y de ese modo transcurrían los días presurosos.

La situación en su hogar día a día se hacía más delicada ante tantas emociones turbulentas que no encontraban asidero en cada uno de los cónyuges, asemejándose la situación a una bomba de tiempo a punto de estallar con su consabido contenido letal.

El compartir el techo se había convertido en un evento circunstancial con la presencia de dos extraños cuyo único nexo era aquel hijo llamado Juanito.

Ana María ya no sabía qué hacer y le hablaba a Dios desde su corazón: «Dios por favor, ayúdame a salir de esta…, he conversado con mi familia y me han dado sabios consejos pero, que difícil es encontrar la cordura ante tantas opiniones diversas… pero creo que irremediablemente voy camino a la separación, ¿quién diría que este sería mi destino después de nuestra preciosa boda?», recordaba nostálgica aquella maravillosa ceremonia religiosa donde ambos derrochaban felicidad pura, aunque llegó a pensar que quizá la única que ese día fue verdaderamente feliz y transparente con sus emociones fue ella.

En múltiples ocasiones cuando él estaba en casa había intentado abordar el tema de frente, buscando terminar de una vez por todas con esta situación tan agobiante…le era perentorio conversar con él y recibir tan siquiera una explicación, un arranque de sinceridad y arrepentimiento con respecto a su inquietud. Pero él estaba sumergido en su mundo interior donde Carolina tenía cautivo su corazón, corazón prisionero de una pasión pasajera, para él Ana María no era más que la criada que le servía y atendía sus necesidades primarias, entonces sintiéndose ignorada, le dijo en un almuerzo dominical:

—Se que apenas te intereso pero por lo menos quiero que no olvides que el martes Juanito cumple diez meses…

Él secamente le respondió:

—No lo olvidó — y siguió pendiente de su celular como si nada ignorándola por completo.

Ana María aquel domingo al salir de la cocina al pasillo con el alma apesadumbrada posó sus ojos en una de sus tantas pinturas del mar, se visualizó habitando en uno de sus cuadros sumergida en los brazos de su mejor amigo, sintiendo el suave sonido de las olas acariciando sus oídos llenando de paz su espíritu quebrantado, ella soñaba contarle sus penas del alma, sabía que él era el más sabio y legendario consejero, el mar al que sentía que de alguna forma estaba encarnado en ese bello hombre de gran corazón que había pintado al óleo.

Hecho a volar su imaginación viéndose de pronto rodeada del agua tibia de su mejor amigo el mar, disfrutando ese crepúsculo vespertino colorido que pintó hacia ya dos años en un día como el que hoy se veía forzada a vivir, pero ese día ella estaba sentada en un taburete con su caballete y su kit de pinturas al óleo frente al mar con sus pies sumergidos en la arena marrón, sintiendo los granos de arena deslizarse en sus pies y lo más importante en la agradable compañía de un Luis Fernando alegre de alma, que la amaba solo a ella y que se entretenía sumergiéndose en las olas del mar y nadando. En ese instante un nombre se deslizó de las profundidades de su alma atormentada: Kuai‐mare, el hombre de la pintura.

Un rayo que cayó del cielo ligeramente lluvioso la trajo de vuelta a su cruel realidad…, la de la madre cuyo esposo le es infiel, una pobre madre que está a punto de ser abandonada por su esposo con un hijo pequeño al cuidado…, recordando a su precioso y amado hijo caminó hasta el cuarto del bebé y allí vio a su bello nene de tan solo 9 meses, hermoso niño que en un abrir y cerrar de ojos muy seguramente se convertiría en un hombrecito, pero que hoy era un bebé risueño que dormía plácidamente en su cuna ajeno a la crueldad del mundo adulto donde la infidelidad que representa la maldad más pura es capaz de destruir un hogar.

Quizá un mal genera una cadena de mal a nivel exponencial, entonces recordó envuelta en la tristeza aquel comentario que le hizo su propia madre con respecto al padre de Luis Fernando cuando él se mostraba dulce, leal, bueno y encantador en la época en que ellos apenas comenzaban a salir:

»—Hija, Luis Fernando es un hombre en apariencia adorable pero su padre tuvo un tiempo en que le fue infiel a su esposa en varias ocasiones y eso fue muy comentado en su momento, bueno hija a veces esos patrones se repiten, quizá deberías recapacitar si ese muchacho te conviene. No se hija algo no me gusta de él, sólo te prevengo, ten cuidado mi amor, sólo deseo que seas muy feliz.

Con este recuerdo tan vivo y llena de tristeza le dio toda la razón a su madre cuyo sabio consejo no tomó en consideración en su debido momento y ahora le tocaba pagar muy caro.

Entonces entristecida pensó que quizá muy pronto se despediría de su casa que con tanta ilusión había comprado con los ahorros propios y la ayuda económica de sus padres, cuando ella especialmente apostaba que su amor sería eterno y la vejez sería un jardín lleno de felicidad compartida e hijos maravillosos y bien criados.

Caminando por toda su casa se despidió de cada pared, de cada uno de los muebles y sus amados cuadros de su autoría. Trajo a su memoria historias de cuando compraron juntos todo el mobiliario y adornos con la mayor de las ilusiones. Sintiéndose llena de nostalgia y con sus ojos llenos de lágrimas recordó aquellos abrazos y besos llenos de amor. Un profundo dolor resignado invadió todo su ser y pensó entristecida: «Así es la vida nos da sorpresas..., unas alegres otras muy tristes, yo siempre pensé que nuestro amor duraría para toda la vida y que solo la muerte sería capaz de separarnos, lamentablemente ¡me equivoqué!», trajo inmediatamente a su memoria llena de nostalgia aquel dichoso día de su boda en la iglesia San Pedro Apóstol, día en el que su alma estaba llena de felicidad pura, donde ella pronunció sus votos matrimoniales con la mayor fe y luego aquella preciosa fiesta celebrada en el restaurante de sus padres con el mar de fondo, de hecho, ella se acercó a él a saludarlo y fue salpicada sutilmente por las olas de él su mejor amigo, que por supuesto la acompañaba en el día más importante de su vida, regalándole su ritmo acompasado del ir y venir de las olas y sobre todo le obsequiaba alegría a su alma.




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