Con olor a Naranja

Capítulo 02: Batidos para el alma

Quince largos minutos estuvo Romael en la oficina de Georgina Cornet, mismos que Grígori barría el mismo metro cuadrado frente a la puerta, atento del momento en que su amigo apareciera.

Cuando la puerta se abrió y dio paso a un afligido Romael, Grígori soltó la escoba y se acerco a él.

—Romy, ¿qué pasó?

—¿Qué que pasó?, ¡¿qué que pasó preguntas?! ¡Pasó que me puedo olvidar de mi cochino concierto! —gritó el chico, sacando su boleto y rompiéndolo en varios pedazos, mientras que sus ojos se cuajaban en llanto—. ¿¡Qué puede salir mal ahora!?

—¡Romy, nunca hagas esa pregunta!

—¿¡Por qué Grígori!? ¿¡Por qué no debo preguntar “qué puede salir mal”!? —le gritó el joven a su amigo, mientras intentaba dirigirse a la puerta con un aire dramático, por desgracia, el dolor de sus rodillas lo hizo flaquear, haciéndolo dar algunos traspiés y obligándolo a sujetarse de un enorme y costoso jarrón que adornaba el centro del recibidor.

La pieza de barro no pudo con el peso de Romael, y estrellándose contra el suelo se hizo añicos.

—Por eso. Siempre que alguien pregunta “qué más puede salir mal”, pasa algo que corona las desgracias.

—Mejor cállate y ayúdame a recogerlo antes de que la rana…

—Señor Petrov, señor Koch, ¿quieren explicar que paso aquí? —cuestionó la regordeta mujer, saliendo de su oficina, atraída por el ruido.

—Sí, sí quiero —le dijo Romael con la voz quebrada.

—No es necesario que explique nada, señor Petrov, lo que veo es suficientemente claro como para darme cuenta de lo que ocurre.

—Pero…

—Veo que mis métodos disciplinarios no han sido suficientes para corregir su terrible actitud.

—¡Pero!

—Sin mencionar su holgazanería en el trabajo, sus continuos retardos y su deficiente desempeño.

—Pero…

—Resulta muy triste para mí ver que solo porque le impuse un justo castigo, usted se desquitó con este invaluable jarrón.

—¡Así no pasó!

—Intenté ser su amiga, su instructora y su consejera, pero usted no me está dejando más remedio que ser…

—¡Una rana asquerosa y sádica! —gritó Grígori, interrumpiendo a ambos.

—¡Goro-goro! —exclamó Romael con una sonrisa y lágrimas surcando su cara.

—¿Qué fue lo que dijo, señor Koch? —preguntó la mujer con los dientes apretados.

—Desde que Romy y yo llegamos a trabajar aquí, usted no ha sido más que una cruel, injusta y desalmada rana parada —le gritó el chico—, y mi amigo y yo preferimos renunciar antes de seguir trabajando para usted.

—¿“Preferimos”? —repitió Romy incrédulo.

Lejos de enojarse, la mujer ensanchó su sonrisa, mientras que sus pequeñas y obesas manos apompaban el moño que adornaba el frente de su vestido.

—Tal vez esa sea su decisión, señor Koch, pero creo que el señor Petrov necesita demasiado su trabajo, como para seguir sus desatinados pasos.

—¡Romy es mi amigo, y se irá si yo me voy!

—¿Ah sí? —soltó la mujer—, y ¿donde vivirán él y su amiga?, porque ha de saber que si renuncian, retendré sus sueldos por tiempo indefinido.

—¡Eso es ilegal!

—Claro que no, necesito tiempo para sacar cuentas, ¿sabe? El tiempo que llevan trabajando, su proporción de vacaciones, el descuento de los uniformes que se acaban de entregar y sin mencionar esa costosa pieza que rompieron… de aquí a que yo saque todas esas cuentas, pueden pasar hasta dos meses, ¿cómo pagará su amigo la renta de su departamento?

«¡Esotérica! ¡Tendrá que regresar con sus padres, y la obligarán a pintarse el cabello de nuevo! », pensó Romael.

—Pues eso no importa —continuaba Grígori—. Romy y yo renunciamos, ¿verdad, Romy?

El aludido alternaba la vista entre su jefa y su amigo, sin saber que decir. Su silenció fue interpretado por Georgina, quien sonrió triunfante.

—Eso lo resuelve todo —sentenció, dándose media vuelta para dirigirse a su oficina—. Vuelva al trabajo señor Petrov, seños Koch venga a mi oficina para que firme su carta de renuncia.

Pero fue Romy el que contestó, deteniendo el andar de la mujer.

—¡No!

—¿¡Cómo que no?!

—Goro-goro es mi amigo, y si él renuncia yo también. Ya encontraremos donde vivir Esotérica y yo, pero la amistad es primero.

—¿En serio? —sonrió con burla la mujer.

—¡Por supuesto!

—No esperaba menos de ti, Romy —exclamó Grígori, pasando su brazo por los hombros de su amigo.

—Como gusten —soltó la mujer—, pero no olvide que estaré esperando ansiosa su regreso, señor Petrov.

—¡Eso no pasara nunca! ¡Ni en un millón de años!

Cinco minutos después, Grígori sostenía a su amigo por los hombros.

—¡Por favor, Goro-goro, déjame volver! ¡Si le ruego lo suficiente, tal vez me de mi trabajo hoy mismo!

—¡Dignidad, Romy! —le exigió el chico, zarandeándolo—. Lo que tú necesitas es relajarte y conozco el mejor lugar parea hacer eso.

—Con todo respeto, Goro-goro, no creo que nada me suba el ánimo en este momento.

—Vaya día perfecto, ¿eh?

—Ya ni me digas —respondió Romy, dejándose guiar por su amigo—. ¡Qué valor el mío de romper el boleto! De no haberlo hecho ahora podría ir al concierto.

—Ya no te quejes, tú sígueme.

Después de tomar un transporte colectivo y bajarse en una zona de casas pequeñas y calles empedradas, en una plaza junto a un parque, Romael y Grígori entraron en un local pequeño y de techo bajo en cuya puerta se leía: Armonía y Práctica.

—Este es el lugar del que te hablé —dijo Grígori con la mano en la puerta—. Te presento a Armonía y… —Al abrir, la sonrisa del rubio desapareció, pues el local estaba casi vacío, y el poco inmobiliario que había, se encontraba  amontonado en una esquina, esperando a ser sacado de ahí—… ¿”Practica”? ¿Qué pasó aquí?

—¡Grígori Koch! —le saludó un hombre a punto de entrar a los treinta años, desde detrás de la barra—. ¡Cuánto tiempo, amigo!



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En el texto hay: amigos, nostalgia, busquedas

Editado: 10.04.2022

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