Eran las ocho de la noche, cuando Grígori, Fausto y Romael llegaban al departamento de este último.
—¡Romy! —saludó Fátima—, ¿no deberías estar en tu concierto? —Por toda contestación, Romy descompuso su cara en una mueca de tristeza.
—Voy a cambiarme, con permiso —dijo, precipitándose a su habitación, mientras las lágrimas lo traicionaban.
—Yo te explico —le dijo Grígori a la chica—, pero, primero tú cuéntame sobre tu nuevo cabello.
Apenas había cruzado el umbral de la puerta de su habitación, Romael dejó que el llanto corriera por su cara, y recargándose en la cómoda donde guardaba su ropa interior, musitó para sí:
—Ni concierto, ni trabajo, ¡ni nada! —exclamó mientras daba un tirón al cajón superior para abrirlo, pero con más fuerza de la necesaria, provocando que algunas cosas de su interior salieran despedidas al aire.
—Ni dinero para la renta de este mes. ¡Qué valor! —dijo mientras recogía la ropa, cuando sus dedos tropezaron con una pequeña bolsita de tela, la cual tenía un tramado de rayas marrones y blancas—. Ya no me acordaba de ti —le dijo a la bolsa mientras la desataba y depositaba en la palma de su mano su contenido.
El joven llevó la mano hasta su cara y aspiró suavemente el objeto, un tenue olor a naranja llegó hasta él, pero fue tan suave que Romael no pudo distinguir si el olor provenía de aquel pequeño objeto o solo era su mente, jugándole una broma con sus memorias.
Mientras que Romy se perdía en un lejano recuerdo que había permanecido olvidado durante casi nueve años, sus amigos platicaban en su sala, en espera de su regreso.
—… entonces, prácticamente obligué a Romy a renunciar —decía Grígori.
—Eso no fue muy justo, tú no necesitabas realmente ese trabajo, Goro-goro —le reprendió Fátima—, tú vives con tus padres, pero Romy…
—Ya ni me digas, y eso no es lo peor.
—¿Hay más?
—Sí, nuestra horrible jefa va a retener nuestro sueldo lo más que se pueda, con la única finalidad de que corran a Romy de aquí.
—¿Cómo es eso?
—Romy debe pagar renta en pocos días, y si no consigue el dinero, lo echarán, y a ti junto con él.
La chica mordió su labio, mientras pensaba en alguna posible solución.
—Oye, amiga, ¿cómo le dijiste a Grígori? —preguntó Fausto, sonriendo.
—Goro-goro —contestó Fátima con una sonrisa—, es un apodo que le puso Romy, porque se la pasa quejándose de su estomago y hace un ruido que suena a “goro goro”.
Fausto soltó una carcajada al oír eso.
—¡Soy de estomago sensible! ¡No le hubieras dicho, Fátima!
—Cállate que por tu culpa Romy y yo nos quedaremos sin casa.
La chica se puso de pie y sin decir nada, se retiró, para emerger nuevamente a los pocos minutos, con un mazo de cartas en sus manos.
—¡Y por eso Romy le puso Esotérica a ella! —dijo Grígori, mientras la joven disponía la mesita de centro para una lectura de cartas.
—¿Qué es eso?
—Es una baraja de Fantela la grande, sirve para leer el futuro.
—Amiga, no me digas que crees en eso —se mofó Fausto.
—¿Algún problema si lo creo?
—No, por favor, continua.
Tras sacar algunas cartas, la sonrisa de Fátima se ensanchó.
—No debemos preocuparnos, según las cartas todo va a estar…
—Bien —dijo Romy, completando la frase de su amiga. El joven se había puesto un short corto y una playera holgada con dibujos de peces, además de que iba descalzo.
—Bro, ¿cómo sigues? —preguntó Fausto.
—Ya mejor, gracias por preocuparse.
—Romy…
—Está bien, Esotérica. Les mentiría si les dijera que no me siento triste por lo de mi trabajo, o que no estoy deprimido por no haber ido al concierto de Ken Trespalacios, pero, encontré algo en mi habitación que me hizo sentir mejor.
—¿Algo? —preguntó Grígori extrañado—, ¿qué fue, Romy?
—Esto —dijo pasándole el pequeño objeto, mismo que el joven retuvo en su palma ante la vista de los otros dos.
—¿Qué es esto? Parece un…
—Un borrador —interrumpió Fátima, tomando el pequeño objeto.
—Yo creí que era un dulce —agregó Fausto, tomando la pequeña pieza.
Aquel borrador que pasó de mano en mano hasta regresar a Romael, era pequeño y redondo, simulando una rodaja de naranja.
—Es justamente eso —dijo Romy con tranquilidad—, un borrador de esos que tienen aroma y que manchan tu cuaderno en lugar de borrar.
—Y ¿eso te levantó el ánimo?
—Bueno, es algo más complicado Goro-goro, este borrador me lo dieron en un momento muy importante de mi vida.
—Ya entiendo —sonrió Fausto—, es lo que representa para ti, no el borrador en sí.
—Exactamente.
—¿Nos contarás la historia? —preguntó Fátima.
—Si quieren oírla, por supuesto que sí.
—¿Qué tal si hago un poco de té para todos, y después nos cuentas esa historia? —sugirió Fausto, poniéndose de pie y dirigiéndose a la cocina.
—¡Pasa, con confianza! —le dijo Fátima en tono sarcástico.
—Está bien, se ve que Fa es un buen amigo —le dijo Romael a su amiga.
—¡Ay no, ya le pusiste apodo! —se quejó Grígori.
—¿Qué?
—Le dices Fa, ahora ya lo consideras un amigo.
—Eso no es malo, creo que Fa llegó en un momento muy interesante en mi vida, como este borrador.
Una vez que todos tenían una humeante taza de té en las manos, Romael se dispuso a contar su historia.
—Este borrador me recordó que siempre habrá días peores y mejores que los que estoy viviendo. La persona que me lo dio, lo hizo en un momento muy importante de mi vida.
—Y ¿quién te lo dio? ¡Diablos, que bueno está este té! —exclamó Fátima.
—¡Gracias! —respondió Fausto.
—Me lo dio una desconocida, una muy especial.
“Verán, antes de llegar aquí, yo viví hasta los diez años con mis padres, en un pueblo a unas cuantas horas, y el día que conseguí este borrador, inició como cualquier otro: conmigo listo para ir a la escuela, pero con una pequeña variante: mis padres también se alistaban, pero para salir de viaje, para venir aquí, a Komargo.
Editado: 10.04.2022