Por algunos minutos, ninguno de los tres amigos dijo algo, en espera de que Romael terminara su relato, pero, al ver que este sorbía tranquilamente de su taza, Fausto soltó:
—¿Y luego?
—¿Luego qué? —preguntó tranquilamente el joven.
—¡No me salgas con que luego que, bro! ¿Qué pasó?
—Bueno, es que no creí que eso fuera importante comentarlo: desperté cuando fui encontrado por la vecina que teníamos en aquella ciudad, la pobre me anduvo buscando toda la tarde. Después me enviaron a Komargo, es decir, para acá, a vivir con mi tía Nastia, el único pariente que me quedaba con vida. —Romy comenzó a frotar sus brazos con incomodidad, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas poco a poco—. Luego, ella murió cuando yo tenía quince años y fue así que empecé a vivir solo, pero, cada vez que me iba mal, olía este borrador y recordaba la conversación que tuve con esa niña, hasta que poco a poco, el positivismo se hizo parte de mi vida —explicó el chico, tallándose los ojos, y retirando el llanto de ellos—. El borrador perdió utilidad, aunque claro, hay días, como el de hoy, que hacen que lo necesite.
—Pues es increíble tu historia —comentó Grígori.
—Concuerdo —agregó la chica de cabello lila—, muy triste y dulce por igual.
—Como miel con limón, ideal para la gripe —bromeó Fausto—. Aunque ya enserio, bro, no sé cómo pudiste vivir tantos años con el remordimiento… yo no habría podido.
—¿Remordimiento? —repitió Romy, sin entender.
—Sí, me refiero a que esa chica te dio un borrador y una filosofía de vida que cambió tu forma de ver las cosas, se podría decir que mejoró tu existencia, y tú solo te quedaste dormido y ni las gracias le diste.
—¡Ya cierra la boca! —le dijo Esotérica al rubio, pero ya era demasiado tarde. La cara casi infantil de Romael se descompuso en una mueca de sufrimiento y sus mejillas pronto se bañaron en llanto.
—¡No le hagas caso a este gorila alvino, Romy! —dijo Grígori, frotando los hombros de su amigo—, él solo…
—¡Él solo tiene razón! —le interrumpió Romael, secando su llanto con la servilleta que le extendiera Fátima—, y no crean que es la primera vez que pienso eso que menciona Fausto, muchas veces he soñado esa escena que viví hace tantos años, con la diferencia de que esta vez le doy las gracias a la chica, las gracias por lo mucho que me ha ayudado en la vida. —Los ojos de Romy se negaban a detener las lágrimas—, pero la escena es cada vez más revuelta, mas difícil de distinguir, como si una niebla envolviera el recuerdo.
—Romy… —exclamaron los tres amigos con pesar.
—Lamento ser tan quejumbroso —dijo el chico, secando su llanto—, pero, es que cada vez la olvido más, me refiero a que… ¡no sé ni su nombre!
—Creí que era tu compañera de clases —le comentó Fausto.
—Sí, pero, como ya mencioné, ella era muy seria, y yo… yo también —dijo el chico, soltando una risilla nerviosa que contrastaba con sus lágrimas—, recuerdo que era rubia, muy claro su cabello. Y sus ojos también, verdes o azules, no lo recuerdo bien… —Romy dio un largo suspiro, mientras su vista se clavaba en la mesita de noche; Fátima, Fausto y Grígori le imitaron y por eternos segundos, nadie dijo nada.
El silencio se apoderó de nuevo de la habitación, y fue Grígori el que lo rompió en esta ocasión, al cabo de casi tres minutos.
—Vamos a buscarla —dijo sin más.
—¿Que dijiste? —preguntó Fátima, quien había oído perfectamente, sin embargo, no acababa de entender la idea de su amigo.
—Que vayamos a buscarla.
—No, no, no, no, no, Grígori, ¡No! —exclamó la chica en tono fatalista.
—¿Por qué no? Ninguno de los cuatro tiene trabajo, así que no hay un horario que cumplir, además, San Burián está a solo tres horas y es un pueblo chico.
—Seguramente en la primaria hay un archivo de alumnos —siguió Fausto, entendiendo la idea de Grígori—, solo debemos revisarlo y seguramente Romy recordará el nombre de su compañera al leerlo.
—¡Exacto! —siguió Grígori—, teniendo el nombre será súper fácil dar con ella y así Romy podrá cerrar esa etapa de su vida, dándole las gracias a la chica.
—Están mal… ¡Están muy mal los dos y odio ser la aguafiestas del grupo!
—Pues no lo seas —zanjó Grígori.
—Goro-goro, no debemos hacer un viaje, debemos buscar trabajo para pagar la renta del departamento.
—Eso no tiene mucho caso —comentó Romy cabizbajo—, no alcanzaremos a percibir un sueldo antes de la renta, y aquí hay cero tolerancia con los retardos, nos echarán sin miramientos.
—Entonces, ocupamos un préstamo o…
—Para no querer ser la aguafiestas, que bien te sale, Esotérica —le dijo Fausto, interrumpiendo.
La chica se giró, indignada de oír el mote que solo sus amigos usaban con ella, en labios de aquel entrometido.
—En primer lugar, tú cállate, que te acabo de conocer, y en segundo lugar, este viaje es la peor idea que has tenido, Goro-goro…
—¿Y cuando le dio raite al vagabundo que nos asaltó y nos dejó en ropa interior, sin dinero y sin carro junto a la carretera? —preguntó Romy.
—¿Y la vez que compré esa comida de dudosa procedencia y nos intoxicamos, terminando en el hospital —siguió el mismo Grígori.
—¿Y la vez que…?
—¡Bien! —gritó la chica—, ha tenido peores ideas, lo reconozco, pero eso no hace buena esta, chicos. ¡Nos vamos a un pueblo, gastando el poco dinero y tiempo que tenemos! ¡Regresaremos cansados, sin dinero, sin casa! ¿Y todo para qué?
—Para limpiar mi conciencia —musitó Romy con una sonrisa triste, lo que dejó helada a Fátima.
—Anda —le susurro Grígori a la chica, con una sonrisa triunfante—, atrévete a decirle que no a esa carita. —Fátima se mordió el labio, a sabiendas de que no podía—. Aun puedes pintarte el pelo de negro y regresar con tus padres de cualquier forma.
La chica miró una luz especial en los ojos naranjas de su amigo, por lo que no le quedó de otra más que asentir.
Editado: 10.04.2022