Con olor a Naranja

Capítulo 05: Aventón y supersticiones

Por consejo de Fausto, los chicos estuvieron listos a primera hora de la mañana, vestidos como el clima frío ameritaba, portando chamarras y guantes; Esotérica llevaba bufanda y Romy un simpático gorro rojo con pompón blanco; los cuatro llevaban mochilas al hombro y con los objetos que cada uno consideraba necesarios para una pequeña aventura que no debía llevarles más de un par de días.

—Yo traje un cuchillo y un par de vasos —decía Romy, contestando la pregunta de Fausto—. Siempre que salía de campamento con mis padres, faltaban vasos.

—Y tú, bro —le preguntó el rubio a Grígori—, ¿qué traes en esa mochila azul de conejito?
 

Romy y Esotérica retrocedieron unos pasos para ver la mochila de Grígori, la cual, además de ser un poco más pequeña del promedio, era de un azul metálico y tenía bordada la caricatura de un conejo blanco.
 

—¿Se la robaste a tu hermana? —preguntó Fátima con cierta burla.

—Sí, esperemos que no se dé cuenta antes del lunes —respondió el chico con una sonrisa—, o mamá me matará.

—La mía también es escolar, la usaba cuando iba a la prepa —confesó Fátima, girándose para que sus amigos pudieran apreciar la mochila con trama de cuadros negros y morados, muchos de los cuales estaban garabateados con bolígrafo.

—La mía la compré para el trabajo, para llevar un cambio de ropa y no tener que regresar con el uniforme puesto. —Romy mostró su mochila, recibiendo un silbido de parte de Goro-goro.

—Está linda… ¿Qué significa la k y la T? —preguntó, señalando las dos letras que ostentaba la prenda.

—¡Ken Trespalacios! —respondieron al unísono Fátima y Romael.

—Ese es el escudo que siempre lleva la mercancía plástica y cara de ese cantante plástico y barato —se quejó la chica.

—¡Ya está, te aventaré con un vaso! —concluyó Romy, hurgando en su mochila.

—La mía me la tejió un amigo —anunció Fausto, enseñando el morral que llevaba colgado—, digo,  ya que nadie me preguntó.

—¡Es muy linda! —exclamó Romy, ya con el vaso en la mano—. Este es para la próxima persona que hable mal de Ken, están advertidos.

Romael se acercó a Fausto, para pasar su mano sobre el morral tejido en tonos tierra—. Me agradan sus colores. ¡Es muy bello!

—Pero poco práctico para un campamento —comentó Fátima ante la mirada poco agradable de Fausto, Romy comenzó a sentir que la tensión crecía, por lo que decidió cambiar de tema.

—¿Qué le dijiste a tus padres para que te dieran permiso, Goro-goro? —preguntó.

—Verdad a medias. Les dije que iríamos de campamento y que para el lunes a más tardar, estaré de regreso —respondió Grígori, frotando sus entumidas manos a través de los guantes verdes.

Acababan de llegar a los límites de la ciudad, donde dos carreteras se abrían paso en una bifurcación, con un letrero que indicaba el destino de cada camino.

—"Aeropuerto de la ciudad de Komargo" —leyó Grígori.

—Y nuestro camino será el de la izquierda —indicó Fausto—, San Burián 235 kilómetros.

Los edificios y casas habían quedado atrás, ahora solo árboles y plantas variadas interrumpían el horizonte.

Así, entre pláticas agradables, bromas y una que otra ofensa, los chicos avanzaban por la orilla de la carretera, girándose ocasionalmente para antelar algún vehículo lo suficientemente grande como para darles aventón.


 

Ya casi eran las diez de la mañana y el sol calentaba suavemente el entorno, aunque no lo suficiente para mitigar el frío de la época. La caminata y el cargar de sus mochilas calentaba el cuerpo de los cuatro amigos, y el clima insistía en intentar enfriarlos, consiguiendo una sensación incómoda de bochornos y escalofríos al evaporarse el sudor helado de sus rostros.

—Ahí viene uno —anunció Grígori, levantando la mano para que el conductor de una camioneta gris y vieja lo viera. El vehículo se detuvo a unos cuantos metros delante de ellos.

—¡Genial! ¡Bien hecho, bro! —alentó Fausto—. Casi nunca es el primer carro.

Los tres amigos siguieron de cerca a Goro-goro, quien fue el que se dirigió al conductor:

—Vamos a San Burián, ¿podría llevarnos? —la sonrisa del rubio se borró casi al instante, la camioneta iba más que llena y era obvio que no cabrían los cuatro.

—La llevamos a ella —respondió el piloto del auto, señalando a Esotérica—. ¿Qué dices muñeca?

—Digo que no, gracias. No dejaré a mis amigos tirados —respondió con molestia la joven.

—Piénsalo, nadie los va llevar a los cuatro —insistió el chofer—, va a ser más fácil que se vayan por separado.

Si Fátima consideró la opción de irse sin los chicos, fue solo un par de segundos, y ninguno de sus amigos se dio cuenta.

—Lo siento, o vamos o todos o no va ninguno.

Mostrando en su rostro el descontento, el chofer del auto pisó el acelerador a fondo, envolviendo a los cuatro peatones en una nube de polvo y humo.

—¡Una afinadita! —gritó Grígori, una vez que la tos se lo permitió.

—¡Qué valor! —se quejó Romy—, ¡nos ha llenado de tierra!

—Parece que le molestó que nuestra chica no quisiera irse con ellos —comentó Fausto, mientras ponía un poco de saliva en sus dedos, para limpiar una mancha de tierra que había quedado en la mejilla de Grígori.

—¿Nuestra chica? —repitió incrédula Fátima.

—Es una forma de expresarse, no te enojes, Esotérica —le pidió Goro-goro, mientras Fausto le acomodaba el cabello.

—Como sea, deberíamos apurarnos. —dijo la chica, adelantándose algunos pasos.

—¿Se molestó?

—Ni idea —respondió Fausto, terminando de sacudir el polvo en la ropa de su amigo.

Tras ser rechazados por algunos carros más, el ánimo general comenzaba a decaer.

—Empiezo a creer que ese tipo tenía razón. Somos muchas personas para esperar a que un solo auto nos lleve a los cuatro.

—¿Hubieras preferido irte sola? —preguntó Fausto con cierta mordacidad.



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En el texto hay: amigos, nostalgia, busquedas

Editado: 10.04.2022

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