Con olor a Naranja

Capítulo 06: Decepción con sabor a chocolate

—Hemos llegado —anunció la voz de la chica, desperezando a sus pasajeros—. ¿Dónde quieren que los deje?

—Si no es mucha molestia, déjanos en la plaza —pidió Romael con entusiasmo—. Hay un lugar que me gustaría visitar antes de ir a nuestra diligencia.

Tras bajarse de la camioneta y darle las gracias a la joven, los chicos se encontraban en una pintoresca plaza que ostentaba un kiosco grande y de estructura clásica, pintado de blanco.

—Este lugar es muy bonito —comentó Esotérica, parece una pintura antigua.

—No tienes una idea de lo hermoso que es —aseguró Romy, embriagado por sus propios recuerdos—. Mis papás me traían a esta plaza cada domingo después de ir al santuario, y comprábamos una nieve en verano, en una heladería que está por allá —exclamó el chico, mientras señalaba en una dirección—; pero si era invierno, tomábamos chocolate. Una señora ponía un puesto ambulante por aquel lado —dijo, corriendo como un niño al otro extremo y señalando.

—Parece que le agrada haber venido a este lugar —comentó Grígori—, es muy inocente.

—Sí, es nuestro pequeño —bromeó Fausto, agudizando la voz y tomando a Grígori por la cintura.

—Cuando no está ebrio y besando posters de Ken Trespalacios… ¿Y a donde se fue nuestro pequeño? —Esotérica miraba en todas direcciones sin poder ubicar a Romy.

—¡Chicos! —les llamó el joven, corriendo hacia ellos con cara de tragedia—. La heladería ya no está, ahora es un salón de belleza, ¿pueden creerlo? ¡Qué valor!

—Bueno, el clima no está para comer helado —le consoló Fátima.

—¡Tienes razón! —exclamó Romael, iluminando su cara con una sonrisa—. ¿Qué tal si esperamos a la señora del chocolate?

Los tres amigos del chico intercambiaron una mirada incómoda.

—¿Traemos suficiente dinero? —preguntó Esotérica, jugando con su dije de cuarzo.

—¿Cuanto pueden costar unos vasos de chocolate caliente? —cuestionó Fausto, revisando su morral.

—No es solo el precio, creo que no debemos perder tanto tiempo, se supone que debemos regresar a Komargo antes del anochecer —musitó Fátima con el mayor tacto posible.

—Por favor, es solo un chocolatito, y es en recuerdo de mis padres.

—Bien, bien… ¡Está bien! Que no se diga que la mala soy yo, pero si me permiten, quiero sentarme —anunció la joven, señalando una de las bancas que rodeaban el kiosco.

Los cuatro chicos tomaron asiento, en espera de que un puesto ambulante de chocolate llegara, cosa que tardó casi una hora.

—¡Es ese! —gritó Romy con entusiasmo—. Reconozco la… ¿pintura? —La alegría del joven se acabó al ver que la pequeña carretilla que iba impulsada por una mujer robusta, estaba recubierta de una pintura vieja y bastante deteriorada por las inclemencias del tiempo—. Parce que no la han pintado desde que yo era niño, ¡qué valor de esa mujer! —balbuceó el joven con un suspiro.

Romael, seguido de sus amigos, se acercó a la mujer, mientras esta se instalaba.

—Buenos días.

—Buenas —respondió la dependiente sin ánimo alguno.

—¿Cuánto cuesta el vaso de chocolate?

—16 ordilias

—Van… van a hacer cuatro, por favor. —Con la actitud mediocre de quien se molesta por tener clientes demasiado temprano, la mujer comenzó a servir las bebidas—. ¿Sabe? Yo, cuando era niño, compraba cada semana uno de estos… el puesto lo atendía una señora muy amable…

—Mi mamá —respondió la mujer, interrumpiendo a Romy—, era ella la que atendía este puesto, pero ya murió.

Romy sintió aquella información como un golpe bajo.

—Lo siento mucho. Debe saber que su mamá es uno de los mas lindos recuerdos de mi niñez… —Ante la cara de desagrado de la dependiente, Romy solo atinó a darle un sorbo a la bebida, y no pudo disimular una cara de decepción ante la baja calidad del chocolate—… veo que también cambió usted la receta —musitó con pena creciente.

—Si, como la hacía mi mamá ya no dejaba ganancia, así que la mejoré, ¿algo más?

—Nada más, gracias. —Con el ánimo abatido, Romy dirigió sus pasos a la banca de la que se habían levantado, Esotérica, Grígori y Fa lo siguieron en silencio.

—¡Qué valor! No se puede dar el lujo de subir el precio y bajar la calidad.

—Con este horrible chocolate y esa despreciable actitud, no durará mucho —comento Fausto.

—¡Esto no es chocolate, es agua sucia! —arremetió Grígori en voz alta, para que la mujer escuchara.

—¿Estás bien? —preguntó la única chica a Romy—, si no quieres, no es necesario beberlo.

—Está bien, no sabe tan mal, y me está ayudando a recordar un poco más a mis padres. ¿Sabes? Cuando veníamos aquí, nos sentábamos en una de estas bancas a beber el chocolate, y una vez que se acababa, yo corría a ese kiosco, para jugar. Me gustaba ver a mis papás desde allá arriba, me sentía tan alto, tan fuerte… lo único que lamento es no haber apreciado esos momentos cuando los viví.

—Es lo malo de creer que las personas que amamos estarán siempre con nosotros —le dijo Fausto, tomando asiento a su lado.

—¡Si tan solo mi yo de diez años lo hubiera sabido! —Tras unos segundos de silencio, Romy sacudió la cabeza, arrancándole destellos a su cabello naranja y poniéndose de pie, dirigió su sonrisa a sus amigos—. Bueno, ahora mismo ya estamos en San Burián y con una misión con olor a naranja en las manos, así que, ¿qué tal si continuamos?

—¡Esa voz me agrada! —exclamó Fausto—, ¿a donde debemos ir ahora?

—Pues, ¿qué datos tenemos de la niña a la que buscamos? —preguntó Grígori tras una mueca de asco, al beber del chocolate.

—Ya no te tomes eso, sabe asqueroso —le pidió Fausto con voz amable.

—¡Pero ya lo pagamos! ¡Ahora debemos beberlo! —Tras acabar sus palabras el chico volvió a beber del vaso, dejándolo casi vacío.

—Recuerdo que iba en mi salón de clases —comentó Romy, contestando la pregunta que había quedado en el aire—. Era rubia, y bajita de estatura, sus ojos eran verdes… no, azules y… llevaba un vestido rosa.



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En el texto hay: amigos, nostalgia, busquedas

Editado: 10.04.2022

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