Con olor a Naranja

Capítulo 08: La aldea de los sueños olvidados

Que la idea genial de Romael fuera allanar la escuela no era para sorprenderse, lo que sí sorprendió a nuestros protagonistas fueron los adolescentes que aprovechaban las canchas de la primaria para jugar un partido de baloncesto nocturno.

—¿Qué no saben que está prohibido meterse a la primaria después de que esta cierra? —se quejó por lo bajo Romy, mientras sus pequeñas manos se aferraban a la reja por donde espiaban a los adolescentes.

—Sí, deberíamos decírselos para que se salgan y poder meternos nosotros —bromeó Fausto.

Entendiendo que la discreción era su mejor aliada, los jóvenes se mantuvieron ocultos hasta la una de la noche, que fue la hora en la que la escuela quedó vacía de nuevo. Después, con sigilo torpe a causa del alcohol, desprendieron el mismo barrote suelto que habían visto ser usado por los jugadores nocturnos.

—Al menos entramos sin mayores problemas. —El suspiro de alivio de Fátima fue interrumpido por una voz aguardentosa de mujer.

—¡¿Quién está ahí?! ¡Está prohibido entrar a la primaria! —Los chicos se giraron asustados para ver a una mujer regordeta y en bata que se acercaba a ellos, desde la calle de enfrente.

—Es una vecina —aclaró Fausto.

—¡Es un problema! ¡Mejor nos apuramos! ¿Dónde estaba esa mujer cuando hace rato estaban jugando aquellos tipos?—apremio Grígori, corriendo al interior del plantel y seguido por sus amigos.

—¡Voy a llamar a la policía! —gritó la mujer, regresando a su casa.

—¿Creen que lo haga?

—No. Esta alardeando… creo. —La sonrisa de Fátima no ocultaba su nerviosismo.

—Cállense —les interrumpió Romy—, los niños los van a oír.

—Bro, aquí no hay niños, es más de media noche.

Pero Romy los chitó más fuerte y molesto.

—No le discutas, está borracho —rio Grígori adelantándose.

—¿Sabes a dónde vas?

—Estuvimos aquí en la mañana, ¿ya no recuerdas el camino?

—La verdad no.

Sonriendo, Grígori los guió con rapidez y eficacia entre los salones que, iluminados por la luna, se veían más grandes y atemorizantes que de día; hasta que llegaron ante una pared, donde había una ventana alta y pequeña.

—Esa es la ventana de la oficina de la directora Garver.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque esas ventanas conjuntas dan a la antesala de las oficinas donde nos atendió aquella secretaria tan amable, y cuando habló de la oficina de la directora, señaló la puerta del cuarto que da a esta ventana.

—¡Bro, eres simplemente genial!

—Lo sé.

—Si no fuera porque se tambalea al hablar, hasta le creería —se quejó Fátima—, súbanme.

—¿Por qué no subimos a Romy?, es más pequeño.

—Porque es el de peor equilibrio y puede caer, ahora apúrense, no me da buena espina seguir aquí después de que nos amenazaron con hablarle a la policía.

—Entre los tres chicos levantaron a la joven, quien abrió la ventana y comenzó a entrar la habitación.

—Ya me atoré, empújenme… ¡pero no del trasero! ... ¡¿Quien  me está manoseando?! —gritó Fátima, mientras movía violentamente sus piernas. Justo en el momento en que sentía como pateaba a alguien, Fátima fue soltada por sus amigos, provocando que esta cayera de bruces en el suelo de la dirección.

—¡Son unos pendejos! —les gritó la joven desde adentro.

—¡¿Tú te quejas?! ¡Creo que me rompiste la nariz! —se escuchó gritar a Grígori.

—¡Bien merecido lo tienes! —Tras ponerse de pie y sacudirse un poco, Fátima comenzó a examinar la habitación donde estaba. El escritorio, el archivero y los estantes para libros evidenciaban que Grígori no se había equivocado, y que de verdad estaban en la dirección de la primaria—. Ese debe ser el archivero de Romy —dijo señalando el considerablemente grande bloque de metal.

—Vamos a dar la vuelta para que nos abras —se escuchó gritar a Fausto.

Tras abrir la puerta de la oficina de la directora y después la de las oficinas previas a esta, la joven dejó entrar a sus compañeros.

—Es ese —dijo la chica, señalando el archivero—, pero hay un problema…

—¡Tiene candado! —Se quejó Romael con la voz quebrada.

—Eso mismo.

—Entonces, rompámoslo —resolvió con una sonrisa Grígori, cuya nariz comenzaba a hincharse—, tenemos todo el tiempo del mundo. —Contradiciendo las palabras del rubio, unas sirenas se dejaron oír en la lejanía—. ¡Cambio de planes, no hay nada de tiempo!

—¡La maldita mujer metiche le habló a la policía! —se quejó Fátima.

—¡Qué valor! ¡No quiero ir a la cárcel! —Romy comenzó a llorar abrazándose al archivero.

—Entonces, sugiero que nos vayamos ya.

—Pero con el archivero —resolvió Romael, comenzando a halar el objeto.

—¿Este loco? ¡No vamos a robarle un archivero a la primaria de San Burián!

Ignorando completamente a Fátima, Fausto inclinó el mueble y comenzó a levantarlo.

—Está pesado, pero no tanto.

—Creí que esas cosas pesaban mucho —comentó Grígori, mientras lo levantaba del otro lado, ayudado por Romy—… ¡Con razón! ¡Es que este es chafa, es pura lámina! —rio, mientras comenzaban a moverse.

—Están mal, todos están mal de la cabeza —se quejo Fátima, moviendo una de las sillas que estorbaba al paso—, y yo estoy más mal por seguirles el juego. —Mientras los tres varones sacaban el archivero de la escuela, Fátima iba cerrando las puertas  a su camino.

El grupo de amigos aguardó con cautela junto a la reja de la escuela, en espera de los oficiales que los llevarían arrestados, pero en su lugar solo la calle fría y solitaria se abría a sus ojos.

—¿Dónde está la policía? —preguntó Fausto. Había cierta decepción en su tono de voz.

—Parece que nos equivocamos. Tal vez era una ambulancia.

Lo que realmente les presentó una prueba, fue lanzar el archivero por encima del cercado de la escuela, pero después de dos intentos, se consiguió, provocando un sonido sordo que alteró el silencio que reinaba en el pequeño pueblo.



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En el texto hay: amigos, nostalgia, busquedas

Editado: 10.04.2022

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