La luz del sol de las nueve de la mañana se filtraba a través de la raída cortina, irritando los ojos de Fausto, y despertándolo. Con dolor de cabeza creciente, el hombre se enderezó en su lugar y tras acostumbrarse un poco a las sensaciones de la resaca, observó a su alrededor. Fátima y Grígori seguían dormidos, en cambio, Romael no estaba por ninguna parte.
—¿Bro? —le llamó Fausto, mientras exploraba la pequeña vivienda, encontrándolo en el baño—, ¿todo bien?
—Sí, solo recordaba. La casa parecía más grande cuando era niño.
—En comparación contigo, lo era, bro.
—Supongo que tienes razón.
—Oye, bro, ¿crees que yo podría…? —Para no tener que terminar su frase, Fausto señaló la taza de baño que, a pesar del polvo y la mugre acumulada, seguía entera.
—¡Ah, claro! Pasa, por favor, yo ya lo hice —Romy tomó a Kiko, el cual estaba sentado en el lavamanos, antes de salir y permitirle a Fausto hacer sus necesidades—. Sabes que no hay agua, ¿verdad?
—Tranquilo, bro, solo voy a orinar.
—Deberíamos ir a comprar desayuno —comentó Romy, a través de la puerta cerrada—, digo, para adelantar tiempo.
—Me parece una buena idea. Entre más pronto llenemos las tripas, más pronto nos podremos ocupar del archivero.
—Ya lo estuve revisando hace rato, el candado se ve sencillo de romper, pero no quise hacer ruido, para no despertarlos.
—¡Qué considerado de tu parte! —exclamó Fausto, saliendo del baño.
Después de tomar algo de dinero de sus respectivas mochilas, y abrigarse un poco, los dos amigos salieron en el mayor silencio posible. El clima era agradable, con viento frio y un sol resplandeciente que se abría paso entre algunas nubes. Romael se quitó sus guantes amarillos, decidiendo que no eran necesarios.
—¡Me cago en mi mismo! —rezongó Fausto, al sentir los rayos de sol directamente en los ojos—. ¡Cómo puede la luz del sol aumentar tanto una resaca!
—No creo que sea culpa del sol —rio Romy, mientras tallaba los ojos propios.
—Bueno, como sea, ¿hacia dónde vamos?, ¿hay alguna tienda o mercado por aquí?
—Prefiero no ir a las que recuerdo, no vaya a ser que ya no estén ahí para variar —soltó con acritud el chico—, mejor caminemos sin rumbo, algo encontraremos.
Sin darse cuenta, Fausto y Romael iban por el mismo camino que la noche anterior habían recorrido desde la primaria, y al pasar junto al terreno baldío, Romy no pudo evitar quedársele viendo de nuevo, sus manos aferraban su peluche de forma aprensiva.
Fausto siguió con los ojos la mirada de su amigo y suspiró hondo al intuir su malestar.
—¿Qué hay ahí, bro?, o mejor dicho, ¿qué ya no hay ahí, bro?
—¿Soy tan obvio?
—Sí, transparente como el agua de coco —exclamó Fausto, tomando el muñeco de las manos de su amigo—. Por cierto, no deberías abrazar esta cosa.
—¿Ya estoy grande para hacerlo?
—No, está muy sucio, deberías lavarlo antes. —Fausto regresó a Kiko a las manos de Romy, quien se aferró a él, mirando fijamente el terreno que se extendía nada más cruzar la calle.
—Ahí, en ese terreno, había una pequeña loma, y encima de esta, un árbol de flores amarillas.
Fausto perdió la sonrisa al oír aquello.
—No sabía que el árbol de tu relato estaba tan cerca de tu casa.
—Yo tampoco, quiero decir, la recordaba más lejos.
Ambos empezaron a caminar de nuevo, esta vez en silencio. Romy llevaba sus sentimientos hechos nudo, y Fausto no tenía nada que pudiera agregar y hacer más ameno el camino. Tras avanzar un poco más, los jóvenes encontraron una pequeña tienda de abarrotes, y tras algunos segundos, se olvidaron de su malestar. Compraron una barra de pan, jamón y algunos tomates, además de un refresco grande de cola y emprendieron el regreso a la casa de Romy.
—Hubiera preferido una cerveza bien fría —exclamó Fausto.
—Yo igual, pero ahí no vendían, además de que ya casi no nos queda dinero.
Fausto y Romy aun no entraban en la casa, cuando la voz de Grígori llegó hasta ellos.
—¡Cascadas, llave abierta, un lago, un enorme lago mojado!
—¡¿Lago mojado?! ¡Eso no tiene sentido! —se quejaba Fátima.
—¿De qué hablan? —preguntó Romy al entrar en la casa.
—Fátima no quiere hacer en el baño, porque está muy sucio—rio Goro-goro—, así que la trabajo psicológicamente para que se haga pipi.
Fausto soltó una carcajada fuerte al oír aquello.
—¡No pienso ir a ese baño! ¡Y tú, deja de reírte, idiota!
—¡Lluvia! —gritó Fausto—. ¡Laguna!
—¡Océano! —siguió Grígori, para molestia de la chica.
—¿Fueron por desayuno? —preguntó Fátima en un tono enérgico, intentando imponer su voz por la de sus compañeros.
—Sí, trajimos para hacer sándwiches —le aclaró Romael, sentándose en la sabana donde habían dormido, y sacando las compras—. Vamos a apurarnos para darle con todo a ese archivero.
Fátima sonrió al ver que su amigo había recuperado el buen humor, y como no hacerlo, después de todo, la noche fría y lúgubre de alcohol y vandalismo había quedado atrás, ahora, un nuevo día soleado, y hasta un poco cálido se abría ante ellos.
Tras comer los sándwiches y beber el refresco en los vasos que había llevado Romy, los jóvenes se dispusieron a abrir el archivero y continuar con su aventura con olor a naranja.
Como un ritual de buena suerte, Romy sacó el borrador y aspiró con fuerza tras acercarlo a su nariz, después se lo pasó a Fátima, quien hizo lo mismo; para después depositarlo en la mano de Grígori, después del rubio siguió Fausto, quien se lo devolvió a Romy, este lo guardó en su pequeño saco y lo metió en su bolsillo.
—Ahora si —dijo el chico de cabello naranja, recogiendo un pedazo de madera que yacía en el suelo.
Tras permitir que sus amigos se alejaran un poco, Romy golpeó con todas sus fuerzas. El sonido contra la lámina fue estridente, sin embargo, la madera corroída cedió antes que el candado.
Editado: 10.04.2022