Con olor a Naranja

Capítulo 10: La buganvilia no se come

Mientras la joven frente a él lo escrutaba de arriba abajo, Romy se imaginaba protagonizando una escena conmovedora, digna de una película, donde la chica sonreía reconociéndolo y abalanzándose para darle un abrazo. En su lugar, Petula solo sonrió con incomodidad y musitó:

—¿Romy, eh? ¿Qué hay?

El chico rascó su cuello nervioso, y descubrió con decepción que él también se sentía muy incómodo como para reaccionar de forma más efusiva.

Detrás de la incómoda pareja, Grígori hizo una señal a sus dos amigos para que se acercaran a él y poderles murmurar algo sin ser escuchados.

—¿Ya vieron los ojos de la tal Petula?

La sonrisa acudió a los labios de Fátima al comprobar lo que su amigo insinuaba, pero fue Fausto el que lo dijo:

—Uno verde y el otro azul, por eso Romy no se ponía de acuerdo con el color de los ojos.

—¡Encontramos a la Petula del borrador!

Interrumpiendo los murmullos de festejo de sus amigos, Romael se acercó hasta ellos, sonriendo.

—Los papás de Petula le heredaron el invernadero hace un par de años, y me dice que ahora todo está en oferta por liquidación. ¿Por qué no entramos a ver si compramos algo?

—Pero, bro, no le vas a decir lo del… —Pero antes de que Fausto culminara la pregunta, Romy ensanchó su sonrisa, y se dio media vuelta para entrar en la carpa de plástico.

Consternados, Fátima, Grígori y Fausto entraron detrás él.

La temperatura era un poco más elevada adentro, pero poca cosa. Lo que realmente podría resultar molesto en épocas más cálidas, era la humedad excesiva en el lugar.

—Estos precios son de risa —comentó Grígori, viendo el precio de un brote de rosa.

—Y aun así, nadie se las quiere llevar —confesó con pesar Petula, dejando la maceta que traía en las manos en el estante—, por eso estoy liquidando todo, este invernadero ya dio lo que iba a dar, y no me pienso desgastar con un negocio que tiene años dando patadas de ahogado.

—Lamento oír eso —le dijo Fausto con honestidad—, yo acabo de cerrar también un negocio, y es algo horrible.

—Cuando es tu negocio, debe serlo, pero cuando es un lastre heredado como este, es más una liberación.

—¿Qué no era dulce y linda, y daba consejos de vida? —le preguntó Fátima a Romy, obteniendo una risilla de parte de este.

—¿Y a que te piensas dedicar? —continuó Fausto, pero antes de obtener respuesta, un par de señoras ya entradas en años pasaron a través de la puerta.

—Buenas tardes, Petulita —saludó una de ellas—, escuché que tienes muy buenas ofertas y venimos a ver si comprábamos algo.

Petula le sonrió a la anciana y poniendo una mano en su espalda, comenzó a guiarla.

—Venga, le muestro… regreso en minutos —le dijo a Romy, alejándose de ellos.

Romael empezó a curiosear entre las diferentes macetas, para incertidumbre de sus amigos.

—Miren —exclamó Fátima de pronto—, es ruda, esta planta es muy buena para ahuyentar a las malas brujas en la noche —dijo al acariciar la planta.

—¿Enserio? —interrumpió una mujer acercándose—, ¿y solo debes tenerla en tu casa o hay que hacer algo con ella?

—Con tenerla en la casa y bien regada es más que suficiente, obviamente entre más macetas tengas, mayor será la protección, y es recomendado tenerla en la recámara.

—Eso me interesa. Acá entre nos, estoy segura de que una bruja me visita en la noche, y es que estoy embarazada y tengo miedo de que le quiera hacer algo al bebe.

—Déjame darte unos consejos —respondió Fátima, tomando la maceta y colocándola en las manos de la chica.

La charla de ambas siguió en un volumen cada vez más bajo, mientras se alejaban de los muchachos. Petula, quien venía de regreso, miró extrañada a Fátima, para después volverse hacía Romy y preguntar:

—¿Qué ocurre aquí?

—Esotérica te está haciendo una venta a cuenta de las supersticiones de la gente —respondió Fausto, se notaba cierto aire irónico en su voz.

—¿Esotérica? ¡Vaya nombrecito!

—Es solo un mote, pero le va bien.

—Pues voy a tener que tomar unas clasecitas de tu amiga, porque la venta va de mal en peor, a pesar de que ya todo está casi regalado, la gente quiere precios más bajos, raya en lo ridículo.

—Lamento oírlo.

Petula suspiró con desanimo, mientras se quitaba los guantes, y ante la mirada de los chicos, se acercó hasta unas flores rojas y comenzó a acariciar sus pétalos.

—¿Saben? Yo no quería atender el invernadero de mis padres, pero ahora que es mío… no sé. Una cosa es cerrarlo porque no lo quiero y otra muy distinta es hacerlo porque no vendo nada.

—Si al final de cuentas, los dos caminos te llevan a la misma resolución, ¿qué más te da? —le preguntó Grígori.

Petula tardó algunos segundos en entender lo que acababa de oír, su mirada se intensificó al mismo tiempo que su ira se acrecentaba. ¿Quién se creía ese extraño para venir a darle lecciones de vida?

—Creo que lo que realmente no quieres admitir es que quieres este invernadero. —Grígori acarició la misma planta que la chica, rosando los dedos de ella y provocándole escalofríos.

—Creo que no sabes lo que quiero, chico desconocido —respondió Petula con una sonrisa agresiva.

—No necesito conocerte a ti, lo que veo es suficiente, tienes un par de años con este invernadero, al que supuestamente no quieres, y desde entonces lo has cuidado, regado y mantenido en las mejores de las condiciones, a pesar de que no vende lo suficiente como para mantenerse. Algo me dice que sí lo quieres. —Mientras hablaba, Grígori deslizaba las yemas de los dedos por aquellos pétalos, rosando ocasionalmente la mano estática de Petula—. ¿Me equivoco?

La chica movió un poco la boca, en señal de querer hablar, pero el sonido no emanaba, y como una respuesta, Grígori solo se obtuvo el carmín de sus mejillas.

Los ojos heterocromáticos de Petula estaban clavados en los del rubio, ante la mirada incómoda de Romael y Fausto, cuando la atención de este último se desvió ante una desagradable sensación en su nariz.



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En el texto hay: amigos, nostalgia, busquedas

Editado: 10.04.2022

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