Mawbush era un pueblo realmente pequeño, contando con apenas un puñado de casas de ladrillo y adoquines, una gasolinera a la orilla de la carretera, una iglesia y una escuela primaria que a su vez, servía como jardín de niños.
Los lugareños se veían tan grises y deprimentes como el pueblo en cuestión: hombres cansados de piel curtida por el sol despiadado del verano y el frio cruel del invierno, y mujeres que cubrían sus rostros con sus rebosos para evitar tragar parte de las constantes nubes de polvo. A pesar de las propagandas recientes pegadas en los postes de luz y los autos relativamente modernos, estar en Mawbush se sentía como haber retrocedido un par de décadas.
—Mierda, este lugar es más triste que San Burián —dijo Fausto.
—¡Qué valor el tuyo de decir eso! ¡San Burián es un pueblo hermoso! —rezongó Romy.
—Lo ves con ojos de amor, y no un amor cualquiera, sino como un amor tóxico y peligroso.
—La cosa es así —intervino Grígori—, San Burián es el novio que te es infiel, te insulta y te golpea, y tu eres la novia que lo perdona y siempre regresa, así de tóxico.
—¡Qué valor! ¡Esotérica, di algo!
—Romy, Lo querrás mucho y todo, pero tu pueblito apesta —arguyó Fátima.
— Aunque hay que admitir que Mawbush apesta más —dijo Grígori con la boca llena.
—¿Te estás tragando los sándwiches?
—Si no los comemos ahora, se podrían echar a perder.
—¡Claro, con el calor que hace! —exclamó Fátima en tono irónico y señalando su bufanda.
—¿Van a querer o no? —Grígori extendió la bolsa hacia sus amigos, para que estos tomaran los emparedados y comenzaran a comer.
—Antes busquemos una tienda para comprar algo de beber.
—Debe haber algo por ahí —Fausto señaló un pequeño kiosco de madera con algunos árboles a su alrededor.
—Ese debe ser el parque de este pueblucho —se burló Grígori, mientras se dirigían al lugar.
A la vez que los cuatro amigos se dirigían al kiosco, los ojos de Fátima descubrieron una banca, y Romy señalaba una pequeña tienda de abarrotes.
—¡Miren eso! —dijeron al unísono.
—¿Una banca? —preguntó Grígori desconcertado.
—Es el lugar ideal para comer nuestros sándwiches remojados, lo malo es que solo hay una, ¿qué tal si voy y la aparto, en lo que van a comprar las bebidas?
— Me parece buna idea, llévate las mochilas para llenar la banca —concluyó Goro-goro, arrojándole su mochila y siendo imitado por Romy y Fausto.
—Pudieron acompañarme a la banca a llevarlas, “caballeros” —se quejó Fátima, mientras se alejaba de sus compañeros.
—¡Yo creo en la igualdad de género! —le grito Grígori a modo de burla.
Así, con el dinero que les quedaba en la cartera de Fausto, los jóvenes entraron a la pequeña tienda, la cual estaba plagada de anaqueles, productos varios y publicidad, lo saturado de las paredes y el bajo techo de lámina indicaban que en tiempos de calor, aquella tienda se volvía un verdadero infierno.
Romy comenzó a curiosear entre los estantes, donde todos los productos ostentaban una fina capa de polvo, a su vez, del techo colgaban algunas prendas en ganchos, mochilas, piñatas y arreglos florales de plástico para funerales.
—Es la única tienda de Mawbush supongo —dijo Romy, al darse cuenta que cualquier cosa que se pudiera necesitar, estaba ahí.
—¿Les puedo ayudar? —preguntó un hombre obeso de gafas, cuyo largo bigote no dejaba ver su labio superior.
—Supongo que no vende alcohol —le respondió Grígori.
—¿Para heridas? —El hombre se giró hacia un estante de medicamentos.
—Si —dijo en forma histriónica el rubio, llevándose la mano a la frente—, pero me refiero a las heridas del corazón.
—Lo que mi ridículo amigo quiere decir es que si no vende cerveza —explicó Fausto al confundido hombre.
—Oh, entiendo. No en realidad, pueden encontrar cerveza en la otra tienda de Mawbush, pero está algo retirada.
—Nos conformaremos con un refresco grande —sonrió Fausto—, tus vasos volverán a brillar por su utilidad —le dijo a Romy, pero este no atendió a la broma, su vista estaba clavada en una vitrina alta de madera, que estaba en uno de los rincones de la tienda—. ¿Qué ves, que te impresiona tanto? —preguntó Fausto, observando el vidrio que a pesar del polvo y la mugre, dejaba ver algunas chácharas, tales como pendientes, collares y broches.
El dedo de Romy señaló la vitrina de más abajo donde unas pequeñas casitas estaban unidas, formando una especie de aldea de juguete.
—La aldea Lala Kiu —dijeron al unisonó.
—¿Por qué tardan tanto? —preguntó Grígori, acercándose a sus amigos.
—Encontramos la aldea Lala Kiu, la de la anécdota que nos contó Fátima.
—Ah, ya veo, es más pequeña de lo que recuerdo —dijo Grígori con la nariz pegada a la vitrina.
—Debemos llevársela —resolvió Romy para sorpresa de sus amigos.
—Bro, estás loco, no sabemos cuánto cuesta.
—Pues preguntemos, esta aldea es uno de los sueños frustrados de Esotérica, y se la debemos dar. Disculpe… —llamó Romy al encargado antes de que Fausto argumentara algo más—, ¿esta aldea de juguete está en venta?
El hombre del bigote se acercó sonriendo, mientras miraba las coloridas piezas en la vitrina.
—¿La aldea Lala Kiu? —preguntó. Romy adivinó contrariedad en ese tono.
—¿Ocurre algo?, ¿no está a la venta?
—Bueno… yo supongo que sí.
—¿Supone?
—Es que es muy vieja, ya todo Mawbush la vio y hace años que nadie preguntaba por ella, ya es más como un adorno en la tienda que un producto.
—¿Pero si la vende?
—Cuando esta aldea salió a la venta —comenzó a explicar el hombre, poniéndose en cuclillas para abrir la vitrina y tomar una de las pequeñas muñecas—, se vendía por partes, canjeándola por envolturas Lala Kiu. Mi mujer y yo creímos que sería buena idea comprar todas y venderlas juntas, supusimos que sería una venta segura y buena, pero al parecer, la gente prefería compararlas en partes que toda junta, y esta se quedó aquí, acumulando polvo y atrayendo a los niños. ¿Saben qué? Cuando los mocosos vienen porque sus padres los mandan a comprar algo, vienen primero a ver la aldea. —Tras una risa el hombre continuó—, ya pasaron tantos años que nunca creí que se vendería, aunque si la quieren, la pueden comprar.
Editado: 10.04.2022